La sumatoria de los recientes acontecimientos críticos y el consiguiente coro de artículos unívocos debilitan la posibilidad de atraer la atención de lectores cada vez más alarmados y menos pertrechados con información alternativa.
Lo que sigue ocurriendo es que los GMM (grandes medios masivos) repiten los dichos de los “voceros” y, luego, tres o cuatro columnistas arman –a partir de lo dicho en esos púlpitos– análisis supuestamente de fondo que a continuación son seguidos por el anuncio del envío de soldados norteamericanos.
Recordemos los hechos acaecidos en Libia; allí, luego de disponer sumariamente del cruel Kadafi, Occidente quiso instalar un régimen moderno y amigo en Trípoli. Hoy, los occidentales se acurrucan en la frontera con Egipto (en Tobruk) mientras distintas tribus roen lo que queda del Estado libio.
En cuanto a Irak, los medios han cancelado la memoria del presidente Bush (h) anunciando la “victoria” desde un portaaviones y barren bajo la alfombra el dato de los miles de millones de dólares desembolsados para dejar un ejército formado y una democracia multisectorial efectiva luego de su repliegue (2011).
Irak ya no es lo que era cuando el Reino Unido se adjudicó el mandato de la Sociedad de las Naciones sobre el territorio que fue del Imperio Otomano, se reservó el gobierno efectivo del país y creó (1921) una monarquía de estirpe hachemita (que aún administra Jordania). Hoy es un territorio dividido por lo menos en tres zonas controladas por diferentes etnias confesionales: al norte y al oeste es ocupado por Estado Islámico, sunitas extremistas emparentados con Al Qaeda; luego, al sur, el enclave de Bagdad donde conviven sunitas anti-Hussein, chiitas minoritarios, diplomáticos y militares armados hasta los dientes; y el noreste, que es kurdo y tiene prolongaciones territoriales linderas e importantes en Irán, Siria y Turquía. Al sur y el oeste de Bagdad los chiitas se sienten cercanos al silente Irán.
En Egipto, luego de las manifestaciones en la plaza Tahir y el derrocamiento del “déspota” Mubarak, la transición democrática y la elección subsiguiente colocaron en la cúspide a un atolondrado clérigo que sólo atinó a disparar leyes incumplibles y designaciones arbitrarias. Pronto la casta militar industrial que siempre había gobernado desalojó a Morsi y a sus seguidores, y lo hizo a sangre y fuego. Hoy el mariscal Sissi reanuda un ejercicio del poder tan tradicional como arbitrario y ocupa un sitial de alto nivel en el “manejo” de la crisis del Oriente Cercano y el norte de Africa.
Finalmente, en Damasco ya no parece tan claro que viva Satanás, porque Abu Bakr al-Baghdadi, califa del Estado Islámico (EI) de Irak y el Levante, parece haber arrebatado ese cetro, para disgusto de los enemigos del régimen alauita de Al-Assad, que ven cómo el otrora demonizado régimen hoy puede contar con un alivio pasajero de la presión occidental.
Mientras tanto, el primer ministro de Israel y el presidente de Estados Unidos han hablado una vez más por teléfono, y al parecer Netanyahu levantó la voz y Obama también. El interés sobre este episodio resultó opacado por el debate que simultáneamente se ventiló en la prensa americana sobre el uso de un traje de color tabaco claro por parte del primer magistrado, lo que se consideró como inapropiado y humillante.
Volviendo a lo que importa, los nudos críticos a desatar no son, para Washington, tarea que se resuelva en un periquete. Mientras en todo el Oriente Cercano los éxodos de civiles se multiplican, la huida y el destierro son la solución para poblaciones antes exentas de tal infortunio.
Ucrania es un muestrario de las inexactitudes y deformaciones que los GMM derraman sobre los desayunos de millones de lectores de diarios. La generación de miedo es una técnica que no por conocida pierde eficacia, como por ejemplo transformar la guerra civil entre ucranianos en una intromisión militar de Rusia, país que busca recuperar los territorios “perdidos” con la disolución de la URSS. Lo que “debe ser impedido por EE.UU. y sus aliados de la OTAN”.
Ya se han desarrollado en esta columna algunos datos básicos de la historia política de Ucrania. Baste con recordar que en el este de Ucrania hay ucranianos rusófonos que comen como los rusos y son ortodoxos rusos, pero que no son ciudadanos de la Federación Rusa. Ni son soldados rusos.
Recomendamos escuchar en YouTube la explicación detallada de los objetivos y las razones que motivan a los separatistas de la República de Donetsk. Cataluña y Escocia, ¿escenarios parecidos?
Lo desalentador de las informaciones referentes a la guerra civil de Ucrania es el tobogán de facilismos con los que nuevamente se va erigiendo el tótem del sitio del mal. Y llueven sanciones sobre Rusia, como la que le aplicó Francia por negarse a entregar un navío portahelicópteros ya terminado y en el que la tripulación rusa ya está embarcada y entrenada. Uno de los dos navíos, imposible no mencionarlo, se llama Sebastopol.
Mientras advierte sobre la insensatez de las sanciones, Putin firmó en Pekín el contrato de obra civil mas importante del mundo: un gasoducto de 3.800 km que llevará gas a China y estará listo en 2018. Al mismo tiempo, cada semana, por la Nueva Ruta de la Seda –ferroviaria, directa y rápida– corren incesantes trenes de 200 vagones portacontenedores cargados de electrónicos chinos, a través de Kazajstán y hasta Rotterdam.
Mientras tanto, la prensa parisina –además de elogiar la decisión sobre los buques rusos– desplegaba la noticia del éxito del libro de la ex esposa del señor Hollande, en cuyas páginas se puede leer que el presidente detesta a los pobres, a quienes llama, en las recámaras, “los desdentados”.
En la patria del socialismo republicano y en el año en que se rememora a Jean Jaurès, los franceses no necesitaban estas dos noticias para entrar en un otoño sombrío.
Aldous Huxley le escribe a George Orwell en 1949 y le dice que el mundo que viene se parecerá mucho al de 1984. Añade que dicho estado de cosas será el “resultado de una necesidad de mayor eficiencia”, lo que, para él, “abre las puertas a la posibilidad de una guerra biológica y nuclear mundial”. Esperemos que Huxley se haya equivocado más que Orwell.