Es una cuestión muy difícil dilucidar en qué medida el discurso corrosivo de una parte de los políticos norteamericanos incidió en la mente perturbada de Jared Lee Loughner y lo llevó a perpetrar la tragedia de Tucson; un resultado justo, dice Charles Darwin en El origen de las especies, puede obtenerse “sólo exponiendo y pesando perfectamente los hechos y argumentos”. Por el contrario, indagar en las razones que provocan una violencia creciente al interior de los Estados Unidos permite encontrar apoyos más sólidos para enlazar al criminal y al crimen.
El sábado 8 de enero de 2011 por la mañana, en la ciudad de Tucson (Arizona), Jared Lee Loughner disparó sobre la representante (diputada nacional) Gabrielle Giffords y un pequeño grupo de simpatizantes cuando conversaban en el estacionamiento de un supermercado. Giffords (esposa del astronauta Mark Kelly) resultó herida en la cabeza, seis personas murieron –entre ellas una niña– y otras 14 resultaron heridas. No deja de ser una coincidencia el hecho de que el segundo nombre de Loughner (Lee) coincida con el del alegado asesino del presidente John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963, Lee Harvey Oswald.
Jared Loughner, un consumidor de marihuana con un retorcido sentido del humor, quien según un compañero de estudios durante una clase avanzada de escritura poética echó mano a su entrepierna mientras galopaba alrededor del aula leyendo un poema anodino sobre la asistencia al gimnasio, disparó una pistola Glock 19 - 9 mm dotada con un cargador de 31 proyectiles. El sitio Milenio on line reporta que, según el armero de la ciudad de Phoenix Greg Wolff, luego del crimen las ventas se incrementaron en un 100%; la estrella fue la Glock austríaca que usó Loughner. El FBI (Buró Federal de Investigaciones) informó que la matanza revitalizó la compra de armas en todo EE.UU.: el lunes 10 de enero se vendieron siete mil pistolas, un 5% más que el mismo día de 2010.
El juez federal a cargo del caso aprobó la asignación de Judy Clarke como abogada de Loughner. Clarke también representó Timothy McVeigh, condenado a muerte por el atentado de la ciudad de Oklahoma que en 1995 destruyó un edificio federal y mató a 168 personas, y ejecutado en Indiana en 2001. Cuando fue detenido, otra casualidad, McVeigh portaba una Glock. Clarke defendió asimismo al conspirador de los atentados del 11-S Zacarias Moussaou. Una nueva casualidad consiste en que Christina Taylor Green, la niña de 9 años que murió el 8 de enero en Tucson, había nacido el 11 de septiembre de 2001, día de los ataques terroristas contra diversos objetivos en los EE.UU..
El jueves 13, en su homenaje a las víctimas, Barack Obama pronunció un discurso que a juicio de Charles Krauthammer, analista de Fox News, fue “un ejemplo notable de oratoria y de aptitudes oratorias en lo que respecta al tono y el contenido”. Otra coincidencia curiosa: luego de su derrota electoral de 1994, Bill Clinton asistió a Oklahoma tras el atentado contra el edificio “Alfred P. Murrah” y también pronunció un discurso muy conmovedor. En el caso de Clinton, aquel fue el punto de despegue de su popularidad y resultó reelegido dos años después. Veremos si la casualidad es caritativa con Obama.
Los demócratas atribuyeron de inmediato el ataque al ambiente belicoso que han generado algunos republicanos, quienes replicaron afirmando que en realidad la gente está furiosa con Obama. Sarah Palin, ex gobernadora de Alaska e integrante del Tea Party (espacio conservador ortodoxo norteamericano conformado por aislacionistas, integristas y místicos), denominó a las acusaciones de incitar al odio dirigidas contra su sector “libelos de sangre”. La reacción de la comunidad judía norteamericana no se hizo esperar: la fábula del “libelo de sangre” se remonta a la Edad Media en Europa y sostiene que los judíos secuestraban niños cristianos y usaban su sangre para elaborar pan sin levadura para la celebración de su Pascua. Poca herida le habían inferido como para intentar cubrirla con semejante vendaje.
Un costado importante de estos episodios es la llamada “Segunda Enmienda” a la Constitución norteamericana. El 15 diciembre de 1791, la Segunda Enmienda consagró “el derecho del pueblo a tener y portar armas”. En algunos Estados, como Arizona, esta concesión no tiene límites. Arizona está gobernada por Jan Brewer, quien promulgó la ley que criminaliza la inmigración de indocumentados.
De hecho, Loughner compró su Glock 19 en un negocio de deportes de Tucson sin ningún requisito que permitiera conocer sus antecedentes. Según el grupo “Campaña Brady” (apellido del jefe de prensa que recibió un balazo durante el intento de asesinato de Ronald Reagan), entre 1979 y 1997 murieron más personas en EE.UU. por armas de fuego (651.697) que en todas las guerras en las que había participado desde la Revolución estadounidense (650.858). En los 90, alrededor de un 75% de los norteamericanos era partidario de medidas de control sobre la tenencia de armas; una encuesta de Gallup redujo esa cifra al 44%. El alcalde de Chicago, Richard Daley, dijo que Estados Unidos se había convertido en “una máquina de matar”.
Con independencia de las influencias del Tea Party sobre el inestable Jared Lee Loughner, una de su representantes, Sharron Angle –candidata a senadora por Nevada derrotada por muy poco–, durante la campaña electoral de noviembre pronunció su célebre frase: “Si el Congreso sigue actuando de esta manera, la gente va a tener que buscar remedios en la Segunda Enmienda”. En noviembre Loughner compró su Glock.
McVeigh, el dinamitero de Oklahoma, declaró ante la Justicia que su intención no había sido la de matar niños ni civiles ajenos al gobierno, porque ello “empañaba” su mensaje político, pero que no sintió lástima ya que no habían sido más que “daños colaterales” del atentado. La expresión, más tarde, se transformó en doctrina para explicar la muerte de civiles durante el curso de acciones militares norteamericanas en el extranjero.
Darwin escribió que al considerar el origen de las especies, “se concibe perfectamente que un naturalista, reflexionando sobre las afinidades mutuas de los seres orgánicos (…) puede llegar a la conclusión de que las especies no han sido independientemente creadas, sino que han descendido, como las variedades, de otras especies”. He aquí un excelente punto sobre el que apoyarse para reflexionar sobre Loughner y su matanza.