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La diatriba es enemiga de la ética periodística

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Bión De Borístenes. Filósofo cínico griego que acuñó el término “diatriba” en el siglo III A.C. | cedoc

La crítica a hechos o personas (públicas, en particular) es un recurso válido en el lenguaje periodístico. Implica, necesariamente, respaldarla con argumentos sólidos, o al menos con datos accesorios imprescindibles para que esa postura implique un aporte a sus destinatarios, el público, los lectores, los oyentes, quienes consumen televisión o participan en redes sociales.

Dije lenguaje periodístico, es decir que se trata de lo que aplican quienes ejercen este oficio cuando proponen comentar esos hechos o personajes. 

En los últimos tiempos, parte de los periodistas que ocupan espacios de amplia audiencia han abandonado el concepto de crítica para pasar a otro, en verdad opuesto al buen ejercicio de esta profesión: la diatriba. En el siglo III a.C., el filósofo cínico griego Bión de Borístenes aplicó por primera vez este término en el marco de las lecturas morales populares de tono polémico. La diatriba, entonces, no sería entonces un recurso condenable en el marco de la ética periodística, aunque el paso del tiempo la equiparó a la invectiva. Es decir: un escrito o dicho injurioso, violento y solo fundado en las palabras y no en argumentos sólidos. Algunos ejemplos de lo que estamos viendo y escuchando en estos tiempos de virulencia creciente por parte de comunicadores alineados a uno u otro lado de la llamada grieta. Es diatriba cuando periodistas de reconocido prestigio (o no tanto) embisten contra la vicepresidenta calificándola como “psicópata”, “delincuente”, “corrupta”, etc.; es diatriba cuando comunicadores y comunicadoras (ya no periodistas, simples militantes) dicen que tales o cuales fiscales o jueces responden a intereses espurios en procesos judiciales que afectan a integrantes de gobiernos actuales o previos.

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En definitiva, de lo que se trata es de hacer buen o mal trabajo en este oficio de comunicar intentando el mayor acercamiento a la verdad. La diatriba queda fuera de lo que la ética periodística indica como correcto. 

(Las referencias que incluyo a continuación se basan en un breve artículo publicado en 2017 en 20 Minutos por Alfred López, un buceador de curiosidades que tiene su blog en España).

El 25 de septiembre de 1690 llegaba al público el primer periódico de lo que sería un siglo después Estados Unidos. Lo fundó Benjamin Harris, que se exilió de Inglaterra (donde era perseguido por sus ideas liberales) y se afincó en Boston. En ese número de Public Occurrences Both Foreign and Domestik (Ocurrencias públicas tanto nacionales como extranjeras), Harris registró lo que se considera el documento pionero en materia de ética periodística. En él se encuentran ya los conceptos de verdad, objetividad y exactitud como cualidades esenciales de la noticia informativa. Se condenan los falsos rumores y se proclama el derecho a rectificar los eventuales errores. 

La publicación constaba de cuatro páginas, pero tan solo en tres había texto escrito, dejando el editor la última en blanco para que fueran los propios lectores quienes escribiesen en ella de su puño y letra lo que creían que era noticia local y posteriormente ese ejemplar (que pretendían que tuviera una periodicidad de publicación mensual) pasaría a manos de otro lector, quien no solo leería las noticias publicadas por el editor sino también las aportadas por otros lectores antes de llegar a él. Una muy curiosa y original forma de periodismo participativo de finales del siglo XVII y que ahora parece tan actual. 

Duró un solo número: los comentarios críticos que Harris hizo sobre la guerra que el rey Guillermo III de Inglaterra mantenía contra Francia motivaron que, tres días después de su aparición, el periódico fuera clausurado y se dictara una orden en la que se prohibía cualquier tipo de publicación no oficial.