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La apropiación de Fogwill

Schwarzböck termina así el ensayo con una autocrítica, citando a Bataille y confesando que su admiración por Fogwill la llevó a edulcorar su pensamiento.

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Rodolfo Fogwill. | cedoc

Bajo el título Estados alterados, Blatt & Ríos acaba de publicar un ensayo inédito que Fogwill escribió en el año 2000. Es un texto divertido, ligero, que recorre varios temas y muestra a un Fogwill amortizado, para usar un término que Perón aplicaba a su propia vejez: el tono es el del guerrero que ha librado mil batallas y que, no está dispuesto a ablandar su pensamiento sino a renovarlo haciendo gala de generosidad y de prudencia. Esas cualidades se conjugan en el elogio que le dedica a un poema de Gelman que habla de “corregir los errores del alma” y “empezar la lucha otra vez”. Fogwill escribe que se trata de “uno de los mayores poemas de esta tierra”, que es “conmovedor, vencedor, didáctico pero debe dosificarse con cuidado: corregir los errores del alma, junto a Gelman, pero sin compartir esa iluminación, que otra vez predispone a la lucha contra un enemigo claro”. Proféticas palabras. 

Iluminado, vencedor y didáctico es también “Materialismo despiadado”, el sustancial ensayo de Silvia Schwarzböck que acompaña, más que prologa los Estados alterados. Se trata de una monografía sobre el Fogwill ensayista que abolía la distancia entre literatura, política y vida. Schwarzböck presenta con agudeza y claridad la obra periodística de Fogwill, especialmente algunas tesis centrales de su período más prolífico en el oficio (1982-1985) y las durísimas reflexiones posteriores al respecto. Fogwill, explica Schwarzböck, se dedicó a “avivar a los vencidos”, a hacerle entender al progresismo que la victoria sobre la dictadura había sido una derrota encubierta en términos de redistribución de la riqueza y que esa derrota se prolongaría como parte de un mismo proceso durante los gobiernos de Alfonsín y Menem. La autora se deleita con algunos elementos de la prosa de Fogwill: el uso de las comas, el antibuenismo, el verdugueo, la apuesta a la malvinización y el enfierramiento culturales. Y no deja de repetir, casi en cada página, que Fogwill era marxista: a veces marxista liberal, otras marxista de derecha, marxista despiadado, marxista rearmado, marxista ortodoxo o marxista crítico, pero siempre marxista. A medida en que uno se va internando en el ensayo, descubre que se trata de una apropiación de Fogwill, una declaración de que, pese a todo, fue un camarada de ruta y que esa filiación le fue reconocida en un homenaje que no lo fue a su talento ni a su obra sino a su utilidad: “Es justo, entonces, que sus restos mortales, en 2010, hayan sido velados, como homenaje a su servicio a los vencidos, en la Biblioteca Nacional dirigida por Horacio González.”

Una vez apropiado en nombre de los vencedores, Schwarzböck describe como una transgresión inaceptable de Fogwill la pionera afirmación de que el número oficial de desaparecidos es un mito. Así como le parece brillante demoler el sentido común del progresismo en la era alfonsinista y lograr que el mundo cultural, comunicacional y académico “se fogwillice” en consecuencia, una embestida equivalente contra el núcleo del sentido común kirchnerista le resulta herética. Schwarzböck termina así el ensayo con una autocrítica, citando a Bataille y confesando que su admiración por Fogwill la llevó a edulcorar su pensamiento. Pero no hay nada más edulcorado que el respeto temeroso ante las ideas sagradas.