La paradoja que mejor pinta al hombre es que trata a la Luna como amante y a la Tierra como suegra. En su aquel fantástico descenso hubo ternura y respeto: el cohete como los intrépidos bichos terreros fueron alistados para evitar contaminasen el ecosistema de talco purísimo. Ninguna simetría con lo que ocurre en casa. Aquí lo extraterrestre difuso cotiza más que lo aborigen cierto. Hasta los poetas le han cantado mas a la Luna que a la Tierra. Nos atrae y moviliza más zambullirnos en lo remoto y dar con gente improbable, que tocar el timbre del piso de al lado y sorprender con un afable “¿Cómo están? Voy al mercado. ¿Necesitan algo?”.
Lo nuestro es estirar el cuello hasta las vecindades del Sol, llenar de botellas el cosmos, coleccionar chismes celestes, acariciar la piel achicharrada de Marte. Mientras tanto, al mundo que lo parta el ozono, le defolien el pulmón vegetal, le empetrolen el mar. Planeta golpeado, Gaia sobrevive por milagro a este fenómeno depredador llamado Historia que discurre por avenidas de sangre repetida a las que solemos destacar (bien cínicos) como civilización tal o civilización cual. Mirada sin pasión, la humanidad no es más que jaurías sucesivas de nómadas, aventureros, navegantes, espeleólogos, violadores y despanzurradores varios. Quienes pasan por conspicuos héroes, lo fueron por dedicar su afán a perturbar el equilibrio del magma, del hielo, del mar, de la lava, de las fechas de las estaciones. Algunos movidos por biensana curiosidad. Otros aplicando experimentos de terror. Uno es Linneo. Otro es Truman. Proeza es aclarar los misterios de crisantemos o pájaros, y bajeza las sucesivas "torturas" contra la Tierra (nacida "azul" como Marte "rojo", y que por nuestra obstinada cacería vira cada año más hacia el gris camino al negro).
Llevamos miles años oficializando esta crueldad. Otro tanto, a retrasar una moral que contenga a todos los seres vivos por igual. En tan largo tiempo, pinos, insectos, ballenas, pájaros, rosas y hasta la rata, han ejercido su rol con conmovedora responsabilidad. Pese a que lo primero que preguntamos al despertar es "¿Qué tiempo hace?" tratamos a la Tierra como espacio lejano. Sol y Luna han promovido religiones, dioses y mitos, mientras que nuestra doméstica Gea o Gaia, que fue adorada en los comienzos, ahora solo ejerce de Cenicienta del Universo. Un sobrante de lo sagrado. Un basural con cientos de apocalipis y tan solo un Greenpeace.
La India fue el segundo país en superar los mil millones de habitantes. Y el más reciente censo terrícola fija en 7 mil millones el número de depredadores de su propia casa matriz (que no otra cosa somos). A más demografía mas estropicio. Salvo una minoría (campesinos, niños, artistas, científicos, gente sensible) la tropa mayor de caníbales corre tras su privada lonja o gajo "monetario" del planeta sin importarle la calidad del próximo amanecer. Vivimos en el aire, y por el aire, asesinando los árboles que alientan nuestra respiración. Provincia secuestrada (San Juan) actúa como internacional y convierte la legislación nacional (Argentina) en papel mojado. Mientras el sátrapa Gioja sigue volcando cianuro sobre los hielos virgenes la esforzada lucha de Miguel Bonasso no logró que al menos mil cacerolas se citaran ante el Congreso. Pasa que Cielo y Tierra no entran en la mirada del Primate Subinferior Humano que la estraga de polo a polo. Solo pesa el versículo "por cuatro días locos que vamos a vivir". Contaminante frase que anula todo intento de fraguar una mínima cosmogonía, sencillita, de entrecasa, para ir insinuando, al menos, un esbozo de Génesis Dos. Preguntado Arthur Clarke sobre como se nos vería desde Fuera, dijo: "De existir extraterrestres y sobrevolaran, por ejemplo, Los Angeles a las 6 de la tarde, supondrían que los humanos son los automóviles. Y que Eso que desciende de ellos, bebe gaseosa, escupe y patea, es solo un artefacto menor, secundario, periférico".
Gran vaca muda, la Tierra no merece esto que le tocó: nosotros. Torpes animales que la pasamos preguntando si hay vida en otros planetas sin todavía haber probado nuestra existencia en el propio.
(*) Especial para Perfil.com.