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La larga marcha

La Extra Mile Endurathon que aseguró un nuevo récord mundial a los argentinos (mejores del planeta en caminar en círculos hasta caer rendidos) merece ser contada como una fábula clásica, del tipo de la liebre y la tortuga.

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La Extra Mile Endurathon que aseguró un nuevo récord mundial a los argentinos (mejores del planeta en caminar en círculos hasta caer rendidos) merece ser contada como una fábula clásica, del tipo de la liebre y la tortuga.
Había una vez un joven alemán llamado Alexander Skora. Un día leyó un libro, La larga marcha –escrito por Stephen King, autor de grandes novelas de terror–, en el que un gobierno norteamericano del futuro elegía cada año a cien adolescentes y los ponía a caminar a ritmo constante; quien aminoraba o sucumbía al cansancio era ejecutado por un pelotón de soldados. La carrera tenía un solo ganador, el último que quedara en pie. Podía pedir lo que quisiera y le sería concedido. Pero, por lo general, también él moría pronto, por el esfuerzo realizado. La larga marcha no era sólo un desafío físico, sino también mental: enfrentaba a los competidores con la conciencia de la muerte.
El joven Skora leyó un segundo libro llamado Piense y hágase rico, de Napoleon Hill, autor de grandes libros de autoayuda. En él, encontró un dodecálogo que lo guiaría en la vida: mandaba una actitud mental positiva, autodisciplina, armonía en las relaciones humanas y seguridad financiera, entre otros principios.
De algún modo misterioso, los dos libros se fundieron en la mente del joven Skora y dieron nacimiento a una idea nueva: una competencia que, como la larga marcha, pondría gente a caminar hasta que la venciera el cansancio. En lugar de pelotón de fusilamiento, los guiarían los valores de superación personal.
El joven Skora inauguró su Extra Mile Endurathon en Berlín. Pronto se extendió por el mundo. Hubo otra marcha en Barcelona, una tercera en Las Vegas y, esta semana, la cuarta en Buenos Aires.
Iván Lama, un estudiante de administración de empresas de 19 años, leyó sobre la Endurathon en el foro de Internet elkilometro.com. El joven Lama es corredor de corta distancia –corre seis veces por semanas entre 3 y 5 mil metros–; su búsqueda es la velocidad. Pero “no había muchas competencias” el fin de semana del 30 de noviembre, por lo que decidió “probar algo nuevo”. Cuando su mamá, que conoce hasta dónde es capaz de llevarlo su ánimo competitivo, se enteró de en qué consistía la carrera, intentó persuadirlo. Pero el joven Lama estaba decidido.
Marcelo Muzyka, empleado de una empresa de telecomunicaciones, 30 años, casado y padre de un bebé, también se enteró por elkilometro.com. Muzyca es ultra-maratonista: corre carreras de más de 42 kilómetros. Corre 100 kilómetros, corre durante 24 horas, corre dos veces por semana desde su casa en Berazategui hasta su oficina en Capital (36 kilómetros de entrenamiento seguros), corre cada día a la hora del almuerzo y, si puede, corre por las noches. El resto del tiempo no corre, porque está en la oficina de 9 a 18 y porque “la familia es importante”.
Lama, Muzyca y otros 48 caminadores salieron el viernes 30 del estadio de River. El circuito, de 8 kilómetros, se metía por Recoleta, Microcentro y Balvanera. No podían salirse de él. Podían parar cada dos horas y media, por diez minutos, para tomar agua, comer, ir al baño o cambiarse.
La mayoría abandonó antes del primer día. El joven Lama descubrió que a medida que pasaba el tiempo tenía más “aguante”. Muzyca descubrió que, después de las 48 horas, “era imposible” resistirse al sueño. Aprendió que podía caminar durmiendo si se agarraba con un dedo a la mochila de otro (un nuevo amigo, que quedó en cuarto lugar). Cerraba los ojos y avanzaba en automático.
En el tramo final, Muzyca tenía los pies dolorosamente ampollados y comenzó a desesperar. Llevaba cien horas caminando, cuarenta más que el récord de 63 de Barcelona. Supo que lo único que le permitiría seguir era pensar en algo que lo pusiera de buen humor y bromear con la gente de la calle que ya los conocía de verlos pasar.
El joven Lama, que había perdido cinco kilos, supo que iba a ganar la carrera. Caminaba concentrado, solo, adelante.
Los organizadores, preocupados por la salud de ambos, les ofrecieron compartir el premio. Habían batido el récord mundial; podían parar. Muzyca estuvo de acuerdo, pero Lama no. En la madrugada del miércoles, Muzyca alcanzó a Lama y éste se enojó: no quería caminar a su par. Se insultaron. Los organizadores dieron por terminada la carrera. Llevaban 102 horas en marcha.
Muzyca y Lama comparten título y récord (cada uno se llevó 4.500 dólares) y volverán a encontrarse en Los Angeles (todo pago) en febrero. Lama mastica bronca: podía ganar solo. Por nada del mundo se perderá la carrera de Los Angeles, donde espera obtener 10.000 dólares, ni la final de Nueva York, de la que se llevará “cien mil”. ¿Qué aprendió hasta ahora? “Demostré que tengo aguante.”
Muzyca irá a Los Angeles “si todo está bien con mi familia y puedo”. ¿Su conclusión? Que “si no podés enfocarte en 500 metros, te tenés que enfocar en un metro; y si no podés en un metro, entonces en un paso. Si conquistás ese paso, conquistás la meta. Eso me gustaría transmitirle a mi hijo”.
En la vida, las cosas no siempre terminan como en las fábulas. Por suerte, tampoco como en las novelas de Stephen King.