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El censurado secreto

Hay en la obra de Calasso una cualidad que puede confundirse con el esoterismo, pero tiene que ver más bien con la prudencia.

1-11-2020-Logo Perfil
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Murió Roberto Calasso. Había nacido en 1941 bajo oscuras circunstancias, cuando su padre estuvo a punto de ser fusilado por los fascistas. Entonces, morir a los 80 años era un signo póstumo de vejez, hoy pensamos que Calasso era joven. Hasta se puede predicar de él que nació viejo y murió joven. Tuvo una vida espléndida: leyó todo, editó lo que quiso, escribió sobre aquello que le importaba. Fue uno de los grandes intelectuales del último siglo y, sin embargo, su muerte despertó poco más que comentarios de ocasión matizados por las anécdotas que se cuentan de los personajes pintorescos, como si fuera una rémora de un tiempo en el que la gente era vieja a los 80 años.

Sin embargo, Calasso hizo las cosas desde una perspectiva insólita. Una cosa es describir la cosmogonía hindú y otra es sostener que es de una importancia capital para nosotros. Una cosa es hacer circular masivamente una pléyade de autores imprescindibles como Borges, Walser o Shiel y otra creer que el catálogo de su editorial Adelphi era menos una selección de grandes libros que un mensaje que había que entender en su conjunto, trazando la línea de puntos que los convertían en un único volumen. Hay en la obra de Calasso una cualidad que puede confundirse con el esoterismo, pero tiene que ver más bien con la prudencia, con la convicción de que no se debe vociferar en la era del Homo saecularis, ese  individuo “que se encuentra como solitario y desamparado protagonista en el centro de la escena”, ese hombre que ha debilitado todos sus vínculos hasta anularlos. 

De esa criatura que advierte la perturbadora inconsistencia que la rodea y no sabe cómo salir de ella, de ese pariente del Mr. Jones de Bob Dylan (alguien que también nació en 1941) dispuesto a cometer tropelías en nombre de la razonabilidad y el consenso, escribe Calasso en La actualidad innombrable (2017), uno de sus últimos libros, que contiene pasajes como este sobre los gobiernos democráticos actuales: “Se diría que se consideran responsables de las acciones y del destino individual de sus súbditos y que han comenzado a guiar e iluminar a cada uno de ellos en los diversos actos de su vida y, si es necesario, a hacerlos felices incluso contra su voluntad”, que anticipan la locura producida por el Covid. Calasso no acepta “cancelar lo invisible” como le reclama su tiempo y está en la condición “a la vez mísera y apasionante de quien no pertenece a ninguna confesión pero al mismo tiempo se niega a aceptar la religión de la sociedad”. En ese camino gnóstico, hay voces afines que forman una constelación clandestina que agrupa a los que practicaron “un gran juego” a lo largo de los siglos. Calasso señala algunos nombres de esa logia iluminada como los de Simone Weil, quien advirtió, entre tantas cosas, la relación entre la sociología con la superstición. O el de Élie Halévy, quien habló en 1936 de la “era de las tiranías” e identificó el fascismo y el comunismo no como ideologías sino como el gobierno de sectas secretas dispuestas a asaltar el poder y usarlo en su beneficio. Calasso es otra de esas voces que el ruido del tiempo tiende a acallar, en su caso como una curiosidad circense de la cultura o el falso elogio del “hombre renacentista”. Sus múltiples talentos funcionan como excusa para no prestarle atención.

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