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Generación Y

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En un reportaje de Natalie Brafman titulado “Génération Y: Du concept marketing à la réalité”, publicado el 19 de mayo de 2013, Le Monde proclamaba que la Generación Y era “más individualista y desobediente ante la autoridad pero, por encima de todo, más precaria”, comparada con las generaciones X y del Baby Boom, que la habían precedido. Los periodistas, los expertos en marketing y los investigadores sociales (en ese orden) se han sacado de la manga la existencia de una formación (¿clase?, ¿categoría?) social conocida como Generación Y, en la que estarían englobados los hombres y las mujeres jóvenes que hoy tienen entre veinte y treinta años (nacidos aproximadamente, pues, entre mediados de la década de 1980 y mediados de la de 1990). Pero lo cierto es que esa Generación Y, así inventada, tal vez tenga más derecho que sus predecesoras a que se le reconozca el estatus de una “formación” culturalmente específica (es decir, el de una “generación” genuina) y, por consiguiente, también más razones para convertirse en el centro de atención de comerciantes, cazadores de noticias y estudiosos. Suele aducirse que lo que justifica ese derecho y esas razones es, antes que nada, el hecho de que los miembros de la Generación Y son los primeros seres humanos que no han vivido nunca en un mundo sin internet y que conocen (y practican) la comunicación digital “en tiempo real”.

Si compartimos la opinión generalizada de que la llegada de la informática marcó un hito decisivo en la historia humana, estamos obligados entonces a ver en la Generación Y cuando menos otro hito equivalente en la historia de la cultura. Y así es como se la ve actualmente: como un hito. Así se la considera y así se deja constancia de ella. A modo de aperitivo, Brafman insinúa incluso que la curiosa costumbre francesa de pronunciar la “Y” de la denominación de esa generación como si fuera una y griega inglesa (es decir, igual que la palabra why, “por qué”) podría explicarse por el hecho de que ésta es una “generación crítica” e inquisitiva. O, dicho de otro modo, porque es un grupo que no da nada por sentado. Permítaseme añadir de inmediato, no obstante, que las preguntas que esta generación tiene por costumbre inquirir se dirigen en general a los autores anónimos de Wikipedia, a sus conocidos en Facebook y a los adictos a Twitter, pero nunca a sus padres, a sus jefes o a las “autoridades públicas”, de quienes los Y no parecen esperar respuestas relevantes (y menos aún autoritativas y fiables) que les merezca la pena escuchar. Su plétora de preguntas es, supongo, como tantos otros aspectos de nuestra sociedad consumista, una demanda impulsada desde el lado de la oferta; con un iPhone prácticamente injertado en el cuerpo, fluyen constantemente (24 horas al día y siete días a la semana) un sinfín de respuestas en busca de preguntas, y son multitud los vendedores y traficantes de respuestas que buscan frenéticamente demanda para sus servicios. Tengo, además, otra sospecha ¿Pasan los miembros de la Generación Y tanto tiempo en internet porque los atormentan preguntas para las que anhelan hallar respuesta? ¿O son más bien las preguntas que formulan cuando están conectados con sus centenares de amigas y amigos en Facebook versiones actualizadas de las “expresiones fáticas” de las que hablara Bronisław Malinowski (del tipo “¡hola!” o “¿cómo estás?”)? Es decir, ¿se trata simplemente de actos de elocución que sólo cumplen una función de “trato social”, que no de “transmisión de información”, y sirven simplemente para anunciar la presencia y la disponibilidad personales para “socializar” (por lo que no se diferencian mucho de la “conversación trivial” que se comienza con alguien en una fiesta llena de gente para salir del aburrimiento pero, sobre todo, para huir de la alienación y la soledad)? Cuando de surcar los inmensos océanos de internet se trata, los miembros de la Generación Y son ciertamente unos maestros sin igual. Y en lo que a “estar conectados” respecta, son la primera generación de la historia en medir el número de sus amigos (palabra traducida actualmente con el significado principal de compañeros de conexión) por centenares, cuando no por millares. Y son los primeros en pasar la mayor parte de sus horas de vigilia “socializando” a través de conversaciones, aunque no hablen necesariamente en voz alta y casi nunca empleen frases completas. Todo esto es cierto Pero ¿es ésa toda la verdad sobre la Generación Y? ¿Qué pasa con esa otra parte del mundo que ellos, por definición, no han experimentado ni han podido experimentar directamente y que, por consiguiente, han tenido muy poca (o ninguna) ocasión de aprender a abordar cara a cara, sin mediación electrónica/digital? ¿Qué consecuencias podría tener ese (por lo demás, ineludible) encuentro? Y es que ésa es la parte que, pese a todo, determinará (con un efecto espectacularmente formidable y absolutamente irrechazable) el resto (tal vez el más importante resto) de la verdad de sus vidas. Es ese “resto” el que contiene la parte del mundo que proporciona otro rasgo que diferencia a la Generación Y de sus predecesoras: me refiero a la precariedad del lugar que se ha ofrecido a sus miembros en una sociedad en la que aún pugnan (con desigual éxito) por entrar. En Francia, el 25% de las personas de menos de 25 años continúan desempleadas. La Generación Y en su conjunto está ligada a los CDD (los “contrats à durée déterminée”, que son contratos temporales “a plazo fijo”) y las “stages” (“estancias” en empresas para adquirir experiencia laboral), recursos ambos tan arteramente evasivos como cruda y despiadadamente explotadores. Si en 2006 había unos 600mil “stagiaires” en Francia, su número actual se cifra entre los 1,2 y 1,5 millones Y para la mayoría, visitar ese purgatorio moderno líquido rebautizado con el nombre de “prácticas de formación” es una cita ineludible, porque acceder y someterse a fórmulas como las de los CDD o las “stages” es una condición necesaria para alcanzar finalmente, a la avanzada edad media de 30 años, la posibilidad de un empleo a tiempo completo de duración “indefinida” (?).

*Sociólogo.
 **Sociólogo. Fragmento del libro Estado de crisis, Editorial Paidós.

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