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presencia del hombre murcielago

La ciudad maldita

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Recuerdo la primera vez que vi a Batman. Debería tener seis o siete años y aún hoy –que tengo cuarenta y ocho– las imágenes de aquella noche vienen nítidas. Habíamos ido con mi mamá para el Día del Niño a un supermercado gigante que se llamaba Satélite. Recuerdo la playa de estacionamiento que cruzamos caminando, yo de la mano de mi mamá, mi hermano menor de mi mano. Y una vez adentro del mall (pero en esa época no había malls, ni shoppings, ni hipermercados ni patios de comida, sólo supermercados como la cadena Satélite y los Minimax que, decían, eran propiedad de Rockefeller y por eso la guerrilla urbana de izquierda le solía poner bombas), dimos de frente con una construcción fantástica que estaba emplazada en el centro del predio y que era la Baticueva. Cuando salías de recorrer la Baticueva, estaba el Hombre Murciélago esperándote. Era un tipo inmenso, muy cordial, que nos dio un beso a mí y a mi hermano y que nos sentó sobre sus piernas para que los fotógrafos de Satélite retrataran el momento único. Mi mamá no debe haber comprado la foto porque nunca la vi. Pero esa noche y los días siguientes estuve poseído por la presencia del Hombre Murciélago. Había estado con Batman, había hablado con él. Se lo contaba a mis primos y a mis compañeros de escuela. No era un dato menor para mí –como estar, por ejemplo, con Papá Noel– porque un tiempo atrás, y esto fechado seguro antes de empezar la escuela primaria, yo había tenido en mis manos y mirado hasta el cansancio un ejemplar de Batman que estaba en mi casa y que pertenecía  a mi primo –que era como un hermano mayor–. De eso tampoco me puedo olvidar. Es una tarde de sol y tengo la revista Batman que publica la editorial mexicana Novaro, que se distribuye en Argentina. Batman y Robin miran a través de una claraboya a un hombre enmascarado. Detrás de ellos se ven retazos de la ciudad y una luna amarilla en el cielo. A la izquierda de la tapa hay un globito de diálogo, pero yo no lo puedo leer, porque no sé leer, pero me vuelve loco imaginar lo que están diciendo. El globo sale de la boca de Batman. Cuarenta años después de mucho buscar, encontré esta revista en un puesto de cómics del Parque Rivadavia. Fue el momento Proust. La compré. La tengo envuelta en papel celofán para preservarla en la biblioteca de mi casa. Finalmente, Batman dice: “¡Oh, Robin, Incógnito descubrió nuestra personalidad secreta! ¡Mira!”. Al costado, un titular con letras negras y fondo verde, dice: “El plan que conmovió a Ciudad Gótica: nombres secretos a la venta”. La decadencia y caída del Imperio Austrohúngaro produjo grandes escritores: Kafka, Broch, Musil, Freud, Hofmannsthal. La decadencia de una urbe maldita como Ciudad Gótica produjo a Batman. En los años 70 la ciudad de Nueva York está sitiada por las ratas que salen de los basurales provocados por la huelga de recolectores de basura. Hace un calor infernal y hay apagones. El crimen riega las calles y los niveles de corrupción dentro de la policía son inmensos. Un lunático mata gente a la que sorprende besándose en los coches, por las noches, y manda cartas a la prensa donde dice que cumple órdenes de San, su padre. Hay choques entre los guetos de negros, latinos y judíos, y cuando parece que todo va a explotar, de ese fermento surge la música disco. De manera que las culturas moribundas producen, a veces, situaciones revolucionarias de gran belleza y fervor. Recién en el ejemplar número 48 de Detective Comics de 1941, apareció Ciudad Gótica como marco de las aventuras de Batman. Bill Finger –coguionista de Bob Kane– creó la ciudad inspirada en la peligrosísima ciudad de Pittsburg, Pennsylvania. Gothan, como se escribe en inglés, suena, cuando se lo pronuncia,  God Damn (maldita), que es un antiguo sobrenombre de Nueva York. A veces Gothan City irrumpe en la vida cotidiana, real, como el 19 de julio de 2012, en el estreno de El caballero de la noche asciende, cuando James Holmes, con el pelo teñido de rojo, caracterizado como el Jocker, entró y mató a 17 personas a los tiros en Denver, Colorado. Acá uno conjetura que siempre es mejor, como me pasó a mí, encontrarse con Batman y no con el Jocker.