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La extrema derecha

1-11-2020-Logo Perfil
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El 16 de julio, Giorgio Agamben publicó en el blog de la editorial italiana Quodlibet una columna titulada “Ciudadanos de segunda” que centra su atención en la implementación del “green pass” europeo que autoriza los movimientos de los vacunados. Agamben asimila el “régimen despótico de emergencia” que vivimos al fascismo: “El hecho de que la vacuna se convierta así en una especie de símbolo político-religioso destinado a establecer una discriminación entre los ciudadanos queda patente en la irresponsable declaración de un político que, refiriéndose a quienes no se vacunan, dijo, sin darse cuenta de que estaba utilizando una jerga fascista: ‘Los vamos a purgar con el green pass’”.

En Francia, la decisión de Macron de establecer la obligatoriedad de la vacuna para trabajadores de la salud desencadenó grandes manifestaciones, caracterizadas como de “extrema derecha”. Pero no se sabe bien dónde está la extrema derecha, sobre todo porque el presidente francés dijo que “la vacuna equivale no solo a salud, sino también a la plena libertad”, lo que parece avalar más bien la posición de Agamben que la de los periódicos europeos. Tampoco se sabe bien cómo interpretar la “objeción de conciencia”, porque muchas veces se la evalúa en relación con el objeto sobre el que recae la objeción. Si un pacifista se niega, por propias convicciones, a participar de una guerra, pareciera que se trata de una buena conciencia, pero si lo que se objeta es la interrupción voluntaria del embarazo o, como en este caso, una vacunación de efectos todavía imprevisibles (mi hija tiene petequias desde que se dio la primera dosis de AstraZeneca, hace ya más de un mes), la conciencia es mala, malísima.

No se puede discriminar entre buenas y malas conciencias tan fácilmente porque eso implica, de inmediato, establecer jerarquías ciudadanas. Todos deberíamos tener los mismos derechos, con independencia de nuestras convicciones y las formas de vida que hayamos elegido.

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Entre nosotros, los “pases de vacunación” ya empiezan a funcionar. Si un bar ya ha completado su aforo, podrá incrementarlo en un 20% con la condición de que ese porcentaje esté integrado exclusivamente por personas vacunadas con al menos una dosis.

Ese privilegio puede significar más bien poco aplicado al ejercicio de una actividad más bien nimia (¡ir a un bar!), pero aplicado a aspectos de la vida con un peso específico mayor (concurrir a un aula, a una sala de conciertos, subirse a un tren) la cosa cambia.

Podría desentenderme del problema, pero eso sería como repetir el gesto de indiferencia que denunció el pastor Martin Niemöller a partir de 1946: “Primero se llevaron a los no vacunados, pero a mí no me importó porque estaba vacunado”. Cuando el año pasado vimos Songbird, protagonizada por Demi Moore, nos pareció un disparate. ¿Lo era?