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Apuntes en viaje

Isla

Hay algunos botes, gente pescando. Todavía no es el mediodía. El fin de semana en la provincia empieza el sábado por la tarde, así que los paseantes aún no han llegado.

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Isla. | marta toledo

Vamos con unas amigas a la Isla del Cerrito, ubicada cerca de Resistencia. El camino no es tan largo, no hay una gran distancia entre la ciudad y la isla a la que se accede por un terraplén que la une al continente, pero es un camino rural, lleno de baches, de sinuosidades, de charcos enormes que se formaron luego de las lluvias intensas de esos días. Los palmerales se intercalan con zonas de monte bajo y con zonas peladas donde hay casas pobres, corrales de chivos y ladrillerías. Lo que más me entusiasma es ver los monos. Nos dijeron que hay familias de carayás que andan colgados de los cables de la luz. Ningún bicho me da tanta alegría infantil como los monos. Así que no digo nada pero todo el viaje sólo voy pensando en los carayás: los machos pesados y de pelo oscuro, las hembras más pequeñas y marrón clarito, las crías con los ojos saltones. Carayá, carayá, carayá: repito como un mantra y la lengua de la mente resbala en las yés como si chapaleara en el río. Llegamos al antiguo leprosario sobre el que Rodolfo Walsh escribió en la revista Panorama, en 1966, aquella crónica titulada “La isla de los resucitados”. Y que también inspira la novela de José Gabriel Ceballos, Víspera negra. Algunos edificios se mantienen en pie y allí funcionan la municipalidad, la escuela, el dispensario, un restaurante, una hostería… otros están medio derruidos y ocupados por familias del lugar; y otros están directamente abandonados y desmantelados, solamente algunas paredes que resisten el tiempo. Vamos en el auto y algo me llama la atención. Un árbol gigante que, con la ventanilla cerrada, veo todo amarillo como si aún conservara sus hojas otoñales. Pregunto qué es y me dicen: un ceibo rosa. Bajo el vidrio para verlo mejor. Lo que yo creía hojas muertas son flores del color de la carne de salmón. Es una hermosura. Nos bajamos del coche y mientras recorremos yo miro los cables esperando a los carayás. Pero nada. Silencio. Vamos hasta la costa, las chicas nos señalan con el dedo el lugar donde se juntan las aguas del Paraná con las del río Paraguay: se nota la diferencia de tonos. Hay algunos botes, gente pescando. Todavía no es el mediodía. El fin de semana en la provincia empieza el sábado por la tarde, así que los paseantes aún no han llegado. Mañana esto va a estar así de gente, nos cuentan. Hay un pequeño museo focalizado sobre todo en la historia del lugar: la guerra de la Triple Alianza en la que Cerrito fue un sitio clave; la época en que el Imperio de Brasil ocupó la isla. Hay balas de cañón, restos de armamento, de uniformes. Un sitio más pequeño está dedicado al leprosario y otro a las familias del lugar. Después vamos a la biblioteca que se llama Rodolfo Walsh. Lo particular de esta biblioteca es que antes fue el crematorio del leprosario. Conserva la apariencia intacta. Está cerrada pero espiamos por los vidrios de la puerta: adentro hay mesas y sillas de plástico y estantes de mármol: allí donde se depositaban las urnas, ahora se ubican los libros.Estamos comprometidas con un almuerzo en Resistencia así que no podemos quedarnos mucho tiempo. Empezamos a armar viaje para volver y de los monos ni noticias. Es raro que no se los vea, dicen las chicas. Pero como hay máquinas trabajando en la construcción de un nuevo dispensario pensamos que ese puede ser el motivo. La biblioteca está ubicada fuera de la casco de la ciudad y justo antes de subir al auto escuchamos un temblor en el aire: el rugido de los monos que no vemos, pero nos ven.