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La lengua del poder

Cuando la policía de Axel Kicillof y Sergio Berni reprimió en Guernica, Página/12 tituló que “hubo enfrentamientos”.

Operativo de desalojo en Guernica, Provincia de Buenos Aires. Fotos de Pablo Cuarterolo.
Operativo de desalojo en Guernica, Provincia de Buenos Aires. | Pablo Cuarterolo

Cuando la policía de Kicillof y Berni reprimió en Guernica, Página/12 tituló que “hubo enfrentamientos”. Cuando la Gendarmería de Macri y Bullrich reprimía –todo el tiempo, como parte de su estrategia de marketing electoral–, los medios del Grupo Clarín, del Grupo La Nación, del Grupo América e Infobae decían que había habido “enfrentamientos”. Cuando en los 70 secuestraban gente de sus casas, la torturaban y la mataban, los medios pro dictadura como Clarín, La Nación o Gente decían que “habían abatido subversivos en enfrentamientos”. Enfrentamiento no es un eufemismo: es una palabra de la lengua del poder. Solo desde allí puede ser pronunciada. La idea misma de enfrentamiento, es decir, la de dos bandos relativamente simétricos que utilizan la misma carga de violencia, no solo pertenece al habla del poder, sino en especial a la del poder mediático. Por supuesto que también es utilizada por la política y por los analistas de la política. Pero eso ocurre de manera secundaria: su uso es indisociable del habla mediática. Es una de las formas en que los medios nos enfrentan a diario. En que los medios nos castigan. En que los medios nos reprimen. Como verdaderos grupos de tareas mediáticas, las tácticas de los holdings de la comunicación deben entenderse, ante todo, como ideológicas. No es solo una cuestión retórica, la mera elección de tal o cual palabra, un lugar común de la comunicación o una fórmula de rutina, si no la aplicación brutal de la ideología dominante (recuerdo ahora una gran frase de T.W. Adorno: “Quienes gustan explicar la industria cultural en términos técnicos, es porque tienen intereses en ella”). Hay que tener claro que la censura ya no la ejerce el Estado, sino los medios y el mercado. Parte del trabajo intelectual reside en reponer las discusiones ideológicas, desarmar los discursos que se presentan como apolíticos o aideológicos y volver visible la carga ideológica represiva de esos discursos. Esa búsqueda estuvo presente en los 60 y 70, casi siempre de manera maniquea, binaria y muy pobre intelectualmente, igual que los estudios que suponían que los medios reflejaban mecánicamente, en la superestructura, aquello que ocurría en la estructura económica (algo que ya había sido desmentido por Gramsci). Por lo tanto, no se trata en absoluto de volver sobre esos pasos. Pero mucho menos se trata de pensar la cuestión del poder de los medios en clave de “semiosis social”, “condiciones de reconocimiento” o “pluralismo discursivo”, categorías todas de la tradición neoliberal, apenas disfrazada de progresismo de salón. No, nada de eso. Se trata de repensar críticamente las tradiciones de la reflexión sobre la ideología (que incluye la teoría política, pero también la estética –porque no solo hay que cambiar los contenidos sino sobre todo inventar nuevos formatos– y una mirada aguda sobre la técnica) como un modo de entender los mecanismos de dominación en el presente. Las (auto) denominadas redes sociales no son ajenas a este horizonte. Más allá de sus supuestos éxitos en términos de autonomía (tal elección que alguien habría ganado gracias a las redes, etc.), si se observan las discusiones que circulan por allí, se verá fácilmente que en verdad son subsidiarias de la agenda que crean los medios. 

Esto fue apenas un esbozo. No de una columna dominical, sino de una praxis política.