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Jugar a discutir

La escena, entonces, no podría definirse como una conversación de borrachos, aunque tal vez sí de trasnochados.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

La situación es esta: eran casi las 3 de la mañana de un día de semana, y en el Félix no quedaba nadie: los mozos ya estaban barriendo y subiendo las sillas sobre las mesas vacías, pero como a nosotros nos conocen, nos dejaron quedar un rato más. No habíamos tomado demasiado, en realidad ahora que lo recuerdo no habíamos tomado nada, nada de alcohol, habíamos compartido una Coca de litro y medio, y cuando se acabó yo pedí un vaso de agua para ayudar a bajar el flan con dulce de leche. La escena, entonces, no podría definirse como una conversación de borrachos, aunque tal vez sí de trasnochados (y tampoco estoy seguro: las 3 es temprano para mí). Como sea, la mejor parte de la conversación surgió en ese momento, al final de la velada. Yo dije: “Cuando nosotros ganemos, vamos a prohibir Twitter, Instagram, y todas esas cosas abominables”. Entonces, preguntaron: “Nosotros, ¿quiénes?”. “Nosotros, cuando demos la revolución”, respondí sin dudar. Y todos rieron (es la historia de mi vida: hablo en serio y la gente se ríe). Y después uno recordó algo que yo había dicho al principio de la cena. Parece que hice un encendido elogio (encendido no es la palabra ideal para alguien que quiere dejar de fumar) de los discutidores profesionales, como los que a fines de los 50 y los 60, en bares como el Rex, de la calle Florida –conocido obviamente porque ahí paraba Gombrowicz–, entre otros cafés (aunque también lo vi en 2019, en South Bank, en Londres), discutían a pedido, a favor o en contra de un tema, con criterio, capacidad de argumentación y espíritu lúdico y polémico. Por ejemplo, a un marxista se le apostaba una guita a ver si podía convocar las bondades del liberalismo. Y entonces, se ponía muy seriamente a repasar esa tradición, de Adam Smith en adelante, hasta ser muy convincente (en Londres, por 5 libras, había tipos sentados frente a una mesita con un cartel que decía: “Propóngame un tema y discutimos sobre él”. También había otros, idénticamente sentados, pero con una máquina de escribir en la mesita que, también por 5 libras, tenían un cartel que decía: “Propóngame un tema y le escribo un poema”). Pues, me dijeron: te invitamos la cena si vos también jugás a discutir, y argumentás a favor de Twitter. No hace falta aclarar que el estipendio que recibo por escribir estas columnas es tan módico, que toda invitación es bienvenida, así que agarré viaje en seguida. Pues, como un golpe de efecto, saqué de entre los agujeros de mi mochila El sentido del rencor, de Constantino Bértolo (Editorial Delirio, Madrid, 2018. Prólogo de Ignacio Echeverría), libro que compila los mejores tuits del ensayista y escritor español. Van aquí algunos: “¿Y que estaremos haciendo tan mal como para que los ricos ni siquiera tengan miedo de ser ricos?”, o “Que te paguen por escribir que estás indignado debe ser toda una experiencia”, o “Y sobre todo no perdamos el sentido del rencor”. Obviamente gané, y me fui sin haber puesto un mango. 

  Bueno, como aún me quedan unas líneas, para aprovechar y cambiar de tema, les cuento ahora que ella me mandó un video buenísimo en el que le preguntan a Derrida por Seinfeld. Ya no tengo espacio para comentarlo, además ya lo hice en privado con ella –que es mil veces mejor que hacerlo aquí en público– mientras esperábamos que nos trajeran los cornettos con Nutella.