Estar viendo la consumición de un cuerpo me hizo pensar mucho en las teorías de Gilbert Simondon. Sobre la individuación y el devenir del ser al que tanto le debe Gilles Delleuze. Simondon fue un filósofo poco conocido en su momento pero que progresivamente fue teniendo una gran difusión en la filosofía contemporánea. A diferencia de Martin Heidegger, interpretaba el ser de otra manera y tenía otra visión sobre la técnica.
Simondon nació el 2 de octubre de 1924 y murió en febrero de 1989. Publicó en 1958 su tesis adjunta: Modos de existencia de los objetos técnicos. Su tesis principal, La individuación a la luz de las nociones de forma e información, se publica parcialmente en 1964 (El individuo y su génesis físico-biológica). En 1989 se publica la tercera parte de su tesis principal: La individuación psíquica y colectiva. En realidad, Simondon parece querer salirse de la filosofía.
Domin Choi, un buen amigo al que siempre me pongo a pedirle que me explique a los filósofos, me cuenta que Simondon daba clases y les hacía desmontar a sus alumnos pequeños motores. Le digo que a mí me resulta más creíble que una computadora pueda producir pensamiento que un pedazo de carne gris como el cerebro humano. Pero nosotros estamos abiertos al mundo y un aparato técnico no. Parece que nosotros o nosotres fuimos creados para que la madre naturaleza pudiera contemplarse con cierto masoquismo.
Una de las consignas que –inspirado en Alberto Girri– le daba a mis alumnos era: cómo encontrar poesía en el motor de un auto. Se supone que una planta, un animal y un ser humano tienen estrategias y juegos. Tienen planes. Una piedra y la cosa en sí kantiana, también tienen planes en el constante devenir del ser.
Hablo con mi hija sobre qué le parece que hagamos con su abuelo, ya que esta semana vimos cómo todo lo sólido se desvanece en el aire. Y ahora tenemos en una caja sus cenizas. Mi hija me propone tirarlas en Entre Ríos, en la casa donde arrojamos las de mi mamá. Le digo que no estoy seguro de que mi mamá quiera volver a encontrase con mi padre. Y que de todas formas, por ahora no podemos viajar. Entonces le propongo que la pongamos en una maceta y que hagamos crecer encima de ellas una planta nueva. Mi hija me dice que esa idea le parece genial. Que eso va a evitar que el abuelo fantasmee. Y que seguro crecerá una planta que sera él y no a la vez. Una noche después de su muerte, mi hija me despertó y me dijo que estaba angustiada por el abuelo. Le dije que había tenido una buena vida y una muerte en paz. Que le habíamos regalado morfina. ¿Morfina? Qué es, me preguntó. Es la golosina de los que agonizan, le dije. Qué bueno, me dijo. Le dije que habíamos estado a la altura de las circunstancias y que había tenido, como decía Jerry García, una gratefull dead.