Todos repiten el mismo sermón: hace falta un plan. Profesionales o amateurs de la economía coinciden. Por supuesto, ninguno dispone de un ganapán en el Gobierno. Se exige un programa como si una hilera de promesas fueran los Diez Mandamientos, los que por otra parte se burlan con demasiada frecuencia.
Tampoco ese listado va a resolver la crisis económica, hoy más cerca del precipicio que hace un mes: solo ha logrado postergación para el tema deuda. Pero la candidez técnica supone que la atadura a un plan mejorará la negociación, alentará inversiones, mejorará la tasa de crecimiento y le dará oxígeno al FMI para que vuelva a prestarle plata al país y no lo mande al vestuario antes de tiempo. Importa más que Alberto viaje a Tel Aviv que presumir de un brutal ajuste.
Candidez. Abunda la candidez en ocasiones: se ignora que a Macri le concedieron el mayor préstamo del organismo sin que presentara y cumpliera un programa serio, solo no cierta corrección política que le interesaba a Trump (a propósito del ingeniero en situación de reposo, un dato colateral para este boletín: no va más en la política, como en la ruleta, ya le ha confesado a su familia, o su familia le ha arrancado la garantía, que terminó su ciclo en esa actividad y no piensa en postulaciones).
No parece que los Fernández dispongan de una partitura global y, en todo caso, reiteran por boca de Guzmán –quien se apartó de aquella afirmación inicial de que solo se pronunciaría por escrito– los mismos amores de estudiante de Macri, como los “brotes verdes” o el fin de la inflación, medidas desflecadas que se amparan en la misma convicción: esto lo hacemos nosotros, no lo imponen los de afuera. Demagogia casera.
Para colmo, en menos de dos meses se suma al elenco oficial Roberto Lavagna, quien como ministro jamás esbozó un plan y se retiró, medianamente aprobado, de la administración, tras denunciar la cartelización de la obra pública de Kirchner, ese ejercicio corrupto que a la Justicia le resulta engorroso investigar y, más, condenar, pese a los testimonios.
Las indefiniciones de Guzmán cambian el humor del mercado
Lavagna llega y propone rescatar una institución de infeliz cierre en tiempos de Gelbard, cuando el empresario Julio Broner era su titular. En este caso, promueve un instituto presuntamente autónomo del Gobierno, avalado por el Senado, con mandato por cinco años –podría continuar con otra administración– y cuyo director deberá ser bendecido por la Cámara alta, como debiera ser con el presidente del Banco Central.
Distinciones con el pasado, tal vez, para que nadie confunda a Lavagna como un álter ego en Economía, una réplica del doble comando que muchos se empeñan en manifestar en el Ejecutivo, entre Cristina y Alberto. Difícil evitar esas comparaciones.
Stiglitz. Nadie se ha alarmado hasta ahora por las declaraciones de Joseph Stiglitz, quien alardeó de quitas a los bonos y un conocimiento privilegiado de lo que hará Economía, sin ser funcionario, que bordea el delito: inside information.
Debe ser impericia universitaria, ya que nadie puede imaginar que el Nobel goce con la caída que provocó de precios en títulos y acciones, el aumento del riesgo país de la Argentina, y menos que participe de un negocio espurio por revelar esos datos.
El maestro complica al alumno Guzmán, quien viajó a EE.UU. luego de levantar una polvareda inútil para sancionar esta semana una ley sobre la deuda. Hizo conferencia de prensa, dijo poco y ni los abogados más puntillosos entienden la necesidad de la norma, a menos que sea una forma de protección personal por eventuales juicios. Ya existe una norma de administración financiera que habilita lo que en general se postula, sobran las facultades, inclusive para manejar el tema de la jurisdicción (o sea, darles a los acreedores en pesos cobertura de Nueva York en compensación por la poda que piensan aplicar). Tampoco se entiende la pretensión de incluir a provincias con buen crédito (Córdoba, CABA) en un paquete de otras insolventes, a menos que rija la premisa de “achatar para abajo” que ha expuesto Cafiero para las jubilaciones.
Igual cuesta saber lo que hará Rodríguez Larreta: casi no protestó por la quita que le hicieron a la Capital Federal, parece que se ha tentado con un entendimiento con Fernández –habrían convenido también Cafiero y Nicki Caputo, el hermano del alma de Macri– sobre ventas de inmuebles del Estado en el distrito porteño.
Los planes de Larreta: municipalizar la gestión y evitar conflictos nacionales
Otro detalle: no se necesita una ley para bajar las comisiones a los bancos, que estos engordan con otros atributos, como saber de antemano lo que va a ocurrir. De ahí que el tratamiento de la ley Guzmán sea más una pérdida de tiempo que un error.
Es de confiar que otra ley, la que ensaya Guillermo Nielsen para Vaca Muerta (de donde se retiran equipos e interviene el Gobierno para evitar despidos), dé alternativas seductoras para un rubro en declive, aunque su anuncio de hacer un gasoducto para vender energía a Brasil sonó algo remoto frente a la existencia de dos líneas de interconexión eléctrica que hoy podrían empalmar con ese país.
Parece que las internas en Energía (ya van dos renuncias) y en YPF (figurar en el directorio y no por honor) hasta obligan a desentenderse de lo que tienen a mano.
Israel. Fernández logró capear ciertas reticencias internacionales con su gobierno en su travesía a Israel, aunque hubo más fotos que entrevistas con otros líderes. Pero hay medios que venden más por las fotos que por sus contenidos. Le cayó bien a Trump, también al primer ministro Netanyahu que busca la reelección.
Sin embargo, con lo intempestivo del viaje (levantaron una audiencia en Brasil ya comprometida), ni tiempo hubo para que algún torpe de la embajada y hasta de la Casa Militar le avise al Presidente que debía llevar traje oscuro y no claro en la ceremonia, una falla no solo estética.
También sirvió para armonizar personalidades distantes, Solá con Beliz y viceversa, o recomendaciones del canciller a Kiciloff sobre la forma de gobernar la Provincia.
También para acercar a un empresario de la colectividad, un amigo de años de Alberto, que agregó contactos e impulsó el periplo ordenado por Cristina, justo el mismo que estuvo en la cercanía de la dama cuando ella gobernó golpeándose el pecho de fidelidad, y que ya en la administración Macri se volvió a azotar el pecho para reconocer que se había equivocado con la gestión de la viuda.
En esta ocasión, más sigiloso, evitó los golpes: tiene el pechito lastimado.