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mayorias y minorias

Frases para pensar nuestra democracia

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Albert Camus decía que la tiranía no se edifica sobre sus propias virtudes, sino sobre las fallas de los demócratas. Creo que la Argentina de estos días es el mejor ejemplo de esta expresión del autor de La peste. Camus usa la palabra tiranía refiriéndose a los gobiernos autoritarios que necesitan el apoyo de las masas para “legitimar lo ilegitimable”, escarbando en el pasado para construir un “relato”, buscando la sumisión completa al gobierno y desprestigiando las instituciones republicanas que garantizan el derecho de las minorías.
Todos sabemos que la democracia no es perfecta. Winston Churchill bromeaba diciendo que la democracia era el peor sistema si no fuera por todos los demás. El político inglés se inspiraba en la frase de Jean Jacques Rousseau: “Si hubiera una nación de dioses se gobernaría democráticamente, pero un gobierno tan perfecto no es adecuado para los hombres”.
Borges definía la democracia como “un abuso de la estadística” y creía que con el tiempo seríamos lo suficientemente virtuosos para no tener gobierno. Quizás Georgie era demasiado optimista porque deseaba “inventar un juego en el que nadie ganara” (concepto en las antípodas del fanatismo futbolero que nos caracteriza).
Bernard Shaw, uno de los autores preferidos de Borges, era más escéptico y decía que la democracia “sustituía el nombramiento hecho por una minoría corrompida por las elecciones hechas merced a una mayoría incompetente”.
Shaw estaba desencantado por este sistema eleccionario. Y opinaba que este proceso electoral era el culpable de “que no seamos gobernados mejor de lo que merecemos”.
Su amigo Bertrand Russell apoyaba esta decepción afirmando que “los científicos hacen posible lo imposible, mientras que los políticos hacen imposible lo posible”. Evocaba, quizás sin saberlo, la frase atribuida a Aristóteles y repetida por nuestro ex presidente Carlos Saúl Menem: “la política es el arte de lo posible”.
En estos treinta años de democracia fuimos de crisis financieras a desastres económicos con un marcado deterioro de nuestra calidad de vida y un descreimiento en la conducción elegida por nuestro sistema electoral. Montesquieu advertía que la democracia debe guardarse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que conduce a la aristocracia y el espíritu de igualdad extrema, que conduce al despotismo”. El despotismo es el que quemó las urnas en Tucumán.
Ha llegado el momento de comprender que esta democracia prebendaria, burocrática, demagógica y poco virtuosa, debe buscar sinceramente su perfeccionamiento, adecuar los recursos de la época para buscar un camino virtuoso que nos aleje de este abuso de las estadísticas, las trampas de la publicidad, las mentiras populistas y la intromisión entre los poderes.
Francis Bacon (1561–1626) fue un célebre político y filósofo inglés (acusado de cohecho durante el reinado de James I), quien señaló lo difícil que es hacer compatible la política con la moral. Han pasado quinientos años y aún no encontramos la forma de compatibilizar la moral con la conducción de los asuntos públicos, circunstancia que en este país se hará cada vez más difícil, considerando que el 25% de los jóvenes de 15 a 19 años no comenzó el secundario y el 42% de los de 25 a 29 no lo terminó.
¿Será ésta la “mayoría incompetente” de la que hablaba Bernard Shaw?
No sé si la instrucción puede salvarnos como país, decía Borges, pero al igual que él, coincido en que no conocemos nada mejor para evitar la legitimación de lo ilegitimable.

*Oftalmólogo y escritor.

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