COLUMNISTAS
Opinión

Martín Guzmán y la muerte en Venecia

En términos borgeanos, el Frente de Todos es un jardín en el que los senderos se bifurcan. El default o la campaña. Martín Guzmán o Máximo Kirchner. Alberto o Cristina.

Martín Guzmán Temes
Martín Guzmán viajó a Venecia para intentar un acuerdo con el FMI. | Pablo Temes

Inspirado en lecturas de Goethe, Freud, Nietzsche y Shopenhauer, el alemán Thomas Mann se convirtió en uno de los intelectuales que mejor supo retratar el espíritu de época de las primeras décadas del siglo veinte en Europa. Con sus ensayos políticos, sociales y culturales, el escritor que ganó el Nobel de Literatura en 1929 se convirtió también en un gran cientista social que supo dar cuenta, entre otras cosas, del creciente odio nacionalista y la virulenta fragmentación política que dieron inicio al nazismo.

La muerte en Venecia, es una de las obras más memorables de Mann. Publicada en 1912, la trama se desarrolla en un hotel de Venecia, donde se entrecruzan dos historias paralelas: el apasionado amor del anciano escritor alemán Gustav von Aschenbach por un joven turista polaco que acaba de conocer en la playa; y el horror, la angustia y la tragedia que enfrenta la bellísima ciudad italiana de los canales cuando es invadida por el cólera.

En esa misma ciudad, y también escapando de un virus mortal, los ministros de Economía de los países del G20 se acaban de reunir esta semana para intentar reconstruir la dañada economía mundial. Pero no hubo acuerdo pospandemia, más allá de las sonrisas de rigor que mostró la foto final. Aunque estuvo su discípulo Martín Guzmán, a la cita de las principales economías del mundo le faltó un John Maynard Keynes. Venecia no fue Bretton Woods.

Es cierto que el G20 respaldó un impuesto para evitar que las multinacionales transfieran sus ganancias a paraísos fiscales y también es verdad que las economías más importantes del mundo reconocieron la necesidad de garantizar un acceso justo a las vacunas en todo el mundo. Pero no se avanzó en algo concreto: la tasa para evitar que los capitales internacionales atenten contra la estabilidad fiscal en medio de la crisis que dejó el Covid se pospuso para la próxima cumbre de octubre; mientras que la reunión de todos los productores de vacunas (Estados Unidos, China, Rusia, Inglaterra y Alemania) no emitió señales reales de cómo y cuándo se donarán dosis para inmunizar a los países más pobres.

Estuvo su discípulo Guzmán, pero faltó un Keynes. Venecia no fue Bretton Woods.

Es el peor momento para un desacuerdo. Nouriel Roubini, por caso, viene alertando sobre el posible estallido de una crisis de estanflación, como la que impactó en la década del setenta. El docente de la Universidad de Nueva York, conocido como “Dr Catástrofe” porque vaticinó la debacle de las subprimes en 2008, ahora vuelve a adelantar una tormenta.

El economista estadounidense nacido en Turquía acaba de dar a conocer un inquietante artículo en el que asegura que las políticas monetarias y fiscales extremadamente laxas, que se han multiplicado para reactivar las economías en rojo por los desajustes producidos por la pandemia, junto a una gran cantidad de shocks de oferta negativos que se generaron en el marco de la crisis, provocarán en breve una alta inflación de la mano de una aguda recesión.

El texto fue difundido en Project Syndicate, una prestigiosa organización no gubernamental que publica artículos de opinión de los más destacados analistas y académicos sobre los principales debates políticos, económicos y sociales suscitados en la agenda mundial. La tesis de Roubini se titula “La eminente crisis de la deuda estanflacionaria” y desde hace dos semanas es el texto más leído en este influyente medio internacional, que es republicado en 13 idiomas por más de quinientos diarios y revistas en 156 países de todo el mundo.

