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Identificaciones narcisistas

Hemos llegado a un punto en el cual ya no podemos engañarnos más: no tiene sentido hablar de “grieta” si antes no se analizan los procesos de identificación narcisista entre la masa (una u otra) con tal o cual líder político y no se comprende que esa identificación ya no reposa en la representación sino en una identificación en todo.

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Hemos llegado a un punto en el cual ya no podemos engañarnos más: no tiene sentido hablar de “grieta” si antes no se analizan los procesos de identificación narcisista entre la masa (una u otra) con tal o cual líder político y no se comprende que esa identificación ya no reposa en la representación sino en una identificación en todo.

La identidad del gobernante y el gobernado es el espejo en el que el rebaño se vuelve pastor colectivo y en el que el pastor se disuelve en su rebaño, en el que la libertad coincide con la obediencia, la población con el soberano, la ley con su víctima. La reabsorción del gobernante y el gobernado uno en otro es el gobierno en su estado puro, ahora sin forma ni límite.

Lo que en el fondo se pretende cuando se habla de democracia es la identidad entre gobernantes y gobernados, sin importar cuáles sean los medios por los que se obtiene esta identidad (ni, por cierto, para qué se ejerce el poder).

Por eso hay “grieta”, porque no hay representación sino identificación. De allí las extrañas relaciones entre el abominable mundo del fútbol y el execrable mundo de la política: ser de Boca, o San Lorenzo. Se trata de una identidad continua, de una adherencia, más irrenunciable que el género o el nombre propio. Y ese ser es idéntico para gobernantes (jueces, diputados, espías, presidentes) y gobernados, es la gobernanza automática y reversible (los amos se adornan con atributos del esclavo y los esclavos se creen los amos).

¿Cómo es posible que se siga ignorando que ya no importa nada el poder de Estado, sino el Gobierno en cuanto forma de poder específica y diluida (todos somos responsables)? ¿Para qué votar? Ahórrennos el mal trago.

La “pesada herencia” no fue nunca de orden económico sino estratégico: era un manual para gobernar, con instrucciones ininteligibles. La “grieta” es el resultado de operaciones complejas de subjetivación que nos vuelven meros repetidores (como se habla de “estaciones repetidoras”) de enunciados de valor más o menos equivalentes, siempre abstractos y vacíos (¿quién conoce un programa de gobierno?).

Para no irritar a los trolls, tomemos el ejemplo del “neoliberalismo”, la era de la desterritorialización ilimitada de Thatcher y Reagan. Hoy vivimos la reterritorialización racista, nacionalista, sexista y xenófoba de Trump, que ya se ha hecho cargo de todos los fascismos nuevos. El sueño americano se ha convertido en la pesadilla de un planeta insomne. Pensar que la primera ola neoliberal y la segunda son idénticas es ignorar la forma del mundo. Pensar que no puede haber liberalismo populista es ignorar las trampas de la retórica.

Bien mirada, la “grieta” es una guerra civil de baja intensidad que no enfrenta ni comunidades ni clases ni proyectos, sino meramente identidades continuas: queremos ser gobierno.

Por eso, ¿dónde encontrar la política, que no sería sino un impulso radicalmente destituyente, y que hoy está completamente fuera de todo espacio partidario electoral? Naturalmente en el universo de las mujeres, que no operan por identificación imaginaria (“somos todas iguales”) sino por colocación estratégica y por cálculo táctico. La huelga general de las mujeres parte en dos a la sociedad y no importan tanto las razones de la causa (digo mal: sí importan, pero su efecto es más importante), sino la escisión y el terror que provocan, la hipocresía a la que obligan a los Tinellis y a los Patos.

Hoy son las mujeres las que disponen de los saberes técnicos estratégicos que posibiliten “bloquearlo todo” (empezando por el microfascismo de la razón reproductiva) para liberar la pasión de experimentar una vida otra.

El movimiento obrero fue vencido (y la figura “Obrero”, aniquilada en su potencia) cuando perdió no su conciencia de explotado, que no le era específica, sino su dominio técnico de un modo de producción particular.

Hoy solo el nombre “mujer” es capaz de una gestión técnica de sí (y por lo tanto de todos) verdaderamente transformadora.

Estas líneas completan algunos razonamientos de A nuestros amigos, del Comité Invisible, y À nos ennemis, de Eric Alliez y Maurizio Lazzarato.