COLUMNISTAS
RETORNO DE LA DEMOCRACIA

La estabilidad institucional no corre peligro

El retorno a la democracia lo viví con profunda emoción, aunque si fuera más preciso diría que lo hice conmovido. Sin embargo, la emoción que se manifestó inicialmente tardó un tiempo en transformarse en conmoción, a medida que tomábamos conciencia del momento histórico que estábamos protagonizando.

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El retorno a la democracia lo viví con profunda emoción, aunque si fuera más preciso diría que lo hice conmovido. Sin embargo, la emoción que se manifestó inicialmente tardó un tiempo en transformarse en conmoción, a medida que tomábamos conciencia del momento histórico que estábamos protagonizando.
Integro una generación que sufrió la persecución por razones políticas y, a diferencia de otros sectores de la misma generación, nunca abdicamos del objetivo de reconquistar el origen legítimo del poder político, base de toda democracia. No nos ganó la indiferencia traducida en el apoliticismo que pregonaba la dictadura y tampoco el vanguardismo elitista de la violencia individual o colectiva como práctica que sedujo a vastos sectores de esa generación.
En nuestro país, Argentina, se produjo una transición a la democracia denominada de “ruptura”, es decir no pactada. Esto se debió esencialmente a la derrota militar en Malvinas, que produjo como consecuencia inmediata un debilitamiento extremo de la dictadura. El poder militar tuvo pocas posibilidades de imponer condiciones, pero a su vez nuestra acción también se lo impidió. Cito como el inicio del vértigo el acto realizado en la Federación de Box de esta Capital –que tuvo como orador central a Raúl Alfonsín– donde el desborde de concurrencia fue un termómetro que marcó el hartazgo del pueblo argentino con la junta militar.
Las históricas concentraciones multitudinarias, tanto frente al Obelisco como frente al Monumento a la Bandera en Rosario, preanunciaban el triunfo en las urnas. Sin embargo, la responsabilidad que nos abrumaba, cargada de temores fundados sobre la posibilidad de fraude y violencia, que se habían expresado durante la campaña, impidió que la emoción estallara hasta que no se tuviera total seguridad sobre el resultado.
La asunción, el 10 de diciembre de 1983, dio lugar a la puesta en marcha de una cantidad de medidas que hoy ya forman parte de la historia argentina. En particular las vinculadas a la reivindicación de los derechos humanos y la vigencia de las libertades públicas, basta recordar la derogación de la mal llamada Ley de Pacificación Nacional, que era una amnistía, el juzgamiento de las juntas militares por terrorismo de Estado, la creación de la Comisión Nacional sobre Personas Desaparecidas (Conadep), presidida por Ernesto Sabato e integrada por personalidades y por tres legisladores del radicalismo, la firma y adhesión de tratados y pactos internacionales para el respeto de los derechos humanos, como el Pacto de San José de Costa Rica y el de Naciones Unidas. Todo esto se realizó en un contexto internacional donde se observaba que tanto Brasil como Chile, Uruguay y Paraguay pactaban y acordaban amnistías por los crímenes cometidos con sus respectivos gobiernos autoritarios.
En otros órdenes, como el internacional, se rompió el aislamiento al cual la dictadura nos había sometido, con iniciativas trascendentes, tales como el Acuerdo de Paz y Amistad con Chile por la cuestión del Beagle, que nos tuvo al borde de la guerra en el año 1978, y el acuerdo con Brasil para dar inicio a la creación del Mercosur.
En el orden interno se pusieron en marcha el Plan Alimentario Nacional y el Congreso Pedagógico, y se sancionaron leyes como la de Patria Potestad Compartida y la de Divorcio Vincular.
Nuestras mayores dificultades estuvieron en el ámbito económico, ya que las condiciones externas eran muy desfavorables, tales como bajos precios de nuestros productos primarios y altísimas tasas de intereses en los países centrales, que produjeron una colosal fuga de capitales a esas plazas seguras y rentables cuando más se necesitaba en nuestro país la inversión para consolidar la transición a la democracia. Por algo a la década del 80 en todos los estudios hoy se la califica como la década de la recuperación democrática, pero también como la “perdida” desde el punto de vista económico para América latina.
Las asignaturas pendientes de la democracia recuperada hace 25 años están esencialmente constituidas por la falta de equidad social, que lleva a la marginalidad y a la pobreza a millones de argentinos.
También falta consolidar un sistema de partidos políticos fuertes, sólidos y representativos que sean acreedores de la confianza y credibilidad popular. Hoy está presente un peronismo hegemónico, populista, con todas las variables ideológicas y una “democracia de candidatos”, que da lugar a una inagotable feria de vanidades en lugar de una verdadera democracia de partidos políticos fuertes. Esto se puede remediar poniendo en marcha una reforma política que tiene amplio consenso sobre sus contenidos.
También constituyen asignaturas pendientes la falta de amparo y seguridad, la degradación institucional, la decadencia en el sistema educativo y el colapso en el transporte.
A 25 años de la recuperación democrática, puedo afirmar que la estabilidad institucional no corre peligro y que las libertades públicas están garantizadas, y esto se debe fundamentalmente al primer gobierno encabezado por Raúl Alfonsín.

*Dirigente radical.