Hay una cosa popular en estos tiempos de copy paste y fotos de gatitos. No sé qué pensar de ella, pero la pienso. Se trata de una foto imposible de unos objetos acumulados. En diez segundos te das cuenta de que no se puede definir qué son. Parecen cosas conocidas y ninguna lo es. El texto que acompaña la experiencia postgestáltica dice algo así como “ahora mismo tu cerebro está en cortocircuito tratando de reconocer algo nombrable en esta maraña de cosas”.
Bueno, tampoco es tan popular. Yo vi dos o tres versiones. Y eso es todo.
Se me ocurre que eso mismo, llevado a un nivel existencial, me pasa al leer el Lexikón, la obra magna de Sergio Raimondi, recién editada por Mansalva. Es un diccionario escrito en verso. Las palabras en estricto orden alfabético deberían parecerse a conceptos, pero están en un borde intangible para la razón; de allí que la lectura sea necesariamente en clave poética pura y dura.
Es una obra monumental y para siempre. Si me apuran, digo que ha venido desde Bahía Blanca a saquear la poesía argentina toda entera y transformarla en otra cosa, en un aleph para seres de otro mundo. Se ve en ella el gesto hondo de toda una vida acuñando observaciones geológicas, financieras, psicológicas, matemáticas, demográficas para definir un mundo que se nos escapa. Si bien se presenta como un libro con tapa, lomo y hojas, cuesta un Perú decidir cómo leerlo. El orden alfabético deviene lo que es: arbitrariedad pura, pacto de bárbaros. Tal vez no ayude al orden de la razón que las palabras no estén en un único idioma (el nuestro) sino que provengan oscilantemente del alemán, el aimara, el griego, el inglés, el árabe, el chino, las rayitas. Como escribe Raimondi entre sus 16.248 versos, “cada palabra en realidad es una ocasión/ para presentar leyes fonéticas y pidalinas/ con una tendencia a la fantasía”. Si la definición nos lleva ahora a buscar en el mismo diccionario “pidalinas” estaremos haciendo lo que hace el cerebro que construye el mundo alrededor como si fuera un meme: vincular entradas entre sí para armar una red conceptual como un hogar techado que logre ocultar ese vacío que forja nuestras preocupaciones fundamentales: la muerte, el infinito, el amor, la pulsión sexual, los números imaginarios.
Decidí no leerlo en ningún orden, pero tampoco en cualquiera. Cuando ando por la casa atiborrada y necesito con urgencia, por ejemplo, saber qué es peak oil, plasmalema, pectinophora gossypiela, PM, portret, H++, precisión (agricultura de), pseudocopulation, voy y abro el libro. Así funciona. Y se derrama en todo lo que esté haciendo.