Continúa de ayer:
Futuro, medios y política I
Comencé a contar en la columna de ayer mi visita el lunes pasado a los dos ganadores de los Premios Emmy de la Academia de Televisión en periodismo de investigación: el pionero y longevo 60 minutes (desde hace 47 años en la CBS) y el innovador y transgresor Vice News. Una comparación entre ambos podría resultarles inapropiada a quienes no puedan diferenciar entre el estilo (que se adecua al tiempo y espacio cambiando con las generaciones y las sociedades o grupos dentro de ellas) y el género (categoría más permanente).
60 minutes se transmite en el horario central todos los domingos por la mayor y más respetada cadena de televisión abierta del mundo, mientras que el grueso de los trabajos de Vice News se ve por internet, y recién desde hace no mucho, un compilado de sus mejores notas de la semana se pasa en un programa especial de HBO. En 60 minutes el look es muy elegante, en Vice News es zapatilla y remera también para quienes están frente a cámara (además de un promedio de edad entre 20 y 30 años menor). Las mismas diferencias se perciben en la ubicación de sus oficinas: algo equivalente a la Recoleta (la avenida 57 de Manhattan) para 60 minutes y una especie de San Telmo (en Brooklyn) para Vice News. También se diferencian en cuestiones más profundas, lo que se podría llamar el estilo de época: en 60 minutes siguen creyendo en la objetividad y se cuidan de que en todas sus notas no falten “las dos campanas” mientras que en Vice News no están preocupados por el equilibrio y sólo les interesa que su campana sea la que mejor suena. Pero los dos hacen notas en profundidad, en promedio de ocho a quince minutos, sobre temas controvertidos.
Si bien 60 minutes es el programa que más rating acumuló en la historia de la televisión y desde lo cuantitativo es el programa más exitoso del mundo (también desde lo cualitativo porque tiene el récord de 106 Premios Emmy), ya no está entre los cinco programas más vistos del año, puesto que ocupó durante décadas y hoy se lo encuentra recién entre los veinte más vistos, lo que igual es un enorme éxito pero indica los cambios de gusto y de prácticas con los distintos tipos de dispositivos con los que se consumen medios.
El director del Programa de Estudios Comparados de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el profesor Henry Jenkis, escribió en su libro Convergencia Cultura sobre la relación entre la confrontación convergencia y divergencia equivalente a la confrontación entre broadcasting y redes: “Argüiré aquí en contra de la idea de que la convergencia deba concebirse principalmente como un proceso tecnológico que aglutina múltiples funciones mediáticas en los mismos aparatos. Antes bien la convergencia representa un cambio cultural, toda vez que se anima a los consumidores a buscar nueva información y establecer conexiones entre contenidos mediáticos dispersos”.
Ese cambio cultural no es sólo de plataformas y de quiebre de la lógica del flujo: internet con consumo asincrónico versus televisión con consumo sincrónico. Obedece a procesos mucho más complejos que construyen nuevos fenómenos discursivos.
Desde el punto de vista estético se podría decir que las diferencias entre 60 minutes y Vice News son comparables a las existentes entre el diario La Nación y el diario Página/12 de la época de Lanata. El mayor problema de 60 minutes es el envejecimiento de su audiencia (su principal anunciante es el laboratorio Pfizer, productor del Viagra) –lo que indica el momento histórico de su vigencia– y trata de rejuvenecerse (también La Nación se esfuerza en incorporar cualquier significante joven). Al revés, en Vice News el esfuerzo se centra en conseguir el prestigio y el reconocimiento que a 60 minutes le sobra.
El cambio del estilo discursivo social ya no se arregla colocándoles camisas a cuadros a los presentadores o tatuándolos. El conjunto de lo que aparece como modos diferentes es apenas la superficie percibible de una profunda disrupción paradigmática de la dimensión significante de los fenómenos sociales, donde la subjetividad (dentro de ciertos parámetros) dejó de ser pecado y lo que sí se convirtió en pecado es la hipocresía de, siendo intencionalmente subjetivo, tratar de disimularlo con simulacros de objetividad.
De las diferentes funciones del lenguaje: la referencial (informar), la emotiva (expresar sentimiento), la conativa (hacer que se actúe) y la poética (causar extrañeza), el periodismo de los valores clásicos regido por el orden del “qué, quién, cómo, dónde, cuándo y por qué”, y de “las dos campanas”, sumado en el caso de la televisión de entonaciones neutras, vestimentas sobrias y discursividad austera (típico de los conductores de noticieros), se concentra en la primera función del lenguaje: la referencial, que hace foco en los hechos y las cosas. Mientras que el periodismo a lo Vice News, en cierto sentido también el de Lanata en sus diferentes épocas, se permite apelar a las otras funciones como la emotiva con el propio enunciador en primera persona, y la conativa dirigiéndose directamente al oyente. El “yo”, el “nosotros” y el “ustedes” está omnipresente en el Lanata audiovisual.
Este fenómeno discursivo también está en la política y un ejemplo actual fue el de los discursos ayer de los presidentes en Panamá (ver suplemento especial en la edición de hoy): los de Obama y Peña Nieto fueron referenciales (¿fríos?) mientras que los de Correa, Raúl Castro y Cristina fueron emotivos y conativos, encendiendo el interés de la audiencia independientemente de que fuera para bien o para mal.
El equilibrio no está de moda en un mundo más hedónico y por tanto, más cortoplacista, que demanda más decibeles para ser escuchado.