La convocatoria del G20 en los albores de la crisis internacional que se precipitó en septiembre de 2008 fue un reconocimiento de la relevancia de algunos países emergentes en el escenario internacional y, por ende, una instancia superadora de las cumbres del G7 y del G8. En un mundo enfrentado a la mayor crisis desde la década de 1930, las primeras reuniones del G20, en Washington en noviembre de ese año y en Londres en abril de 2009, mostraron más coincidencias que disidencias. Algunos de los mensajes de esas cumbres estaban orientados a la búsqueda de coordinación en escala global, a la necesidad de mejorar la regulación del sistema financiero, a aportar más recursos al Fondo Monetario Internacional y pedirle más flexibilidad para apoyar a los países en desarrollo. Con sus más y sus menos, varios de esos anuncios tuvieron su correlato en acciones concretas en los meses posteriores.
Sin embargo, a medida que comenzaba la recuperación, se hacía cada vez más evidente que el balance positivo de las primeras cumbres había sido el resultado del “espanto ante la crisis” más que una decisión de largo aliento vinculada con la gobernabilidad de la globalización. Pittsburgh y Toronto, sedes de las cumbres posteriores, al mostrar más desacuerdos que acuerdos, fueron una manifestación de esa realidad.
A pesar de ello, la Cumbre de Seúl generó expectativas porque tenía lugar después de un intercambio poco amistoso entre algunos de los países participantes en relación con lo que se dio en llamar “la guerra de las monedas”, cuya última manifestación habría sido la decisión de la Reserva Federal de los Estados Unidos de emitir US$ 600 mil millones en los próximos meses.
En un mundo donde la suma del superávit en cuenta corriente de China, Alemania y Japón es similar al déficit en cuenta corriente de los Estados Unidos, el anuncio de la Reserva Federal puede ser visto como una respuesta a la escasa predisposición de esos países, en especial China y Alemania, a expandir su demanda interna y a apreciar sus monedas.
El intento de obligar a una apreciación en las monedas de los países con superávit mediante la ampliación de la oferta de dólares tiene efectos colaterales en el ámbito global, ya que el impacto se extiende al conjunto de países.
En otras palabras, la falta de un acuerdo –para facilitar la reducción de los desequilibrios globales y la recuperación de los Estados Unidos– tendrá como resultado que América latina y el conjunto de países en desarrollo tendrán que soportar una mayor oferta de dólares y, por lo tanto, una acentuación de la tendencia a la apreciación de sus monedas.
Por el lado positivo, para los exportadores de commodities, las escasas opciones de inversión generarán una mayor demanda especulativa sobre estos bienes.
Lo negativo de la Cumbre de Seúl es que, más allá de las buenas intenciones en distintos aspectos vinculados con el desarrollo, nada cambió, de manera que las tendencias que se avizoraban hace algunos meses continúan vigentes.
A una mayor presión sobre los tipos de cambio y a un deterioro de la cuenta corriente de los países en desarrollo, se podría agregar que, mientras no se consolide la recuperación global y persistan las altas tasas de desempleo en el mundo desarrollado, habrá más riesgos de que se recurra a medidas proteccionistas y en contra de la inmigración, posiblemente con características xenófobas. Es decir, mayores riesgos de un regreso a lo sucedido en la década de 1930, con mayores impactos en los países más abiertos al comercio, un espacio donde predominan los países en desarrollo.
A pesar de ello, debe enfatizarse que, hasta ahora, esas son sólo amenazas, ya que las medidas proteccionistas asociadas con la última crisis han sido relativamente leves.
Ciclo y herramientas. Tal como está sucediendo en América latina, en la Argentina se acentuarán, entonces, las tendencias hacia la apreciación del peso y la excesiva expansión de la demanda interna, lo que tiende a acentuar el ciclo económico e impacta negativamente sobre la cuenta corriente. Ello es preocupante y debiera dar lugar a medidas dirigidas a mitigar los efectos de esta tendencia.
Justamente, los países de la región están tratando de combatir esos efectos negativos apelando a una combinación de instrumentos; entre ellos, con distintas dosis entre países: la compra de dólares por los bancos centrales, con su correspondiente esterilización; políticas fiscales contracíclicas, que en la coyuntura implica menor expansión del gasto público; regulaciones financieras que castigan el endeudamiento externo, colocación de excedentes fiscales en el exterior e imposición de restricciones a la entrada de capitales.
Hay, sin embargo, otra manera de entender el contexto internacional que parece cobrar relevancia en ámbitos cercanos al gobierno argentino. Esta visión enfatiza que “hay viento de cola”, lo que permitiría durante los próximos meses sostener el crecimiento de la demanda acentuando el ciclo expansivo, disfrutar de la demanda especulativa con elevados precios de las commodities y mantener “planchado el dólar” y, con ello, moderar la aceleración inflacionaria producida por los otros factores.
En lugar de políticas fiscales contracíclicas, “el viento de cola” se agregaría a una política fiscal fuertemente expansiva. En ese contexto, qué mejor que subestimar los recursos fiscales en el presupuesto, de manera que esa expansión del gasto público sea totalmente determinada por el Gobierno sin intervención del Congreso, y por ello funcional al disciplinamiento del peronismo y de los gobernadores.
A diferencia del resto del mundo, la falta de acuerdos en Seúl aparece como una buena noticia para los que, más allá de los efectos de mediano plazo, tienen como principal objetivo la reelección.
Cambio de vientos. Un último comentario. No avisado de estas intenciones y temeroso del aumento de la inflación, el gobierno de China parece orientado a aumentar la tasa de interés y reducir la expansión del crédito, lo que podría significar algunos problemas para la fiesta que algunos imaginan.
* Ex ministro de Economía de la Nación, director de la Escuela de Gobiernode la Universidad Torcuato Di Tella.