El otro día sorprendí a mis amistades (incluso a mi mujer) cuando hablaban de alguien que se especializaba en cuevas naturales y, sin dudarlo, dije: “Ah, un espeleólogo”. Acabo de leer en la Wikipedia que un señor llamado Wojciech Kuczok es novelista, poeta, guionista, crítico de cine y, además, espeleólogo. Llegué a él porque la joven editorial Dobra Robota, que se dedica a traducir autores polacos al argentino (en su catálogo figuran próceres de las letras polacas modernas como Bruno Schulz y Stanilsaw Witkiewicz), me obsequió una novela de Kuczok que lleva el título de Mierda. Por las dudas de que la versión en la web de esta nota no respete las bastardillas, repito que el título es Mierda, y no quise decir que tuviera un título de mierda, como podría interpretar el lector distraído.
Dobra Robota editó este año a un autor argentino, aunque el libro es de tema polaco. Se trata de El exilio de Gombrowicz en la Argentina y su autor es Nicolás Hochman (Buenos Aires, 1982), que hizo una tesis doctoral sobre el tema y luego la adaptó a un formato ensayístico. Suprimió las referencias académicas y, como dice Martín Kohan en el prólogo, se permitió eludir “esa condena del género tesis de instalarse en lo ya pensado y largarse a pensar”. Sin embargo, esa deriva del pensamiento de Hochman lo lleva a recorrer una buena cantidad de nombres que escribieron sobre Gombrowicz y otros que no se ocuparon directamente de él, como Lacan, Zizek o Philip Roth, pero que hablaron del exilio, del síntoma, de la relación de un autor con sus personajes y de los temas que durante diez años de investigación obsesionaron a Hochman: las mentiras de Gombrowicz, su fascinación con lo bajo y lo marginal, la construcción de su identidad durante los veinticuatro años que pasó en la Argentina y el motivo por el cual se enfrentó o se mantuvo apartado de las elites literarias polacas, argentinas y francesas en las distintas etapas de su vida.
Leyendo el libro descubrí una paradoja. A pesar de que Gombrowicz vivió en la Argentina casi como un desconocido, con el paso de los años todo el mundo tiene algo que decir sobre él: no hay un escritor, un profesor o un periodista argentino que no haya dejado un testimonio, una teoría o un comentario sobre el polaco. Debe haber decenas de tesis como la de Hochman, quien incluso organizó un Congreso Gombrowicz en el que se multiplicaron las ponencias. Se podría decir que es una forma de reparar el olvido de sus contemporáneos, pero tengo una sospecha menos benévola. Hochman, al que no parece interesarle la literatura de Gombrowicz sino lo que hay detrás de ella, insiste en que Gombrowicz se hacía el mártir y la víctima como parte de una estrategia de posicionamiento y le resulta de “un heroísmo estúpido” el enfrentamiento con los intelectuales de su época. El libro funciona así como una especie de revancha: dado que Gombrowicz incomodó, despreció o ignoró a sus contemporáneos, Hochman convoca a las generaciones siguientes para que lo sometan colectivamente al castigo de deconstruirlo, interpretarlo, reducirlo a un rebelde sin causa. Nunca parece ocurrírsele a Hochman la respuesta obvia a su pregunta por la distancia de Gombrowicz frente el establishment literario: que el establishment es una mierda. En su época y en todas las épocas.