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opinión

La lengua como vacilación

Chejfec viene a decirnos que debemos sospechar siempre (y hasta temer) de la lengua normalizada, estandarizada.

Mis escritores muertos, de Daniel Guebel, es el mejor título de la literatura argentina contemporánea y, tal vez, de la literatura tout court. A medida que envejecemos, la lista se va ampliando, y ahora me encuentro leyendo a dos de los míos, de mis muertos (que lo son también de Dani). De uno, leí dos veces seguidas, uno tras de otro, sus poemas, llorando (escuchaba su voz). Ni siquiera estoy aún en condiciones de hablar de él en privado (en privado lo único que digo es “qué ganas de fumar”, decenas de veces por día, la debo estar quemando con esa frase). Del otro, Sergio Chejfec, releí Los planetas, novela que en su edición original, en 1999, ya me había parecido extraordinaria y que, ahora, me resultó aún más excepcional. Barthes decía (creo, escribo de memoria, mi biblioteca quedó lejos): “El encanto de Proust: de relectura en relectura me salteo diferentes párrafos”. Pues el encanto en Los planetas no reside en saltearme párrafos, sino en reencontrar detalles, asuntos, referencias que ya no recordaba. O aún más, o mejor dicho, al contrario: no detalles, sino líneas narrativas enteras, uno de los ejes sobre los que se articula la novela: la lengua y la extranjería. Porque Los planetas es, por supuesto, una novela sobre las escrituras de la memoria, e incluso una novela sobre desaparecidos (de las poquísimas, tal vez la única, que me interesó sobre ese tema), sobre las remembranzas de la amistad y, como muchas de las novelas de Chejfec de esa época, sobre Buenos Aires. Pero también es un texto radical sobre los acentos, las inflexiones de la lengua, las sospechas frente a la normalización de las hablas: “Todavía recuerdo mi asombro ante el habla del padre [del amigo desaparecido], irrevocablemente porteña en su léxico y entonación, y por supuesto más enfática que la mía. La admiración se confundió en alerta. El acento extranjero, entre todos especialmente el idish, representaba para mí una marca ostensible; y por lo tanto percibía su acento como una fuerte restricción étnica (…) En la vida hay circunstancias transitorias y otras sustanciales, muchas pueden ser las dos a la vez; otras solo pueden ser una sola: la falta de acento extranjero era una de ellas, no transitoria sino sustancial. Si la condición judía fuera un vacío o hueco que precisa ser llenado por atributos diferenciados, durante esos años le daba al habla defectuosa el valor del ingrediente fundamental para la mezcla (…) y en la falta de acento de la familia de M veía la señal de un peligro difuso, que sin embargo no terminaba de encarnarse en nada ni en nadie en particular; una amenaza en el peor de los casos, o una equivocación en el mejor, la abolición de las diferencias con el mundo”.

Chefjec viene a decirnos que debemos sospechar siempre (y hasta temer) de la lengua normalizada, estandarizada, sin acentos, la lengua que se vuelve, como dice el texto, “enfática”. Hay en Los planetas, en cambio, como en toda su obra, un despliegue de la lengua como vacilación, como desvío, como lentitud, por momentos también como un ritornello, como diferencia: “La tierra es un planeta muy parecido a sí mismo. Por ello, conocer lugares distintos significa advertir las semejanzas; y al revés, desconocer todo significa ser único. Entre lo homogéneo y lo singular, él prefería lo singular”.