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¿Fue una devaluación no deseada?

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En su documento titulado La Patria está en peligro, Carta Abierta explicó que grupos de poder económico “han conseguido forzar e imponer una depreciación del peso no querida por el Gobierno ni conveniente para las mayorías populares”. ¿No será al revés? ¿Que sabiendo que la devaluación era tan impopular como necesaria, el Gobierno precisa culpar a otros para producirla? 

En una columna en el diario El Cronista, el economista Tomás Bulat compara el valor que hubiera tenido el dólar a fin de febrero si en lugar de pegar un salto en su ritmo devaluatorio entre el 21 y 23 de enero, para después mantener sin aumentos la cotización del dólar durante todo febrero, se hubiera seguido con el mismo ritmo de continuas y aceleradas devaluaciones que Juan Carlos Fábrega venía promoviendo desde fines del año pasado cuando asumió como presidente del Banco Central, demostrando que se hubiera llegado a fin de febrero también con un dólar oficial de 8 pesos.

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La preocupación económica de Bulat se centró en que el precio del dólar haya quedado planchado durante febrero y pueda seguir contenido artificialmente en marzo, volviendo a producir el mismo retraso cambiario que se venía a corregir. La preocupación de esta columna es diferente: la de reflejar cómo el Gobierno continúa con su táctica de culpabilizar de sus propios actos a extraños, en algunos casos por paranoia, en otros por cinismo, y cómo parte de la sociedad cae continuamente en la trampa de creérselo.

Hace bastantes años, en una de estas contratapas, titulada “La querida inflación”, explicaba que no había que creerle a Néstor Kirchner cuando se quejaba de los empresarios inescrupulosos que causaban la inflación, porque el Gobierno estaba feliz de crear un nuevo impuesto con el que financiar más aumento de gasto público y simultáneamente aparecer enfrentado a los enemigos del pueblo, a quienes responsabilizaba por lo que él hacía y además gozaba.

La devaluación tiene efectos no deseados pero también –como la inflación– produce beneficios en las cuentas del Gobierno. Los que se acrecientan si tampoco paga el costo político de su parte negativa, traspasándoselo –en palabras de Carta Abierta– a  “una gran restauración del viejo país oligárquico pronta a mostrar sus dientes de hierro, lo que serían sus herramientas de ajuste”. O sea, el ajuste no lo hace Kicillof sino sus adversarios, y el Gobierno es el héroe que lucha contra los monstruos del mercado.

Es una experta inversión de la causa, técnica en la que el kirchnerismo es gran maestro y habilidad que le ha permitido mantenerse con bastante aprobación durante el período inininterrumpido más largo de la historia política argentina. En psicoanálisis siempre se le pregunta al paciente que se queja: “¿qué tiene que ver con lo que cuenta que le pasa?”. Porque que haya exportadores que prefieran posponer la venta de sus productos porque ven que el Gobierno está devaluando más rápido y le convenga esperar, o financistas que percibiendo lo mismo inviertan en dólares en lugar de oro o acciones, es lo normal si previamente se crearon las condiciones de posibilidad para que ello ocurra. Era el propio Gobierno quien al acelerar el ritmo de las devaluaciones indicó a los actores económicos que estaba dispuesto a promover el aumento del precio del dólar.

Desde que Fábrega asumió en el Banco Central el 18 de noviembre, en lugar de devaluar poco más de 1% por mes como en 2012 o poco menos de 2% mensual como hasta las elecciones de octubre de 2013, se comenzó a devaluar casi 10% por mes. Lo que pasó entre el 21 y 23 de enero es que tuvo que anticipar la devaluación de un mes en dos días y luego plantarse porque cuando el gradualismo acelerado se hizo evidente, tuvo que pasar al método de los escalones y subir las tasas de interés. Los primeros 60 días, devaluando callado, Fábrega ganó dos meses de los efectos recesivos de una suba de tasas y del recalentamiento de la inflación.

Es obvio relacionar la mayor devaluación con el acuerdo con Repsol, el Club de París, y el nuevo índice del Indec. Todo busca recomponer las reservas del Banco Central. Alfredo Zaiat, el principal columnista económico del diario Página/12, único medio que publicó entrevistas de Kicillof y Capitanich, escribió ayer: “Ningún país cancela deuda en términos netos con el sector privado en forma permanente hasta extinguirla”.  “El pago de deuda con superávit fiscal no es una opción viable para el kirchnerismo”, que se  “encamina hoy a utilizar el poder de las finanzas globales (dólares conseguidos con endeudamiento) para manejar las variables económicas, con el objetivo de preservar la estabilidad y el empleo. Existen diferentes etapas en las medidas económicas como la del desendeudamiento con reservas de BCRA. Lo que sirve en un momento no es necesariamente óptimo en otras circunstancias. No es conveniente el enamoramiento con herramientas alternativas de la política económica” (sic).

Evidentemente quienes manejan la economía del kirchnerismo no creen en la misma solución del problema que  prescribe Carta Abierta, para quien “este asedio es posible porque están pendientes cerrar los amplios márgenes de maniobra que aún conservan estos grupos monopólicos”.
Se puede sí coincidir con Carta Abierta sobre que “nuestro país ha visto cíclicamente amenazados, boicoteados y truncados proyectos de desarrollo nacional autónomo por la restricción externa, es decir, por la insuficiencia de divisas” (formulación casi literal del economista  Aldo Ferrer). Pero por eso mismo es que el kirchnerismo decidió dar por concluido el ciclo de aislamiento financiero internacional, porque llegamos a un punto donde vivir con lo nuestro trae más perjuicios que beneficios.

Cuando el Gobierno manda empapelar las paredes de la ciudad con afiches que llevan las caras de los responsables de los principales supermercados y casas de electrodomésticos, los multa públicamente o promueve que Quebracho haga piquetes en las puertas de Shell, se aprovecha de la candidez de muchos de sus seguidores, a quienes hace creer que enfrenta a los culpables de lo que el mismo Gobierno no solo produce sino promueve.

Los dos principales problemas de la política argentina son la hipocresía y la inversión de la causa. La inflación, la devaluación y muchos otros males, son su consecuencia.