Casi centenario ha muerto Ernesto Sabato, símbolo y testimonio de un modo de entender la literatura, la política y la existencia. Marcado desde su juventud por los trágicos acontecimientos de la primera mitad del siglo XX, este ciudadano del mundo se convirtió por el peso de los acontecimientos, y por su concepto de la responsabilidad cívica, en un ejemplo de vida, siempre fiel a su conciencia.
Su historia personal, aunque sencilla en apariencia, fue difícil. Rebelde desde su juventud y asqueado de la burguesía, se afilió al partido comunista, pero se apartó cuando advirtió, en un congreso celebrado en Bruselas, que los defectos que aborrecía en los comunistas argentinos formaban parte de la esencia partidaria y supo de las atrocidades cometidas por el stalinismo. Esa temprana demostración de independencia le valió riesgos y fuertes críticas.
Según él mismo relató, después de que el movimiento revolucionario se le hundió bajo los pies, eligió la matemática como el reaseguro ante el “laberinto insensato de la existencia”. En su nueva actividad, como profesor de física cautivó a sus alumnos. Un texto suyo destinado a la enseñanza fue muy elogiado por Julio Rey Pastor. Becado por iniciativa de Bernardo Houssay para trabajar en Francia, en el Instituto Curie, pronto se sintió desencantado. La experiencia de los horrores de la guerra mundial y de los totalitarismos del siglo XX lo hicieron desconfiar de la ciencia como panacea y del progreso indefinido como esperanza de la humanidad. Tampoco le agradó la soberbia de sus colegas investigadores, que naturalmente criticaron que los abandonara.
Uno y el Universo (1945), su primer libro de ensayos, reveló la fineza de su estilo y la profundidad de su pensamiento. En Hombres y engranajes (1951) explicó que había optado por la literatura, no la decimonónica empeñada en reflejar la realidad social, sino la que está centrada en la persona, anticipada por Dostoievsky y seguida por Kafka, Woolf, Sartre y Joyce.
Sus celebradas obras de ficción El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador, se inscriben en esta literatura. Si el primero de estos libros llamó la atención del público por su originalidad y calidad, en el segundo, publicado en 1961, Sabato logró que los personajes de la ficción se convirtieran en personas vivas. Los jóvenes de entonces se vieron reflejados en sus protagonistas, Alejandra y Martín, en sus amores, miedos y desencantos. Ese texto atravesado por la dramática historia patria del siglo XIX, simbolizada en la retirada de los guerreros de Lavalle por la quebrada de Humahuaca, llevando los restos de su jefe, tuvo vida propia.
También la vida del escritor fue atravesada por el drama de la política argentina. Desde el comienzo, Sabato condenó al peronismo y a su líder –en quien vio una expresión local del fascismo europeo– pero no a los peronistas ni a la política social del régimen. Así lo señaló en plena euforia de la Libertadora, en El otro rostro del peronismo. Carta abierta a Mario Amadeo (1956).
Sabato, nombrado director de la revista Mundo argentino por el gobierno militar, puso a esta publicación de la “cadena oficial” al servicio de la nueva inteligencia sin distinciones ideológicas. En ella se abordaron asuntos polémicos. “Vuelve la tortura”, fue el título de tapa en que denunció que la vergonzosa práctica, supuestamente erradicada luego de la caída del peronismo, había vuelto. Borges y Bioy lo criticaron. Jauretche elogió su actitud. También se empeñó en reivindicar al escritor Leopoldo Marechal, silenciado por el antiperonismo.
El drama de la política argentina volvería a exigirle nuevas definiciones. Firme opositor al desgobierno de Isabel Perón, confesó la vergüenza que lo invadía al escuchar el eslogan “Argentina potencia”; acusó de los errores a la dirigencia y reclamó que no se le echara la culpa de todo a López Rega. Fue Perón quien lo trajo y le dio una posición privilegiada, dijo (La Opinión, 3-VIII-75).
Supuso Sabato que el golpe militar significaría el fin de los secuestros y los asesinatos de la Triple A. En ese estado de ánimo asistió a la entrevista con el general Videla, apenas comenzada la dictadura. No obstante, al advertir que la represión clandestina se agravaba, rectificó su error y firmó con unos pocos más las solicitadas en que se reclamaba por los desaparecidos. Terminado el Proceso, encabezó la comisión que elaboró el informe Nunca Más y escribió el prólogo de la edición original (últimamente descalificado por el “pecado” de no elogiar como héroes a los integrantes de la guerrilla urbana y rural).
Ernesto Sabato fue uno de los maestros de mi generación. Lo leí, lo admiré de lejos, y en su momento tuve el privilegio de tomar el te en su casa de Santos Lugares, junto a Matilde, la mujer que tenazmente lo acompañó “en los momentos de descreimiento que son los más”. Conversamos acerca de todo. Cálido, interesado en el otro, en este caso en la joven historiadora que yo era entonces y que acababa de publicar sus primeros libros. Volví a verlo en otras oportunidades y circunstancias, pero siempre lo recuerdo en ese jardín, digno de su admirado Chéjov.
No pude asistir a su entierro. Vaya esta breve evocación a modo de despedida del gran humanista que persistió en la búsqueda de valores permanentes y se preocupó por el misterio de la vida y de la muerte.
*Historiadora.