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ECONOMISTA DE LA SEMANA

La historia se repite

BCRA
Banco Central de la República Argentina. | CEDOC

La ventana de once semanas que se abrió tras las PASO, entre un presidente en funciones que vio licuado su poder y un virtual presidente electo que por ahora solo es candidato, tachó definitivamente el escenario estable que bautizamos como “chances Macri” en nuestro informe de junio “Vale todo”, cuando el cierre de listas terminó por convalidar el juego peligroso de la polarización extrema frente a la visión binaria del mercado sobre ambos candidatos.

La definición de la elección antes de tiempo abrió la puerta a un nuevo set de equilibrios múltiples, que arrancó con el salto cambiario inmediato y el desplome en los activos financieros locales a precios de default, dinámica que se fue acelerando con los movimientos de la política y el corrimiento del FMI. Nuevos equilibrios múltiples, donde paradójicamente el escenario inestable “chances Alberto Fernández” de junio se convierte ahora en el mejor escenario posible si se logra un equilibrio cooperativo entre los tres jugadores que definen el “juego”: el actual gobierno, el candidato aún no electo y el FMI.

En Brasil, durante la contienda electoral de 2002, cuando las encuestas daban ganador a Lula (candidato del PT que el mercado valuaba como “comunista”), frente a José Serra (candidato del PSDB, partido del entonces presidente en funciones Henrique Cardoso) llevando el riesgo país a los 2.400 bps y dejando al país fuera del mercado de crédito, apareció la cooperación entre los tres agentes que permitió a Brasil transitar sin default y estabilizar la macroeconomía.

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La carta a los mercados de Lula durante la campaña, en la que manifestaba su compromiso de sostener el programa económico y el pago de la deuda, la decisión de Cardoso de “soltarle la mano a su candidato” en conjunto con un paquete del FMI de US$ 30 mil millones, que no debió ser usado, contribuyeron en esta dirección.  

Pero hay grandes diferencias con la situación actual.

1) Macri no es Cardoso, y Cardoso no era candidato.

2) Lula era el “dueño” del PT y Alberto Fernández es el candidato (inquilino mientras no sea elegido efectivamente) de una coalición particularmente diversa que incluye al kirchnerismo como principal fuerza.

3) el FMI no está dispuesto a aumentar el programa luego de haber desembolsado el 78% del préstamo de US$ 57 mil millones, ampliado en octubre pasado. Y los dólares remanentes no alcanzaban para limitar en simultáneo el riesgo de licuación (espiral dólar-precios-salarios) y de default durante la transición una vez gatillado el Repo con bancos y con la evidencia de que el supuesto roll over de la deuda de corto plazo implícito en el programa de gobierno no podía ser cumplido. Si bien el Gobierno tiene incentivos para culminar su mandato en forma ordenada, Alberto Fernández tiene incentivos para asumir con margen de maniobra (léase reservas en el BCRA), y el FMI tiene incentivos para presentar al país como un caso de éxito y asegurar el repago del préstamo, la velocidad de la dinámica financiera actual y las fallas de coordinación entre los jugadores están poniendo la economía en camino hacia un equilibrio inestable (equilibrio de Nash en el dilema del prisionero), donde los tres actores y la economía en su conjunto terminan muy perjudicados.

El movimiento de Alberto Fernández de la última semana, con el comunicado emitido luego de su reunión con el FMI y la indefinición del organismo respecto a la disponibilidad y/o fecha del próximo desembolso, aceleró la dinámica del equilibrio no cooperativo que venía iterando entre distanciamientos y acercamientos desde las PASO entre el presidente en funciones y el candidato electo.

La decisión unilateral del Gobierno de reestructurar en forma compulsiva las Letes, Lecap, Lelink y Lecer en manos de personas “no humanas” generó un impacto en cadena sobre los fondos comunes de inversión (FCI), donde las empresas alocan el capital de trabajo, con amplificación sobre la cadena de pagos, sobre la salida de depósitos en dólares de los bancos y sobre la demanda de dólares (vía desarme de FCI y de plazos fijos en pesos) que corre el riesgo de incrementarse en los próximos días.  Nadie quiere ser culpable de una nueva caída de la Argentina. No lo quiere el FMI que, además de haber hundido en Argentina el 63% de su cartera, cuenta en su haber con el karma del no desembolso de 2001 y la consecuente caída de la convertibilidad. Tampoco Alberto Fernández, cuando solo faltan 105 días para limpiar el “prontuario” del peronismo de no haber dejado terminar a ningún gobierno no peronista desde la vuelta a la democracia. Y mucho menos Macri, que a esta altura su principal legado sería terminar su mandato.

Sin embargo, en la medida en que el escenario cooperativo se aleja, lo que empieza a vislumbrarse es un intento de las tres partes de distribuir las culpas para limpiar su nombre. La decisión de Macri de gatillar el default de la deuda corta (reperfilamiento compulsivo y selectivo de los vencimientos en pesos y en dólares) y anunciar la voluntad de reprogramar los plazos de la deuda más larga (con vencimiento hasta diez años, excluyendo además la deuda en pesos con tasa fija) y con el FMI, intentó en simultáneo dos cosas.

Por un lado, despejar el programa financiero haciendo lugar al BCRA para sostener el precio del dólar, y el riesgo de dejar al nuevo gobierno con la deuda y sin reservas. O lo que es lo mismo asumir el default “selectivo” de la deuda en un intento no necesariamente exitoso por limitar el riesgo de licuación (ponerle un límite a la compra de dólares). Esto frente a un “capricho” en su intento por evitar poner control de capitales (como la obligación de liquidar exportaciones y la introducción de un techo elevado a la compra de divisas con fines de atesoramiento) y/o asegurar la consistencia fiscal (vía una actualización en las retenciones o la introducción de un impuesto especial a la compra de divisas con fines de atesoramiento o turismo).

Por otro, Macri decidió tomar la agenda propuesta por Alberto Fernández y asumir el costo del default y la reprogramación apuntando a buscar “desesperadamente” un esquema cooperativo que dé una señal al mercado en una economía donde la iliquidez persistente se convirtió en un problema de solvencia. Sin una señal del candidato “aún no elegido” que genere confianza en lo que viene, luce casi imposible pensar en que el intento de reperfilamiento voluntario rápido sea exitoso.

Nunca más actual la frase de Karl Marx: “La historia se repite, primero como tragedia, después como farsa” en un mundo donde la tasa de interés libre de riego es 1,5% y con un préstamo del FMI de desembolso efectivo de US$ 57 mil millones.