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La hora de los homenajes

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| Cedoc

El Festival de Cine de Mar del Plata (cuya edición será online), acaba de anunciar que la película inaugural será La hora de los hornos, de Fernando Solanas y Octavio Getino. La vi una noche de hace cincuenta años en el patio de una iglesia de Flores. El lugar preciso se me borró con el tiempo, pero no la clandestinidad de la convocatoria. De la película recuerdo una lúgubre y atroz secuencia final, con un llamado a la muerte militante y el cadáver del Che Guevara como fondo (un llamado que sería largamente atendido).

Con el tiempo, Solanas se volvió una figura, una personalidad de la cultura y la política argentinas. Fue seguramente el cineasta nacional con más estatura de hombre público, el último artista que cultivó ese doble perfil del intelectual estadista tan propio del siglo XIX. A su nutrida filmografía se une una distinguida carrera como diputado, senador, candidato a presidente y fundador de partidos. Su trayectoria lo llevó a morir en París como embajador argentino ante la Unesco y a los previsibles homenajes oficiales que recibe en estos días. Aunque nada de eso era previsible a fines de los 60 cuando el único tema importante para quienes nos congregamos en esa iglesia de Flores era la Revolución.

Más tarde lo conocí personalmente, descubrí su simpatía, su carisma, su grandilocuencia y el humor que siempre aligeró la solemnidad de sus intervenciones audiovisuales, tanto como director como en su presencia frecuente en los medios. Vi la mayoría de sus películas, que no desmienten sus orígenes como publicitario: a Pino le gustaban los mensajes, los subrayados, los efectos (y las canciones), como se advierte en este pasaje: “La eficacia obtenida por las mejores obras de un cine militante demuestra que capas consideradas como atrasadas están suficientemente aptas para captar el exacto sentido de una metáfora de imágenes, de un efecto de montaje, de cualquier experimentación lingüística que esté colocada en función de determinada idea”. Esta puesta de sus recursos cinematográficos favoritos al servicio de la didáctica es parte de un documento que Solanas y Getino redactaron en octubre de 1969 bajo el título “Hacia un tercer cine”. Está poblado de citas de Mao (en pleno genocidio de la Revolución Cultural), de invocaciones a la lucha cultural como una forma de lucha armada, de proclamas de fe antiimperialista, de rechazo por el arte burgués y hasta por el cine de ficción (aunque Solanas llegaría a practicarlo) y de frases enfáticas acompañadas de guiños hacia Godard y Glauber Rocha.  

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La última vez que me encontré en persona con Solanas fue en 2004, en el Festival de Berlín, cuando estrenó una elocuente denuncia de la presidencia de Carlos Menem, con quien terminaría coincidiendo con sus votos en el Senado. Pero más allá de las paradojas y los vaivenes de la política, Solanas no cambió mucho sus ideas: siempre fue un peronista de izquierda, una especie política difícil de definir pero que llegó a dar hasta un papa. Digamos que a Pino siempre lo preocuparon las dictaduras, pero de un solo signo. En contra del Papa, en cambio, fue la elocuente voz cantante en el Congreso del proyecto para legalizar el aborto. La próxima aprobación de la ley sería también un homenaje a Fernando Solanas.