Y, de pronto, sin que nada lo hiciera prever, me encontré viendo los dieciséis episodios estrenados hasta ahora de Ted Lasso, la serie de Apple que parte de la ridícula premisa de que a un oscuro entrenador de fútbol americano lo contratan en Inglaterra para dirigir a un equipo de la Premier League aunque Lasso (interpretado por Jason Sudeikis) nunca salió de Kansas y no sabe nada del deporte homónimo. Lasso es más tercamente optimista que James Stewart en Mr. Smith Goes to Washington, la película de Capra en la que un palurdo de provincia aprende a moverse en al campo minado de la política. Claro que aquí se trata de una comedia y Lasso no está tan indefenso como Smith porque sabe que el universo cabe en la memoria colectiva del cine, la televisión y el deporte (hay una escena, entre tantas con el mismo sentido, en la que el todo el plantel del club discute cuál es la mejor película de Scorsese). Dicho de otro modo, sabe que no hay otra cultura que la del entretenimiento y, aunque siempre esté en expansión, no puede escapar de sí misma, ya que no hay nada que no provenga o termine en un guión: así como las hazañas futbolísticas alimentan guiones futuros, los guiones actuales servirán de base para la conducta de los deportistas del mañana.
Después de todo, el desafío de Lasso se parece mucho al de Sudeikis: comandar un pequeño grupo (de guionistas, de entrenadores) cuya misión es salir adelante en un medio muy competitivo dirigiendo a sus jugadores o a sus actores (entre los que hay primeras figuras y secundarios, dueños y empleados, donde los resultados se miden en la audiencia o en la tabla de posiciones). Ambos, guionista y personaje (que son la misma persona), sostienen la idea de que no hay que ser necesariamente cínico para triunfar y se dedican a exaltar los valores nobles de la generosidad, la camaradería y la pertenencia.
El resto es cuestión de orientar la tecnología con un propósito. No importa si los recursos tácticos de los que dispone el Richmond AFC son un poco elementales o si los personajes se acercan bastante a la caricatura (hay un capítulo en el que la presentación de la serie los hace aparecer como dibujos animados), no importa que las escenas deportivas sean precarias o que los chistes sobre los ingleses resulten previsibles: el tono nunca deja de ser ligero y simpático. Así como los jugadores tienen funciones y personalidades distintas, los personajes cubren una espectro social y psicológico amplio, desde el humilde utilero devenido entrenador a la rica propietaria sedienta de amor y sexo, hasta el rudo veterano al nigeriano antiimperialista.
Pero tal vez el verdadero secreto de la serie sea que detrás de su amabilidad generalizada, asoma en los personajes y sus dilemas una base común de angustia, un miedo profundo a la soledad que los hace queribles y próximos más allá de su esquematismo. Y esa fragilidad remite a otra, ya que Ted Lasso es la gran serie de la pandemia o, mejor dicho, de su negación: comenzada antes de que empezaran las restricciones y continuada cuando estas empezaban a declinar, resulta una elocuente evocación de un mundo idéntico al del momento de su estreno pero sin confinamientos, sin barbijos, sin distancia social, con el pub abierto y el estadio lleno. Ese mundo en el que la gente se amontonaba en la tribuna y eso ya era una fiesta.