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La economía de la grieta

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Repudio. El viernes en Plaza de Mayo se plasmó el repudio al ataque a la vicepresidenta. | Pablo Cuarterolo

Las últimas dos semanas de crispación y fuerte discusión política (aún antes del intento de magnicidio del jueves) coincidió con una delicada gestión del ministro de Economía en Washington para presentar su programa económico e intentar convencer al principal acreedor (el Fondo Monetario Internacional) que esta vez hay un plan y que se podrá cumplir. Una misión que se dificulta no tanto por la capacidad de persuasión de un político que se siente cómodo con interlocutores del poder económico, sino por el historial de los sucesivos incumplimientos incurrido por sus antecesores.

La incógnita que se agregó ahora es, precisamente, si la mayor agitación política terminará oficiando como un paraguas para sus gestiones o, si, por el contrario, restringirá su elaborado margen de maniobra obtenido luego de haberse caído la “opción Batakis” y con la resignación del ala K de la coalición.

Se supone que enfrentar los problemas económicos en un país que, como Argentina, hace poco más de una década muestras signos de estancamiento y de notorio retroceso comparado con sus vecinos en el último medio siglo, requeriría un programa de largo alcance sobre el cual recomponer dos variables claves y vinculadas íntimamente, sin las cuales todo esfuerzo resultará efímero y de efecto restringido a un segmento aislado.

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Elevar considerablemente la tasa de inversión sobre el PBI (hoy en un piso del 16% anual promedio para el último lustro) y el empleo formal, es la manera de volver a un sendero de desarrollo que, a su vez, constituye la condición necesaria (aunque no suficiente) para disminuir la pobreza, erradicar la marginalidad y llevar la inflación a tasas civilizadas.

Un programa ambicioso que se convierte en utópico si es solo sostenido por una parte de la sociedad o los líderes que la representan. Es la teoría de los profesores Roberto Vassolo (IAE) y Santiago Senna (Universidad de Montevideo) presentada en su último libro El negocio de la grieta.

Allí, sostienen que, ante la dificultad de realizar acuerdos básicos plasmados en una hoja de ruta compartida, aparece de una y otra facción, la grieta como una excusa para no construir alternativas sostenibles. De nada sirve realizar planes que cierran solo en las planillas Excel si luego no tienen el respaldo político necesario para ejecutarlas. Pero tampoco lleva a ningún lado un programa con consenso si el resultante es una fórmula que no lleva a los objetivos buscados.

Una economía atravesada por el paradigma de la grieta implica una visión en blanco y negro de la realidad, que hasta sin proponérselo, tiñe en esa noción binaria cualquier diagnóstico agregándole la etiqueta bueno-malo, amigable-tóxico o popular-neoliberal que solo sirve para esterilizar las iniciativas.

Bajo ese parámetro se inscriben propuestas tan poco realistas como cerrar la canilla fiscal de un día para otro “echando a los ñoquis acumulados” o aludiendo al “gasto político” como alfa y omega del patrimonialismo argentino sin entender cómo se compone, cuál es la esfera federal y cuál la provincial, la división entre flujo y stock de erogaciones y, sobre todo, cuál es la aproximación para llegar al óptimo de equilibrio. Pero tampoco sirve no tomar por las astas el gigantesco default del sistema previsional argentino, en el que conviven jubilados de privilegio con o sin aportes previos, sistemas que se superponen y beneficiarios que tienen más de un haber combinado; con pasivos que obtienen una ínfima proporción de sus ingresos promedio. O la eterna indefinición de la Ley de coparticipación federal de impuestos, una deuda que ya tiene 25 años de retraso según lo prescripto por la Constitución Nacional de 1994, que castiga, por ejemplo, a la Provincia de Buenos Aires al recibir solo la mitad de lo que genera tributariamente.

A propósito, llama la atención que, en todo este tiempo, las sucesivas bancadas legislativas bonaerenses (setenta diputados sobre 256) no se hayan puesto este tema como prioritario y se optó por mendigar fondos en una impostada relación con el gobierno federal de turno. O la teoría defendida por el núcleo duro liderado por el actual gobernador, que la emisión monetaria necesaria para mantener el estatus quo, no tiene impacto inflacionario de relevancia. La evidencia muestra lo contrario en todo el mundo (también en Argentina, claro), queda también sumida en la trampa de la grieta.

Enfrentar a la inflación en la guerra ya declarada por el Presidente, parte así de un diagnóstico errado que es solo entendible por la confusión turbada por la dialéctica.

Pero si lo que se persigue es romper el círculo vicioso del estancamiento, la épica será útil para acompañar el esfuerzo necesario en lugar de anularlo.