COLUMNISTAS
CONFLICTO AGRO-GOBIERNO

La dinámica del desencuentro

El conflicto agrario va a una vía muerta si se pretende resolverlo por pulseada, como desde hace un año. Como en las películas de Rocky los dos boxeadores están exhaustos, pero siguen golpeándose. Puede que uno gane. Las consecuencias de los golpes las sufren ambos.

Eduardomacaluse150
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El conflicto agrario va a una vía muerta si se pretende resolverlo por pulseada, como desde hace un año. Como en las películas de Rocky los dos boxeadores están exhaustos, pero siguen golpeándose. Puede que uno gane. Las consecuencias de los golpes las sufren ambos.

El Gobierno, advertido de la falla de cálculo en la 125, hizo una épica de un error administrativo. Embistió contra chacareros de unas pocas hectáreas a los que empujó en brazos de la CRA y la SRA.

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Vio allí a una oligarquía que no encontró en empresas petroleras, banqueros, industrias mineras, zares del juego, megaconstructores, empresarios del transporte y hasta en las mismas exportadoras de cereales. Con éstos cerró acuerdos y estableció subsidios multimillonarios que constituyen un saqueo y un obstáculo para distribuir con justicia la riqueza. Después de seis años de crecimiento de la economía hay un tercio de la población en la pobreza, un 10% está en la indigencia, las economías regionales no se recuperan.

Lo más inteligente hubiera sido desagregar del conflicto con estímulos económicos y rebajas al 80% de los productores. Eso permitía recaudar el 80% del dinero en juego y dejar a los grupos más concentrados del sector solos en la confrontación. Pero las medidas no llegaron o llegaron tarde y mezquinadas: un pucho caído en la alfombra se apaga en el momento con un vaso de agua. Tres horas después un barril es insuficiente.

Los ruralistas obran azuzados por la bronca de abajo, la voracidad electoral opositora e indisimulables acuerdos de una porción del establishment. Mordieron la banquina institucional en un juego del que es difícil bajarse. Imaginaron dos objetivos simultáneamente imposibles: alinearse electoralmente con la oposición para lijar al Gobierno y conseguir con ese mismo Gobierno un acuerdo razonable.

Una parte de la dirigencia opositora encontró en el paisaje bucólico un motivo para revivir y adelantó el reloj electoral. Sólo así pueden explicarse sus furiosas reacciones frente a cada posibilidad de encauzar el diálogo.

Lanzado a rodar, el desencuentro tiene su propia dinámica contagiosa: un tiempo después nadie recuerda quién tiró la primera piedra. Así vimos expresiones de violencia verbal y física inaceptables. El Gobierno aduce que nunca se había exportado más que en estos años. Que el tipo de cambio perjudica a la mayoría de los argentinos pero beneficia a los exportadores. Que los que tienen más tienen que contribuir, que es poco solidario cortar las rutas cuando se tienen ingresos que superan largamente a los de los más desposeídos.

Y tiene razón. También tienen razón los productores cuando dicen que no se entiende cómo es la producción agraria, que no se los escucha y que se les ha mentido reiteradamente. Como en las tragedias griegas todos tienen razón. O todos tienen razones. Sin advertir que el futuro está inscripto en el pasado. De ahí las dificultades para cerrar el conflicto. ¿Cómo explica el Gobierno a los propios que acuerda con una oligarquía voraz? ¿Cómo explican los productores que han acordado con un Gobierno que les va a mentir? ¿Cómo evita la mesa de enlace que la oposición le cobre ante sus bases lo que tengan que resignar para llegar a un acuerdo?

A un año del conflicto, el resultado es negativo para casi todos. El Gobierno sufrió una durísima derrota política. Los productores soportan un castigo económico. El Estado perdió la posibilidad de recaudar, mejorar la producción y llegar a otros mercados. Sólo gana una franja de la oposición, que recoge los votos que perdió el Gobierno y por eso prefiere golpear en la herida a resolver el conflicto. Esto ocurre en una sociedad angustiada por la incertidumbre, hastiada del conflicto y aturdida por enormes problemas más graves como el hambre, el desempleo y las carencias en la salud pública.

A esta altura, la única salida posible es a la vez la más justa y razonable: sacar el tema de la agenda electoral y formar un consenso amplio sobre la base de los puntos comunes que tienen los proyectos oficialistas y opositores: preservar la recaudación estatal, segmentar las retenciones aliviando al pequeño y mediano productor; y abordar el conjunto de la agenda agropecuaria.

La vía del consenso tiene la ventaja adicional de generar un horizonte previsible para los productores. El bloque del Sí procura esta salida.

Sabremos así si tenemos dirigentes con visión de Estado, o caciques que sacrifican en el altar de las urnas la posibilidad de un acuerdo en un área estratégica.

*Diputado nacional por Solidaridad e Igualdad.