Roubini anuncia tres escenarios críticos para lo que está por venir. Primero, las mayores deudas públicas y privadas ampliarán los spreads de la tasa de interés soberana y privada. Segundo, la creciente inflación y la mayor incertidumbre harán subir las primas de riesgo por inflación. Y, tercero, un creciente “índice de miseria”, la suma de la inflación y la tasa de desempleo, derivará en un “Momento Volcker”. Se refiere al expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Paul Volcker, que subió las tasas para enfrentar la inflación en 1982 y provocó la peor recesión de la segunda mitad del siglo veinte en Estados Unidos y una profunda crisis de deuda y una década perdida para América Latina.  

“El interrogante no es si esto sucederá, sino cuándo”, concluyó Roubini. No es prudente tomar las palabras del “Dr Catástrofe” en vano.

El economista que predijo la crisis de 2008, anunció una nueva estanflación.

Ese es el contexto en el que Guzmán visitó a sus colegas del G20. En medio de tan incierto paradigma, el economista argentino formado en la Universidad de La Plata se había propuesto un objetivo más terrenal: reunirse con Kristalina Georgieva, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), para terminar de alcanzar un acuerdo que permita refinanciar los 44.000 millones de dólares que dejó el gobierno de Mauricio Macri, en lo que representó el préstamo récord otorgado por el organismo internacional.

¿Los nubarrones que anticipan Roubini harán que el FMI se flexibilice y acceda a un plan de facilidades para Argentina? ¿El Fondo intentará evitar una cesación de pago histórica, que podría amenazar a los mercados emergentes y sumar nuevas inestabilidades a un sistema financiera muy inestable? Esas son las incógnitas que deberá revelar Guzmán. Por lo que se observa hasta el momento, la respuesta es doblemente negativa.

El docente de la Universidad de Columbia, donde investiga junto a Joseph Stiglitz, también debe resolver otra duda: ¿qué hará Argentina con los 4.300 millones de dólares en Derechos Especiales de Giro (DEG) que recibirá en breve del FMI? Alberto Fernández y su ministro quieren usar ese financiamiento para pagar vencimientos por 4.100 millones de dólares y evitar que Argentina entre en default. Pero Cristina Kirchner y el Instituto Patria exigen que el dinero, que es enviado por el Fondo para que los gobiernos hagan frente a la crisis desatada por la pandemia, sea destinado a una inversión social que permita palear los costos del coronavirus.

Hay más desajustes en el oficialismo. El kirchnerismo llegó a plantear diferencias con Guzmán en público y cuando el ministro estaba por reunirse con Georgieva. Máximo Kirchner reclamó frente al jefe de Gabinete en el Congreso: “¿Cuándo y cómo vamos a hacer para pagar? Y, fundamentalmente, ¿en qué tiempo vamos a pagar? ¿Les parece a ustedes que podemos pagar en diez años la deuda con el FMI?”. Cristina ya había exigido que Argentina proponga al Fondo una restructuración a veinte años, pero el estatuto del organismo indica que el tope máximo es de diez años.

No se trata de un tema menor. El primer reembolso que deberá enfrentar Argentina ante el FMI se presenta en septiembre, precisamente, cuando se realicen las PASO. La simultaneidad que conjuga la inminente obligación de pago con el Fondo y la emergencia en ganar las elecciones, dibujan una síntesis borgeana que permite adivinar al Frente de Todos como un jardín en el que los senderos se bifurcan. Entre el default y los votos. Entre Guzmán y Máximo. Entre Alberto y Cristina.

Diferencias entre el deafult y los votos, Guzmán y Máximo, Alberto y Cristina.

A pesar del avance del cólera, que provoca la huida de todos los turistas, el protagonista de La muerte en Venecia decide quedarse en esa ciudad para luchar por su amor. Pero termina muriendo solo y sin que nadie se percate de su trágico final. La novela de Mann, que esconde rasgos de su propia autobiografía, también refleja la brutal decadencia de una burguesía europea incapaz de anticipar el destino de desgracia y fatalidad que se aproxima para la Belle Époque.

Guzmán confía en tener mejor suerte que Von Aschenbach.