Rara vez coinciden los planetas. O ciertas historias. Pero en las elecciones del año próximo, aparecerá reunida una conjunción de desenlaces personales con particular extrañeza: la mayor parte de los aspirantes jugará en esa oportunidad su último partido, el tiro del final en la política, fortuna para uno y jubilación para el resto (o retiro, por lo general bien remunerado). Sea por edad o límites legales, ninguno de los perdedores sobrevivirá como protagonista de la escena desde 2011 y, el ganador de la contienda, apenas si podrá quedarse hasta 20l5. Curiosa simultaneidad fáctica para bloquear a tantos actores y, además, habilitar en el futuro el ingreso a la principal categoría de otros personajes, un inevitable cambio que no garantiza la interrupción genética de los que se retiran. Antes de hacer nombres sobre los condenados a los años del documento filiatorio o al documento constitucional, conviene despegar a tres voluntarios que militan en ese elenco comúnmente aceptado como imprescindible para el país: Daniel Scioli, Ricardo Alfonsín y Mauricio Macri, los únicos en condiciones de triunfar ante los comicios del año próximo y, luego de cumplir el inicial mandato, postularse más tarde por otros cuatro años. En suma, si abundan los especialistas en aludir al ciclo 2011-20l5 como una transición obligada, sea por mutación de ideas, acomodamientos políticos o económicos, lo definitivo es que en ese período sí habrá transición por otras razones: se liquidará un plantel de candidatos de viejo arrastre y el único que persista de ese remate no podrá luego reelegirse.
Las excepciones Alfonsín, Macri y Scioli enfrentan perspectivas diferentes. El radical aguarda que le entreguen la responsabilidad partidaria y requiere para llegar, al menos, que el peronismo mantenga su división interna. A su vez, el jefe porteño lanzará, el próximo l0, su candidatura presidencial, más sostenido en la propagación de su apellido que en una estructura territorial o de alianzas políticas. A simple vista parece una temeridad, aunque ciertos números le sean favorables; la jugada de quien le gusta apostar (tiene cierta debilidad por los naipes, aunque el negocio del juego le podría complicar la última etapa de su mandato), actitud característica de quien –ya nuevamente casado, quizás con la eventualidad de otro hijo– no dramatiza volver a vivir lejos de la municipalidad, como un ciudadano más, en su casa, y sin ocupar tampoco la residencia de Olivos. En cuanto al gobernador bonaerense, la vocación presidencial que le atribuían se ha contenido ligeramente tras la desaparición de Néstor Kirchner (quien empezó a ser El, como el Señor entre los católicos, en los discursos de su viuda, en lugar de Kirchner como lo denominaba antes), más bien se somete a la carta astral de la mandataria: si ésta se afirma en el gobierno, volverá a presentarse a la Presidencia y él mantendrá –si no ocurren acontecimientos imprevistos– sus pliegos para repetir en la provincia. El resto de los aspirantes, en cambio, entra en el tifón de la última bola de la noche. Telón y despedida.
Aunque sea el menos deseado de sus sueños, Cristina comparte destino con Julio Cobos: ambos son presidenciables en el 2011 por un solo turno. Disponen de un solo tiro, el del final, para esa fecha: si no aciertan, la vuelta se hará cuesta arriba en el 20l5. Por lo tanto, es ahora o nunca. Y no son los únicos con un calendario que les impone un plazo fijo, aunque no sea por ley. En rigor, al otro lote lo restringe una amenaza más pesada: la edad. Nadie puede imaginarlos dentro de cinco años en la competencia: son Carlos Reutemann, Eduardo Duhalde y Pino Solanas –entre los más destacados–, podrían legalmente extender su mandato por cuatro años, en el caso de que alguno de ellos fuera elegido; pero aceptar esa posibilidad en el 20l5 supone un atrevimiento, aun si la medicina incorporara avances extraordinarios en materia de longevidad. De ahí que, para ellos, también es ahora o nunca.
De esta lucubración futura, interesa el caso Cristina, ya que al revés de los otros aspirantes es la única que hará campaña desde el poder, dotada con más recursos pero afectada por castigos propios de la gestión. Aunque arbitre giras, discursos y visitas, desde que regresó del entierro en Santa Cruz empezó con dificultades de su cercanía: nadie, por ejemplo, puede entender la razón por la cual su gobierno, en las últimas horas, salió a sostener con tanto empeño a Hugo Moyano como aliado. ¿Había dejado de serlo y no se sabía?
O, acaso, Luis D’Elía –un ingrávido, electoralmente hablando– expresaba intenciones superiores cuando lo críticó al jefe camionero? Quizás pecó de ingenuo D’Elía y supuso que la anunciada “profundización del modelo” implicaba la separación de Moyano (cuestión que, sin duda, piensan el precavido Moyano y parte de su repertorio cegetista) y el entronizamiento de otras fuerzas sindicales más afines a una óptica progresista. A esa conjetura, le agregaba las discrepancias dentro el PJ bonaerense, cierta tirria con Scioli y determinados intendentes, también el hand off del Gobierno cuando el gremialista convocó a la última reunión partidaria.
Otros podían sospechar que la frialdad con el encargado de la CGT indicaba la reticencia oficial con algunas manifestaciones de poder, a juicio de algunas desmedidas, reveladas por el dirigente camionero. Ninguna de estas evidencias, sin embargo, obligaba a pensar en una inestabilidad de Moyano, de ahí que sorprendiera la campaña auxiliadora (tres ministros, por lo menos, hablaron al respecto) para sostener al gremialista. La paradoja es que, si realmente se “profundiza el modelo” como han predicado algunos allegados a la Casa Rosada, deberían entrar en una misma línea de vulnerabilidad tanto Moyano como Scioli, al igual que ciertos intendentes (Mario Ishi, por ejemplo). ¿O ellos son parte del proyecto social, de centroizquierda, que pretende desarrollar una cúpula que rodea a la Presidenta? En todo caso, esos exponentes peronistas podrían ser medios, instrumentos pasajeros para la ejecución de una política diferente. Claro que quien formula estas interpretaciones –tan acordes con episodios de los años 70– generan alertas, dudas, en los eventuales involucrados y, también, en otros funcionarios que han sido cuestionados más de una vez por no ofrecer el costado más transparente en su gestión. No casualmente, esos hombres también han sido intérpretes o interlocutores con los amenazados sindicatos e intendentes.