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Hombres, mujeres y spoilers

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Un artículo de Emily Nussbaum, crítica de televisión del New Yorker, se titula: “Cambié de idea sobre The Knick”. The Knick es una serie sobre la vida en el Knickerbocker Hospital a principio del siglo XX. No vi la serie ni creo que la vaya a ver (las operaciones son muy sangrientas), pero me interesó la nota porque Nussbaum confiesa haberse equivocado. Aunque en realidad, no se trata exactamente de una confesión.
The Knick se estrenó en 2014 y su primera temporada tuvo diez capítulos. Nussbaum escribió bastante mal de la serie después de ver siete, pero se arrepintió tras el décimo. Sus argumentos son que los últimos tres son realmente buenos, pero que además le hicieron reconsiderar el resto. En la época en que las series no se tomaban en serio, arrepentirse de la opinión sobre una película era un pecado bastante grave, que revelaba falta de convicciones o de agudeza. Recuerdo haber incurrido en él unas cuantas veces, pero con las series es mucho más fácil desdecirse. Leo, por ejemplo que “la unidad de análisis de una serie es la temporada”, pedantería que sirve de paso como coartada para Miss Nussbaum. Pero no toda la culpa es de los críticos ni de los opinadores (las series atraen a los opinadores como las flores a las abejas): el material se presta para el arrepentimiento por sus continuos cambios de trama, de tono, de tema, de profundidad, de guionistas, de directores, que se van adaptando a las respuestas del público y a las exigencias del rating. En cambio, por más que se calcule el éxito de una película, hay que hacerlo de una sola vez y el resultado queda fijo. Las series, en cambio, son mutantes. El cambio de temporada suele ser sólo una pausa como las que tiene el fútbol, en la que los equipos descansan y renuevan un poco el plantel.
Acaba de terminar Mad Men, el último furor en serie, que está ambientada en una agencia de publicidad neoyorquina en los años 60 y de la que se predican todo tipo de maravillas. Mi suegra dice que es una serie para hombres porque hay muchas putas. Otros dicen que es para mujeres, porque el protagonista es un galán o porque los personajes femeninos son los más desarrollados. Cedí a la tentación y me puse a ver la primera temporada. Cuando terminó, juré por escrito que era la última, pero al rato estaba viendo la segunda y terminé corriendo el maratón de las fiestas mayas durante 26 capítulos. No descarto ver los que faltan, durante los que podré arrepentirme de mis opiniones muchas veces. Por ahora tengo miles de cosas para decir, pero ninguna es muy importante (dejo a los opinadores la tarea de hablar del lugar de la mujer o del progreso de la sociedad). Me limitaré a una. En algún momento de Mad Men, Peggy dice que va a ver Un tiro en la noche de John Ford y Pete (Peggy y Pete son dos psicóticos, como el resto de los personajes sometidos a tantas vueltas del guión) le cuenta que John Wayne es el autor del disparo que mata a Liberty Valance, lo que disuade a Peggy de ir al cine. Claro que la película se puede ver con esa información, pero los seguidores de Mad Men hicieron en estos días lo imposible para no enterarse del final, como si después de siete años lo importante fuera que nadie adelante un spoiler, horrible palabra que le impidió a Peggy ver una obra maestra.