No puede haber signo más evidente del profundo cambio en la transformación de los fines de los sindicatos y de lo que significaron las luchas obreras del siglo XX, que el hecho de que varios hijos de sindicalistas hayan heredado el puesto de secretario general del gremio de su padre a partir del siglo XXI. En Camioneros: Pablo Moyano de su padre, Hugo, en 2007. En Porteros: Víctor Santa María de su padre, José Francisco, en 2005. Y en Educación, No Docentes bonaerenses: Marcelo Balcedo de su padre, Antonio, en 2012.
Sin el fantasma del comunismo, el gremialismo peronista perdió uno de sus fines
Los objetos de transmisión hereditaria conllevan la idea de posesión de ese bien, que queda retirado del orden de lo público y reservado al de lo privado. Tratándose de una persona jurídica, sería una empresa.
Con ironía, alguien agregaría que otro signo del cambio de época es que el actual ministro de Trabajo, Jorge Triaca, sea hijo de quien fue secretario general del sindicato del plástico, otro Jorge Triaca, pero el conocimiento, en este caso sobre el mundo sindical, es algo propio y legable.
Pero podría haber organizaciones privadas dedicadas a defender y representar determinados colectivos a cambio de una comisión u honorario, que lo puedan hacer con eficiencia para sus representados y a su vez construir una organización rentable para su dueño, transmisible por herencia como cualquier bien privado. Las empresas son eso. En el mundo sindical, lo más parecido sería un estudio de abogados laboralistas, como el mayor en su especialidad, de Héctor Recalde, conducido por su hijo Leandro, uno de los tres bufetes de abogados que más facturan en el país, una singularidad de Argentina porque los estudios laboralistas en ninguna parte del mundo están en el podio entre los más rentables de la abogacía.
Y siguiendo la hipótesis de representantes privados de los trabajadores de un sector, sus líderes podrían malgastar las comisiones que cobraran en lujos personales, como se mostró en el caso de Balcedo en Uruguay, en aviones, autos de alta gama, zoológico privado y joyas, como un empresario que se lleva todas las utilidades y va vaciando su empresa. O invertir gran parte de esas utilidades en la creación de una universidad o una fundación cultural con fines políticos lícitos, como en el caso de Santa María.
Con una lógica más agreste, el secretario general del Sindicato de Obreros y Empleados Municipales de Río Gallegos solicitó el año pasado que los hijos de los empleados que se jubilaran tuvieran derecho a heredar el trabajo de sus padres. Justificó su demanda en que “los únicos que heredan los puestos son los políticos cada cuatro años”.
No es lo mismo Balcedo que Moyano o Santa María, pero la larga saga de sindicalistas del siglo XX con un estilo de vida muy distante al de sus representados (Armando Cavalieri, Oscar Lezcano, José Rodríguez, entre otros) indica que se trata de un problema general. Ni tampoco se puede desconocer que las denuncias sobre lavado de dinero de Víctor Santa María aparecieron después de que Verbitsky publicara en el diario Página/12 la lista de los allegados a Macri que blanquearon dinero. Es vox pópuli que desde el Gobierno se habría dicho que “si muestran nuestras listas de dinero previamente no declarado, devolveremos mostrando el dinero no declarado del dueño del diario”: Víctor Santa María. Aclarando que si la denuncia fuera verdadera no habría ataque a la libertad de prensa porque los medios no dan fueros.
Pero la cuestión de fondo no estaría en reconocer la privatización de hecho de varios sindicatos con mejores y peores administradores, y/o con quienes solo tienen vocación comercial y quienes tienen vocación política –Macri propuso privatizar los clubes de fútbol–, sino en percibir en este proceso de representatividad laboral el enorme cambio político y social que significó el paso del siglo XX al XXI, con una modificación profunda de los fines de muchas organizaciones, en este caso los partidos políticos, los sindicatos y tangencialmente los medios.
Cuando colapsó el comunismo en la ex Unión Soviética, la mayoría de las fábricas del Estado se privatizaron, pasando a quien era el delegado sindical, que devino empresario. La cuestión de fondo es que, en lugar de la universalización de la dictadura del proletariado que previó Marx por el defecto intrínseco del capitalismo, se produjo la universalización de la dictadura del mercado, y no hay economía nacional que pueda sobrevivir sin condenar a su pueblo al retraso y la pobreza, cerrando sus fronteras y viviendo con lo propio.
En un mundo global, ningún trabajador de ningún país puede ser protegido por su sindicato de los empresarios de otro país. Con la excepción de un puñado de países para cuestiones de estrategia de seguridad, tampoco casi ningún gobierno puede proteger a las empresas de su país indefinidamente si estas no son eficientes. Y aquellos sindicatos de servicios locales o bienes que por su naturaleza no son importables tampoco quedan libres de la competencia global porque las otras actividades que sí lo son terminan condicionando al total de la economía de cualquier país.
A mitad del siglo pasado, los sindicatos mayoritariamente peronistas que hay en Argentina tuvieron como función la lucha por las reivindicaciones obreras y, con el peronismo fuera del poder, ser la caja de la política que garantizaba su infalibilidad electoral; ahora perdieron esos fines. Con Facebook y el voluntariado, Duran Barba y Macri encontraron un arma electoral más poderosa que los sindicatos. Hoy una causa compartida por la sociedad moviliza más convocada por las redes sociales que por la estructura sindical.
Otro fin que perdió el sindicalismo peronista con lo que Francis Fukuyama llamó el fin de la historia, por la caída de la ex Unión Soviética, fue el de vender a los poderes fácticos la garantía de contención frente a los sindicatos de izquierda, con el fantasma asociado del comunismo.
Ningún sindicato puede defender a un trabajador de un país de empresarios de otros países
La Organización Mundial del Trabajo refleja el descenso de la tasa de sindicalización, inferior ya al 20% de los trabajadores mundiales y a menos del 10% en Estados Unidos. Sindicato viene del griego, síndikou, que significaba protector. Probablemente, la protección del futuro se parezca más a la de una mutual encargada de administrar fondos comunes para obras sociales y otros servicios.
Continúa en: “Fin de la historia 2: peronismo”