Macri, basura, vos sos la dictadura”. Poco parece importar a los que repiten esta expresión, militantes kirchneristas y de variopintas expresiones de la paleoizquierda vernácula, que el actual presidente argentino haya llegado al poder por el camino de las urnas. Tampoco que no haya habido, durante sus casi dos años de gestión, ni gestos ni acciones efectivas que estuvieran corridas del Estado de derecho. ¿A quién le importa la evidencia empírica, cuando se ha hecho un axioma infantil de la frase “el medio es el mensaje”?
El problema es que esa caracterización estrafalaria del primer mandatario como el continuador de Videla astilla o al menos empaña el prisma con el que muchos interpretan la realidad. Así, ante la situación de Santiago Maldonado, se acelera la evidencia circunstancial y se transmuta, de un salto, en la peor hipótesis posible. Del mismo modo, el “Macri amigo del empresariado inescrupuloso” es el tamiz a través del cual se convierte una reforma educativa que incluye pasantías para los chicos, un proyecto que, en definitiva, había sido impulsado por el kirchnerismo, en prácticamente un regreso a la esclavitud: los chicos toman colegios y acusan de que este “gobierno ilegítimo” los quiere mandar a trabajar en lugar de permitirles estudiar. Del otro lado del mostrador, un grupo de ciudadanos ve por tele una protesta de la RAM y automáticamente se hace a la idea de que los mapuches están a minutos de lograr la secesión de la Patagonia y de que la Argentina se contagiará del virus separatista que afecta a Cataluña o el Kurdistán, con tropas locales herederas de Sendero Luminoso y entrenadas por las FARC.
A mediados de los 50, John Langshaw Austin definió su teoría de los actos del habla, aparecida en el libro póstumo, Cómo hacer cosas con palabras, publicado recién en 1962. Los conceptos y discursos, decía, condicionan las acciones. En épocas en las que impera el relato, sus ideas ganan una vigencia inusitada. Esto, en política, puede producir todo tipo de consecuencias. Las palabras altisonantes desencadenan conductas y comportamientos radicalizados que promueven conflictos políticos o sociales. Los “saltos al vacío” como consecuencia de la palabrería inflamada no es propiedad de la izquierda ni se da en una geografía en particular. Es un fenómeno mundial que abarca todo el espectro ideológico. En Cataluña, por ejemplo, un fallo de la Corte de 2010 que frenaba el referendo independentista motivó la detención de una decena de funcionarios de esa comunidad autónoma. Las manifestaciones no se hicieron esperar. Mucho menos las comparaciones, que equipararon a Aznar, el PP y Rajoy con el régimen franquista. En simultáneo, Trump llama “rocketman” a Kim Jong-un y le hace bullying así nada menos que a un norcoreano dueño de un arsenal nuclear, quien no se hace esperar y devuelve con un “trastornado mental” para referirse al presidente norteamericano y asegura que Estados Unidos “pagará caro por sus amenazas”. El propio Trump pidió ayer que los dueños de los equipos de fútbol americano despidan a los jugadores que, en señal de protesta por los múltiples episodios de violencia racial protagonizados por fuerzas policiales, hincan su rodilla en tierra durante la tradicional ceremonia inicial en la que se canta el himno nacional. “Rajen a esos hijos de puta”, expresó con su clásica elegancia.
Donde se excava, aunque sea un poco, emerge una fuente de catastrofismo discursivo. Desde ex funcionarios que no dejaron delito sin cometer y que aseguran que la Justicia los persigue por cuestiones políticas hasta supuestos comunicadores que, cuando son despedidos de los medios en los que trabajan, aluden censura. Todo parece necesitar de la épica encendida, para motorizarse. Incluso en situaciones extremas y desoladoras, como la catástrofe que está viviendo México, en medio del esfuerzo de rescate entre los escombros de un terremoto. El país estuvo en vilo siguiendo la suerte de una supuesta niña de doce años llamada Frida Sofía que, se comprobó luego, nunca había existido.
Realidad oculta. Mientras tanto, y en contraste, los datos duros muestran a menudo una realidad muy diferente y casi ignorada en medio de la furia inflacionaria de tantas palabras desmadradas.
En el plano local, mejora sustancialmente la economía y el país lleva 20 meses navegando una transición súper compleja pero que ha evitado grandes problemas de gobernabilidad. Tal vez estemos entrando en un proceso de relativa “normalización política”, con un peronismo que aspira a tomarse seis años para construir una fuerza opositora genuinamente democrática, republicana, institucionalista y capaz de generar una alternancia sin una megacrisis que facilite el acceso al poder (como fueron la hiperinflación en 1989 y el colapso de la convertibilidad en el 2001).
En el mundo, el crecimiento esperado es del 3,5%, liderado por China e India, pero acompañado también por los muchos países desarrollados, cuyos mercados bursátiles baten récords y hasta cae la tasa de desempleo. ¿Es Corea del Norte una amenaza concreta? Obvio que sí. Pero billetera mata galán, si es que podemos describir así a Kim Jong-un: la extrema liquidez generada por la asistencia financiera de los principales bancos centrales del mundo explica en gran medida esta primavera económica.
En la Argentina los discursos desaforados no son nuevos y, decididamente, no fueron inocuos. Cuando la “juventud maravillosa”, como Perón había definido a Montoneros, se transformó en una caterva de “estúpidos e imberbes”, según una nueva definición del General, terminó de desencadenarse una etapa trágica de nuestra historia. Lejos de haber generado un aprendizaje, hoy vemos herederos de esos “estúpidos e imberbes” detrás de la toma de los colegios.
Se atribuye a Gabriel García Márquez un cuento en el que una señora, durante el desayuno, les dijo a sus hijos que tenía el presentimiento de que algo malo pasaría en el pueblo en que vivían. Los jóvenes transmitieron la preocupación a otros y así sucesivamente hasta que, al final de la tarde, todos los pobladores se habían ido, llevándose sus cosas y el último, temeroso de que la maldición se propague, le había prendido fuego al pueblo. Un discurso infundado que deriva en un desastre. Esperemos que la realidad, en este caso, en lugar de superar a la ficción logre aprender algo de ella.