Recuerdo que una vez Quique Fogwill estaba muy enojado porque un editor le había corregido de manera exagerada su novela. No sé si la novela se publicó al final con las correcciones del intrépido y movedizo editor especializado o Fogwill lo mandó a la damier. En ese momento pensé que si me dieran a elegir siempre preferiría leer la novela que escribió Fogwill y no la que reescribió el editor.
Me pasó lo mismo cuando leí al Carver editado por Godon Lish y el Carver sin las correcciones de Lish. Si bien el primer Carver sirvió para poder vender el “realismo sucio” o “minimalismo”, el Carver de Principiantes es infinitamente mejor. Donde Lish sutura, nosotros vemos la sangre. Donde Lish decide dejar de narrar y pararnos en seco como cuando los analistas lacanianos nos dicen stop a los 12 minutos, nosotros con el auténtico Carver seguimos de largo y nos metemos de cara en el peligro.
Hace dos noches vi el corte que había elegido Ridley Scott para su versión definitiva de Blade Runner. La semana anterior había visto la edición que hicieron los estudios. Otra vez lo mismo. La versión de Scott es diez veces mejor. No hay voz en off para explicarnos lo que tendríamos que tratar de conjeturar. Los estudios, las productoras tienen gente que trabaja “tratando de que los guiones se entiendan” y producen que cada vez haya menos peligro en las películas. En el final extraordinario de Blade Runner, cuando Rutger Hauer dice ese speech que se le ocurrió y que es un poema en sí mismo –“He visto naves en llamas en Orión/ brillando en la oscuridad/ cerca de la puerta de Tannhauser/ todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia./ Es tiempo de morir”–, en la versión de los estudios una voz en off nos explica lo que tenemos que pensar. En la versión de Scott, no existe esa voz, solo la cara de Deckar que mira impávido el extraordinario poema. Hay que dejar a la gente morir en paz.