Hasta hace muy poco, la Argentina no era un país que deseaba el cambio de verdad. No quería la continuidad del kirchnerismo pero temía que un cambio verdadero pudiera tener más amenazas que oportunidades. El Change Readiness Index (el índice de preparación para el cambio de la consultora KPMG para el Word Economic Forun de Davos) que mide los 127 países que concentran el 97% de la población mundial, ubicó a la Argentina en marzo de 2015 en el puesto 88, o sea en el tercio de países que menos preparados, y predispuestos, están para el cambio.
No hace falta ir mucho hacia atrás: hace dos meses y medio en las PASO Scioli había sacado ocho puntos de ventaja sobre Macri. En un contexto así, que alguien como Macri haya conseguido llegar triunfador al primer ballottage de la historia argentina es un milagro. Y como le gusta decir a Jaime Duran Barba, que él merece el Premio Nobel a las campañas políticas.
Entre sus íntimos, Duran Barba cuenta cuando hace una década, quien había sido su profesor, el mayor pionero de la consultoría política argentina y el análisis de opinión pública, además de introductor de la empresa de análisis de mercado mundial Ipsos en la Argentina, Manuel Mora y Araujo, lo llamó para introducirle a gente del PRO, se las presentó como ese típico grupo de personas de clase acomodada que sólo pueden construir un partido minoritario.
Muchos creyeron que fue un gran error de Duran Barba no hacer una interna con Massa o una coalición partidaria para que Massa bajara su candidatura presidencial y fuera a competir por la gobernación de la provincia de Buenos Aires para asegurarse el triunfo en el distrito más poblado del país. Y pareció directamente una locura que mantuviera la candidatura de María Eugenia Vidal. Lo mismo que cuando desafió a la más popular de las candidatas que hasta entonces tenía el PRO, Gabriela Michetti, para apostar a que el jefe de Gobierno que sucediera a Macri en la Ciudad sea el poco carismático Horacio Rodríguez Larreta. Todas decisiones contra intuitivas, riesgosas, que por momento lucían como suicidas.
Y acertó siempre. Contra el “círculo rojo”, término que él mismo introdujo a la Argentina, al que siempre desafió y ridiculizó diciendo que no sabían nada de política. Le decían que siendo extranjero, ecuatoriano, no entendía la Argentina.
Logró que Rodríguez Larreta le ganara a Gabriela Michetti. Logró quedarse con el apoyo de Massa para el ballottage sin tener que hacerle ninguna concesión. Y llegó al ballottage, algo que tampoco estaba probado que hubiera podido suceder si Massa bajaba su candidatura. Además de ganarle la gobernación de la provincia de Buenos Aires al peronismo, algo que no sucedía desde 1983.
Probablemente el ser extranjero lo ayudó a tener una perspectiva diferente del peronismo, al que nunca le asignó la importancia relativa que se le otorga en Argentina. Eso lo llevó siempre a despreciar los aportes que pudieran hacerle De Narváez y Felipe Solá.
Aún si Scioli dentro de cuatro semanas ganara el ballottage, algo que hoy no parece lo más probable, el crecimiento territorial propio del PRO, de decenas de intendencias en la provincia de Buenos Aires, sin el Frente Renovador donde Massa tenía su bastión, y en todo el país, le da continuidad a una construcción política duradera que trasciende a 2015, proyecta a su partido también para 2019 y le da sentido estratégico, y no solo táctico, a la alianza con la UCR.
Gobernando Ciudad y simultáneamente Provincia de Buenos Aires, si además sumara la Presidencia, se crearía una situación política inimaginable, incluso con una proyección regional.
También pasan a retiro las encuestas: ninguna acertó, ni siquiera las bocas de urna con la mayoría de los votos emitidos pudieron prever este cambio.