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Federal

Desde hace poco más de un mes tengo una librería. En mi pueblo sigue sin haber una. En muchísimos pueblos y ciudades de Argentina no hay librerías.

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Federal. | Marta Toledo

Me crié en un pueblo sin librerías. Los libros los comprábamos en un bazar. Los sábados a la noche cuando salíamos a mirar vidrieras (un paseo pueblerino) los libros amarillos de la Colección Robin Hood resplandecían entre las lámparas de lava y los platos durax color caramelo. No había librería pero sí una biblioteca a la que yo entraba con respeto como si entrara a la iglesia. Entonces todo el tiempo íbamos a la biblioteca: a hacer las tareas de la escuela, a sacar libros para el verano. El bazar donde vendían libros y la biblioteca Mitre eran mis lugares favoritos. Sin embargo nunca me pensé ni bibliotecaria ni librera. No era lo que quería ser cuando fuera grande. Aunque tampoco quería ser escritora.

Desde hace poco más de un mes tengo una librería. En mi pueblo sigue sin haber una. En muchísimos pueblos y ciudades de Argentina no hay librerías. Abrimos una online con unas amigas que, de chicas, sí soñaban con atender una librería. Mientras yo jugaba a la almacenera en Entre Ríos, a cientos de kilómetros, en un barrio porteño o en un barrio del Conurbano, ellas jugaban a vender libros. Armamos el proyecto en plena cuarentena, viéndonos las caras solo a través del zoom. Yendo cada una por su lado a firmar papeles a la escribanía y al banco.

La librería se llama Salvaje Federal (www.salvajefederal.com) y está enfocada en los libros que se escriben y se publican en las provincias: esos libros que apenas circulan por la Ciudad de Buenos Aires y que muchas veces tampoco van más allá de las ciudades donde se publican.

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Yo me encargué de elegir los títulos: de las planillas de Excell que nos mandan las editoriales y las distribuidoras a la web a googlear muchos de esos autores y autoras que para mí también son desconocidos. Vagué con la flechita del mouse por la pantalla como si pasara el dedo por los lomos de los libros en la biblioteca Mitre (me gustaba, todavía me gusta, sentir la textura de las tapas, la rugosidad del pegamento, el relieve de las letras). Hice pedidos a veces por convicción y a veces por intuición. Pero el caso es que nunca había visto esos libros hasta ayer. Como no tenemos un local, no es una librería física, los libros llegan y esperan a sus compradores virtuales en la oficina de una de las chicas. Cada vez que llegan los pedidos ella nos manda fotos de las cajas abiertas donde asoman tapas de distinto tamaño y color. Algunas editoriales las conozco y ya sé cómo son sus libros. Pero muchas otras fueron un misterio revelado ayer. Y para mi sorpresa todos son libros hermosos, objetos preciosos, justo para fetichistas como yo. Tal vez el libro más hermoso que tenemos sea El pájaro detrás del pájaro, de Melina Alzogaray y de la editorial cordobesa Fruto del Dragón. Les juro que todos deberían tener ese libro para recordar que hay belleza en el mundo. Y tenemos libros hermosos por lo que atesoran sus tapas: la poesía de Bustriazo Ortiz, la de Madariaga, la de Juan L. Ortiz, la de Niní Bernardello (querida Niní, poeta amada que murió este año), Susy Shock, Beatriz Vignoli, y por supuesto el libro del hada Estela Figueroa, nuestra guía espiritual, nuestra diosa maldita.

Ayer hicimos nuestro primer Instagram Live con ella. Estela sentada en un sofá de su casa santafesina, una casa de pasillo que queda cerca de la cancha de Colón. Estela ni siquiera tiene celular pero le gusta mantener larguísimas charlas por teléfono fijo. Esto vendría a ser como si habláramos por teléfono pero viéndonos la cara, le dije para explicarle de qué la iba un vivo de Ig.