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ESCENARIO

Fortalezas y debilidades

La política y la economía requieren no sólo respuestas técnicas. Baja demanda de peronistas e insatisfacción.

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Cada vez más sola, Cristina Fernández. | Pablo Temes
El clima social se va crispando progresivamente. Esa crispación aparece siempre con dos ruidos de fondo: el malestar social y la política. Durante los últimos días fuimos testigos de distintos episodios de protesta. En uno de ellos, sin políticos, productores de fruta repartían manzanas en el centro de la Ciudad de Buenos Aires, con buena aceptación del público. En otra, dirigentes “radicalizados” convocaron a una Marcha de la Resistencia –con poco eco, en parte por quienes la convocaron, en parte porque ese día llovió torrencialmente–. Por último, la Marcha Federal, liderada por dirigentes de las organizaciones sindicales, que movilizó a un mayor número de personas y logró un notorio impacto en la ocupación de la calle. Esa marcha permite al sindicalismo recuperar un lugar prominente en el espacio político, evidenciando su capacidad de convocatoria. Muchos políticos –algunos con votos, otro sin votos–aparecen mezclados en esa movilización.

La economía y la política son esferas que se mueven con dinamismos autónomos y que a la vez se realimentan mutuamente. Por eso es imposible imaginar que un gobierno pueda resolver los problemas económicos del país solamente a través de instrumentos políticos, tanto como lo es imaginar que se pueda hacerlo solamente a través de herramientas técnicas propias de la economía.

El cuadro general rememora en parte a la Argentina de la década de 1980: el sindicalismo tratando de liderar la protesta social y jaqueando a un gobierno electo de origen no peronista, sectores políticos minoritarios tratando de capitalizar un malestar que ellos mismos procuran exacerbar, un gobierno que no acierta con los instrumentos de política económica y queda por lo tanto muy expuesto en un flanco hiperdelicado de la gobernabilidad. Es una situación que obliga al Gobierno a pelear a la vez en esos frentes distintos y complejos, el de la economía y el de la política. El gobierno de los años 80 fracasó en el intento –aunque dejó como saldo un país más institucionalizado–; el actual gobierno todavía está dando la batalla.

Ese cuadro de los problemas que la gente experimenta día a día, que se realimenta con sus dificultades para desplazarse y circular por la calle, y que la televisión actualiza dramáticamente, contrasta en parte con la imagen que proporcionan las encuestas de opinión pública. No está claro si hay algo que las encuestas no captan o hay algo que no se percibe cotidianamente en la calle. Los dirigentes políticos que reciben más aceptación en las encuestas son Vidal, Massa y Macri, y enseguida Stolbizer y Carrió. Ningún dirigente justicialista les hace sombra, ni siquiera Randazzo y Scioli, que son quienes mejor miden –ni hablar de los sindicalistas–. Parece claro que el mercado no está demandando una oferta política justicialista.

Es algo que puede computarse como fortaleza del Gobierno, o al menos como una oportunidad. A casi diez meses de gestión, y en un clima de insatisfacción creciente con la situación del país, es una señal fuerte. De hecho, esos datos son una de las premisas sobre las que el Gobierno se basa para decidir sus pasos.

Las encuestas también registran la insatisfacción. Una gran mayoría de la población expresa juicios negativos sobre el presente; el optimismo sobre el futuro, aun siendo más alto que la valoración del presente, se ha ido reduciendo paulatinamente. Pero no hay duda de que todavía se espera más de este gobierno y de los opositores o aliados más matizados que del peronismo que se proclama tal.

En ese plano de la política se tejen muchas especulaciones. Hay quienes piensan que el Gobierno dispone de una ventaja por así decirlo milagrosa, porque el peronismo está dividido y si se presentase un escenario electoral con un peronismo unificado éste sería mucho más difícil de encarar. Los más voluntaristas hasta buscan indicios de una intervención deliberada del Gobierno para producir ese escenario. Lo cierto es que el peronismo está efectivamente dividido, no se ha recuperado del golpe de la derrota electoral y debe encarar un proceso de reorganización y reconstitución de sus liderazgos que tomará su tiempo. Está tironeado entre dirigentes con mandatos de gobierno y votos propios –gobernadores, intendentes, legisladores– que ofrecen un visión realista, moderada, el sindicalismo, el kirchnerismo que se resiste a arriar sus banderas. De todo eso podrá o no salir algo unificado, pero ningún desenlace ocurrirá, previsiblemente, muy pronto.

Otra cosa es la economía y su correlato, la situación social. De ella, tanto o más que de la oferta política, dependen los votos. Y la economía no levanta. Dentro del Gobierno, algunos pueden decir que el vaso está medio lleno, otros que todavía está medio vacío; algunos pueden poner el acento en una tendencia positiva, otros en una realidad actual negativa. Pero lo cierto es que, para la gente, esto no anda; y para los inversores tampoco.

Desde la calle, se percibe poca claridad en la fijación de prioridades por parte del Gobierno. La agenda es notoriamente densa, y complejísima. Hay muchas cosas que requieren arreglo, y muchas de ellas están interrelacionadas con otras. No es un rompecabezas que puede ser armado con un manual, pieza por pieza; es un ajedrez enrevesado donde cada movimiento de una pieza desencadena consecuencias en todo el tablero. El Gobierno no parece ser consciente de la real complejidad de ese tablero.

Hoy hay bastante consenso en el país acerca de qué es lo que anda mejor, cuál es el sector de la economía del cual todos podemos esperar más. Es el agropecuario, o para decirlo más apropiadamente, el agroindustrial.

Habría que analizarlo con mucho detenimiento, para entender de qué depende su desempeño exitoso. La Argentina tiene que aprender más de su propio agro, de su desarrollo agroindustrial. Allí tenemos un espejo de lo que anda bien y de lo que no, de lo que el Estado debe hacer y de lo que no, de cuál es la sutil combinación de factores y recursos que produce buenos resultados.