Contra una desmesurada opinión desfavorable, generada por información errónea, esta semana se podría conocer la aceptación del gobierno de Israel a la candidatura de Cristina Caamaño como embajadora en ese país. Luego del último acuerdo en el Senado, el placet se envía a Tel Aviv y, en estas cuestiones de estilo, ninguna cancillería suele realizar el procedimiento sin haber obtenido antes la venia del país receptor. Aunque hay algunos antecedentes en contrario y el ministro Cafiero no ofrece garantías de idoneidad.
Pesa, claro, la fuerte presión política opositora y de algunos miembros de la misma colectividad para impedir la colocación de la ex titular de la AFI en tierra judía.
Para colmo, la pretensión diplomática coincide con el extraño episodio del avión aterrizado en Ezeiza con personal iraní y venezolano, lo que tal vez nuble un trámite que parecía acordado en silencio y a pesar de la cortina de objeciones a la designación de una funcionaria gris en tiempos de los Fernández, que se destacó por la imprudencia de revelar identidades de agentes de inteligencia en otras naciones.
Además, esta ex fiscal era caratulada como una cristinista entusiasmada con los procesos de proclamada revolución en el continente y simpatía por gobiernos populistas no precisamente amigos de Israel. Al respecto, ya cuarentona la mujer, en su propia biografía se puede encontrar una foto de ella con Fidel Castro, con devaneos de cholula como si fuera una fanática de Sandro.
Lista de detalles. La catarata de críticas a la postulación de Caamaño no registró dos detalles. Uno, al margen de afinidades partidarias, en los hechos se le reconoce a la ex jefa de espías una especial colaboración con el Mossad, organismo de inteligencia que avalaría la nominación de la embajadora. Sólo los expertos deben conocer el vínculo y los episodios coincidentes que reunieron a la mujer desde la AFI con una de las mayores organizaciones de esa especialidad.
El otro punto se refiere al origen: Israel, sin confesarlo públicamente, requiere de embajadores extranjeros que no sean de confesión judía, ya que esa pertenencia –entienden– suele confundir los resultados de la gestión. Curiosa discriminación.
En ese aspecto, Caamaño supera a otro aspirante de apellido judío que recomienda uno de los hombres más relacionados con la administración permanente de Tel Aviv, el empresario Mario Montoto, líder de operaciones comerciales en materia de seguridad desplegadas en todo el país y sin distinciones partidarias. Un hombre citado con respeto en todos los mitines militares y con la capacidad suficiente, aún en estos tiempos, de imponerle una jerarquía pasada a Emilio Pérsico, actual líder del Movimiento Evita y funcionario de Desarrollo Social, por el pasado común en Montoneros.
Otras singularidades que rodean a la probable designación: aquí en la Argentina pronto cesa en funciones la representante de Israel, Galit Ronen, no demasiada apreciada por su simpatía, menos por su competencia. Una muestra fue el último comunicado sobre el caso del avión paralizado en el aeropuerto: brama con rabia por ese hecho y, al mismo tiempo, felicita al gobierno de Alberto Fernández. Raro.
Malos recuerdos. Tampoco se guardará excelente recuerdo de la obra del ex gobernador entrerriano, Sergio Urribari, como delegado argentino en Tel Aviv, todavía cómodo en la residencia, un devoto de Cristina y feroz censor de Alberto F: le queda poco de placidez, afronta en su provincia uno de los mayores castigos judiciales a un dirigente político, seis años de prisión y suspensión de por vida para ejercer cargos públicos. Claro, para él es un caso de lawfare y no separa de ese proceso a quien hoy está en la gobernación, su presunto compañero en el peronismo Gustavo Bordet.
En cuanto al nombramiento de Caamaño, habrá que esperar la respuesta al placet, normalmente conciliado, aunque con los grandes países (Estados Unidos, Francia, Inglaterra, por ejemplo) resta la aprobaciòn de los parlamentos respectivos.
Casi siempre, no contestar es la forma que disponen los gobiernos para rechazar la designación. Pocas veces ocurre. Sucedió con el penúltimo y respetado embajador en Israel, Mariano Caucino, quien tuvo una negativa de Moscú cuando se lo pensaba enviar a Rusia.
Otro episodio semejante ya había ocurrido cuando el tándem Raúl Alfonsín-Dante Caputo tropezó con su propósito de ubicar al peronista Omar Mohamed Vaquir en Bulgaria, quien fue objetado por otro país (Arabia Saudita) en recuerdo de su paso por la embajada en Libia cuando Isabelita Perón era presidenta y Muamar el Gadafi se había convertido a un particular socialismo violento: fenómeno de transmutación que no le impedía hacer tratos con José López Rega.
El frustrado Vaquir de esos tiempos, también legislador por Santiago del Estero, había tenido fuerte influencia sobre Perón, era su urólogo y solía repetir como diversión: “Soy el único que le mete el dedo en el culo al General”.