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La Argentina y la crisis de la bruschetta

La entradita de pan y tomate se convirtió en un plato de lujo y en una metáfora de la realidad mediada por malas políticas públicas y factores climáticos.

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Como ustedes saben, la bruschetta es, si me perdonan la definición poco culinaria, una variante de “entradita” a base de pan tostado y tomate, junto con otros ingredientes que le dan un especial sabor. Obviamente, siendo a base de pan y tomate, se ha convertido, en los tiempos que corren en la Argentina, en un plato casi prohibitivo, de lujo, a la altura del caviar ruso, las trufas francesas o el pulpo español.
En verdad, la bruschetta es una gran, o pequeña, metáfora de la realidad macroeconómica argentina.

En efecto, el alto costo actual de una bruschetta es una combinación de malas políticas públicas, que generaron una baja sustancial en la oferta de trigo, insumo básico para la fabricación de harinas, y el encarecimiento del tomate por factores estacionales y climáticos. En otras palabras, se combinan, en esta pequeña pieza gourmet, los elementos que caracterizan hoy nuestros problemas económicos. Las consecuencias de una pésima política de precios, incentivos y reglas que destruyen mercados, y no sólo el del trigo. Y circunstancias “exógenas”, algunas derivadas del clima, otras de la política de la Reserva Federal de los Estados Unidos, otras de lo que sucede con nuestros socios comerciales.

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Veamos. La tentadora idea de “independizar” los precios locales de la energía y de los alimentos de los internacionales, mediante una maraña de subsidios públicos, precios máximos, restricciones e impuestos a la exportación, y de subsidios “privados”, desde los productores de insumos hacia el resto de la producción, la comercialización y los consumidores, tuvo favorables efectos de corto plazo, y nos permitió vivir el argentine dream de precios baratos de la energía, el transporte y los alimentos, manteniendo a los consumidores y votantes contentos, con salarios reales y empleo en crecimiento, y permitiéndole, a su vez, a la Presidenta, dar cátedra a sus colegas en los foros internacionales.

Simultáneamente, nuestro país gozaba de factores exógenos, estructurales y coyunturales favorables. Lo que dimos en llamar, por taquigrafía, “el viento de cola”.
Estructurales, por el ingreso al mercado de producción y consumo de millones de personas en el mundo que, hasta ese momento, pertenecían al ámbito de la economía de subsistencia y que cambiaron su dieta alimenticia y el mapa global de la producción y demanda de bienes de todo tipo.
Y cuestiones coyunturales, derivadas de la política de “tasa cero” e inundación de liquidez de los bancos centrales de los países centrales, que intentaron, e intentan, como malos sustitutos de la política fiscal de largo plazo, superar la crisis financiera y de deuda, y salvar al mundo de una depresión mayor.

Pero el objetivo de mantener precios relativos internos artificiales y en contradicción con los del mercado mundial obligó a pagar crecientes subsidios, con su efecto sobre la explosión de gasto público, presión tributaria y emisión monetaria, que terminaron afectando la tasa de inflación y la competitividad. Y se generó, asimismo, un fuerte desincentivo a la producción interna de los bienes cuyos precios fueron intervenidos. La consecuencia es que ahora hay que importar cantidades crecientes de insumos energéticos, transformando los subsidios en pesos en subsidios en dólares, afectando la balanza comercial y las reservas del Banco Central. Y obligando a “racionar” por precio o por cantidad lo que no se quiere o puede importar. Más el control de cambios y la prohibición de comprar y vender dólares, lo que implicó la destrucción del mercado inmobiliario que comercializaba en dólares y distorsionando, también, por la brecha entre el dólar oficial y el libre, el mercado financiero, la demanda de automóviles de lujo, etc. Mientras la inflación y la incertidumbre sobre las señales de precio y tipo de cambio hace caer el salario real y frena la inversión y el empleo.

Mientras tanto, la Reserva Federal amenaza con empezar a endurecer, en el margen y muy lentamente, su política monetaria, y China e India crecen más lento. Los precios de las commodities dejan de subir, y la región, en particular Brasil, pierde sex- appeal.

En síntesis, malas políticas públicas para el “pan” y el fin del viento de cola, o al menos viento convertido en leve brisa, para el “tomate”.

Todo en medio de un proceso electoral, y con un gobierno que considera que la solución es profundizar los errores.