Como en otros países, en la Argentina los gobiernos llegan rodeados de expectativas favorables. Si éstas no se cumplen, pueden ser castigados por la ciudadanía, siempre que incurran en alguna debilidad porque si alardean de fuerza y hacen gala de seguridad, tienen altas probabilidades de perdurar en sus cargos.
Hay que reconocerlo: para gobernarnos se necesita una fuerte vocación de poder; el resto, ideas claras, proyectos factibles, capacidad de gestión, seriedad, honestidad y compromiso moral para resolver los problemas parecerían ser cuestiones menores.
En 2002, a Duhalde no le tembló el pulso para ponerle punto final al “uno a uno” que nos ilusionó durante una década. Sin embargo, perdió pie cuando las muertes de los piqueteros Kosteki y Santillán, en el puente Avellaneda, lo pusieron a la par del “represor” Fernando de la Rúa.
Entonces se comprometió a irse antes de que concluyera su mandato y sacó de la galera al candidato que pronto lo despojaría de su propia tropa, los intendentes peronistas del Conurbano bonaerense.
Por su parte, Cristina y Néstor Kirchner están demostrando que ni la baja popularidad, ni la pérdida en elecciones que ellos mismos habían calificado de cruciales, les impiden todavía adueñarse de la agenda política. Hasta ahora siguen en condiciones de indicar hacia dónde debe apuntar el centro del debate.
Debido a esto, hoy la Ley de Medios ocupa el espacio que debería dedicarse a tratar la caída en la calidad de la educación, el aumento de la pobreza y la indigencia, una ley de coparticipación federal, o iniciativas de fondo para generar trabajo productivo.
El discurso de Hebe de Bonafini en respaldo del oficialismo es contundente: “Si no estás con la Ley de Medios estás con la dictadura sangrienta que secuestró a nuestros hijos”, dijo.
Después de criticar a La Nación y a Clarín por su actuación en aquellos años, expresó su deseo de que en el futuro por cada uno de estos diarios haya “veinte, treinta o cuarenta diarios de los nuestros” (de hecho, en Cuba –el país modelo de la señora de Bonafini–, Granma, órgano del Partido Comunista, es el único autorizado para trasmitir la información oficial).
Lo cierto es que los Kirchner han demostrado verdadera maestría en el arte de correr por izquierda a la oposición para dividirla y confundirla.
Esto se debe en parte a que la acusación de complicidad con la dictadura militar sigue produciendo un efecto paralizante y en parte a que la oposición carece de una voluntad de poder comparable a la del peronismo gobernante (y a la del disidente también).
Entre tanto desde el exterior llegan advertencias que podrían ser útiles para buscar el rumbo.
Por ejemplo, la inteligente reflexión de la embajadora de Irlanda: “La Argentina, que ha perdido un poco su posición a nivel regional y mundial, no ha logrado una visión compartida sobre adónde quiere ir como Nación”.
Otros diplomáticos, después de una larga residencia en Buenos Aires, se preguntan cuál será el lugar de nuestro país de aquí a treinta años y no ven indicios de que la dirigencia local se pregunte por el rumbo a seguir.
Menos diplomática, casi hiperrealista, es la reciente investigación de la televisión española sobre la situación de indigencia en que viven doce millones de argentinos en uno de los países potencialmente más ricos de Sudamérica y que ha desplazado de la primera plana de la información, la noticia del fabuloso enriquecimiento de los Kirchner.
Si la oposición deja al Gobierno definir la agenda política, corre el riesgo de que los ciudadanos que votaron a sus candidatos se sientan a la larga defraudados.
Todavía no lo están, como lo demuestra el triunfo de socialistas y radicales en las elecciones del domingo pasado en Santa Fe. Pero es posible que quede poco tiempo.
Es urgente entonces que la oposición exhiba su propia vocación republicana de poder, defina liderazgos, equipo y proyectos y la estrategia mínima que por su propio peso imponga una nueva agenda política.
Todo esto constituye la mejor forma de cerrarle el paso a los que con descarnado cinismo se aprontan a quedarse con todo, para que todo siga igual.
*Historiadora.