Duda demasiado Mauricio Macri para impulsar y revelar la auditoría que separa un cambio climático de otro, su administración de la anterior. Le cuesta en apariencia imprimir y divulgar un libro blanco sobre el cristinismo; hasta insinúan que le aconsejan evitar ese trance. Mientras más se retrasa en ese ejercicio aumenta la confusión de líquidos, se unifican los sabores, costará distinguir la belleza de lo que un gobierno dice que dejó del adefesio que el sucesor dice que recibió. Leyendas urbanas para todos, como siempre. Extraña esa mora en el ingeniero: nunca en su vida privada compró o vendió una compañía sin haber certificado sus números, formalizado un due dilligence, contabilizado activos y pasivos, reales o contingentes. Incluso, afirmó que el Estado es una gran empresa y como tal debe ser gerenciada. A pesar de este realismo, incurre por ahora en el mismo hábito de sus antecesores políticos al distraerse de la herencia recibida y limitarse, por cierta pereza o compromisos partidarios, en su revisión. Ya es tarde para señalar impunidades de gobernadores, gremialistas o empresarios, cuando se requiere de ellos un acuerdo. Se encerró en la lógica habitual de los gobernantes, en hacer lo posible, suponiendo que sus medidas a granel serán las que marquen las diferencias entre un gobierno y otro, más que un libro blanco. Y, como un pastor, promete no mentir, no robar o impedir que lo hagan sus funcionarios como elementos distintivos de su propio relato en relación con el otro. Parece, en todo caso, información poco suficiente para quienes trabajan todos los días, no mienten ni roban, consideran una excepcionalidad esas anomalías –por lo tanto no se amparan en ningún juramento– y sólo pretendían un balance preciso, escriturado, de ese legado secreto presumiblemente nocivo contra el que se votó el domingo 22 de noviembre pasado. Porque sin pruebas no hay juicio, ni fundamento para la opinión.
Como disculpa, podría sostener Macri que ni respira por asfixiar con nuevas medidas al país, inundarlo mediáticamente en todos los planos, aun con la cursilería del “Mau” de la Giménez. Instaló un cambio radical en la economía: fin del cepo y de las retenciones, severa devaluación, préstamos a tomar o la emergencia energética. Fija fechas para su proyecto de paz social en la segunda semana de enero (28% de aumento salarial por seis meses, un bono para los gremios por las obras sociales y un tope razonable para el impuesto a las ganancias) que alegrará al Papa y a los que creen que la economía es estática y, si todos se ponen de acuerdo, mañana no llueve. Y, si se equivoca, corrige ipso facto, no vaya a ser que las críticas le afecten el share de la audiencia, como aprendió de la valiosa velocidad de procedimiento cuando despidió en la campaña a Fernando Niembro mientras Cristina, obtusa, se hundió por conservar a Aníbal Fernández. Bajo esa conveniencia hay que ver la caída del funcionario Manfroni , al que echó por carta Charly García, o el maquillaje hasta febrero por la designación atrevida de dos ministros de la Corte (Rosatti y Rosenkrantz) que arrancó la furia del cristinismo explícito –por no advertir antes ese artilugio jurídico de Macri que, en su momento, le hubiera permitido colocar a un verdulero en ese instituto–, la ofensa de los senadores que no pudieron colocar a uno de su coleto, la protesta del circuito alimentado por el doble estándar de Ricardo Lorenzetti y el despecho de las viudas del Palacio de Justicia que no logran ingresar a su lugar en el mundo. Mejor no hacer nombres.
Hubo más pasos en falso: no olvidar la torpeza de Malcorra por pedir la cláusula democrática para Venezuela y luego anularla como si allí no se violaran más los derechos humanos o la forzada imposición moral de Sturzenegger para violar contratos de dólar futuro que se resolvían con una simple negociación. Inexplicablemente no se explicó la razón de una medida y la vuelta atrás de la misma, episodios que remiten más a una improvisada juvenilia que a una política profesional de comunicación, en apariencia el agujero negro de un elenco ministerial que no peca por módico y se imagina con la misma estatura de Brasil, como si la Argentina fuera lo mismo.
Detalles de gestión que no lastiman, sin embargo, la voluntad preliminar de inversores externos por amplificar negocios en el país. En la moda, ven lo que otros no ven o sospechan ventajas formidables en esa invasión dineraria. Creen garantizada la sustentabilidad económica. Al igual que, en el plano político, otros reconocen una búsqueda de mayor estabilidad al pegarse Macri con los gobernadores en lugar del privilegio que Fernando de la Rúa les concedió a los legisladores en su gobierno, cuando éstos son siempre apéndices de otro poder. A veces no se toma en cuenta ese fenómeno para analizar el dramático epílogo de la Alianza. Cerca de Macri, parece que alguien sí lo hizo.