Con una mano sostengo a mi hija recién nacida, con la otra escribo esta columna, con la otra le abro a la gata que quiere pasar a la cocina, con la otra agarro la tostada... soy Visnú, el dios de muchos brazos. Ya vengo ejercitándome desde que el verano pasado en Montevideo, en una de esas fiestas de terraza a la que caímos de rebote con un amigo, surgió el uruguayo del futuro. Fue así: encontré un bracito de muñeca dando vueltas entre las macetas y me lo puse asomando de la manga corta de la remera, a la altura de la axila. Parecía real, era medio impresionante. Entre los dedos del bracito puse un cigarrillo. Entonces me manifesté ante los presentes: “Soy el uruguayo del futuro, vengo a mostrarles el brazo suplementario que luego de generaciones y generaciones irán desarrollando para sostener el termo. La mutación será lenta pero ya está en curso. Aquellos de ustedes que sientan un leve rollo sobresaliendo a la altura del sobaco son los más aptos. Ese es el tímido comienzo de lo que será el tercer miembro superior que les permitirá recuperar la movilidad de ambos brazos sin soltar el termo y el mate”. No me echaron. Al contrario. Supongo que el Fernet (muchos montevideanos toman Fernet) ayudó a que mi aparición no cayera mal.
Mi hija solo se duerme en brazos. La miro. Es un diminutivo redondo toda ella. Como dice E.E. Cummings: “Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas.” Y tiene solo dos, por suerte; se las conté cuando nació. Fue el día del Habemus Papam. En las primeras contracciones de la madre yo llevaba y traía toallas calientes, vasos de agua fría, cronometraba intervalos, hacía llamados, ya empezaban a brotarme los demás brazos. En una de las pasadas frente al televisor sin sonido se vio la fumata blanca, en otra pasada el titular urgente: El Papa argentino. Se lo conté a la parturienta. ¿Esto le juega a favor o en contra a Cristina? Si lo sabe usar, a favor, me contestó la licenciada en ciencias políticas entrando en el trance de la siguiente contracción. Y tenía razón. Días después estaba la Presidenta vestida de negro Darth Vader: con una mano desenvolvía el mate de regalo, con la otra la yerbera, con la otra el termo, con la otra no se atrevía a tocar la blancura inmaculada de Su Santidad, y juntaba las dos restantes entre las piernas, en gesto de escolar arrepentido.
Ahora mi niña arruga la cara y se pone una mano en la frente como un miniluchador de sumo que se enteró de algo tremendo. Se dio cuenta de golpe adónde la traje. Se suponía que éste era un Estado laico. Ahora se va a volver todo más católico. No franciscano y humilde, sino más bien con ese aire de Versace que tiene el Vaticano. Aquella propuesta de la jueza Argibay de sacar los crucifijos de Tribunales no prosperará. Sumemos la teatralidad eclesiástica al estilo ya de por sí teatral del peronismo y pensemos en el resultado. El Papa peronista. Es una idea genial. El gran guionista que escribe la película de este país se está luciendo. Se viene el cirio pascual hasta en las tortas de cumpleaños. El Papa tocando el bombo en la Capilla Sixtina. Los retorcidos profetas de Miguel Angel lo miran de reojo.
Ella sacude los brazos, como si temiera caerse para arriba, le da vértigo ascendente. Vértigo de futuro. Y tiene razón mi niña. Qué país más raro y mazorquero. Un país donde se colgaba el retrato del gobernador Rosas en el altar mientras se celebraba la misa. Esa energía recursiva se vuelve a activar en la nueva era, Iglesia y Estado potenciando sus liturgias. Con cuánta naturalidad el presidente Mujica se omitió de la ceremonia de asunción del papa: “Uruguay es un país absolutamente laico, la Iglesia está separada del Estado desde principios del siglo pasado”. Un país tan cercano y tan distinto.
La hija de este gorila hereje abre los ojos. Mira con asombro la luz. Busca tetas en el aire. Mi tamagotchi glorificado. Arruga la cara, se chupa una mano. Habemus niñam. Vino con un Papa bajo el brazo. Entró llorando al país que se viene. Daniel Scioli y Karina Rabolini de rodillas rezando como en ese aviso para su campaña, en La Nación. Macri declarando asueto escolar para que los niños de todos los credos puedan ver la asunción de Francisco. Esto lo tiene que haber inventado Cucurto, es el realismo atolondrado. Dios interfiriendo a través del Papa cuervo en el resultado del torneo de clausura para que gane San Lorenzo. O quizá lo inventó el poeta Fabián Casas. Los dos están metiendo mano en la obra del gran guionista, no cabe duda hija mía.