¿Es verdad que Franco Macri calificó con magros cinco puntos la gestión de gobierno de su hijo Mauricio, bajando sensiblemente la nota de ocho que él mismo, sintiéndose modesto, se había autoasignado? ¡No hay límites, según parece, para la crueldad de este padre! No hay caso, nunca va a dejar de desestimar a su hijo. Lo vio llegar a presidente de Boca, lo vio llegar a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y nada le bastó. ¡Y ahora le baja el pulgar, le hace un gesto de más o menos, cuando es el presidente de la Nación!
Y es que para Franco Macri los presidentes son apenas unos empleaduchos de ocasión, ante los cuales él se presenta sucesivamente para asegurarse la continuidad de sus opíparos negocios. Su opinión del pobre Mauricio no va a mejorar, por lo tanto, porque ocupe tan alto cargo. Para Franco, por otra parte, todo lo que consiga Mauricio se debe a la fortuna que él mismo supo amasar: por eso siempre lo tendrá en menos. ¿Qué le queda por hacer, entonces, al presidente de todos los argentinos? No lo sé. Tal vez hartarse y acabar de una buena vez con aquello que lo sojuzga: la plata del papá. Denunciar él mismo las tramoyas de los Panamá Papers, destapar él mismo todos los truquitos para la evasión impositiva, volver él mismo al tema del canon del Correo o al tema de las sospechas por contrabando de autos. Y si le faltan datos y referencias, que consulte a Elisa Carrió, su aliada. Ella sabe.
¡Que no alegue nuestro presidente que procediendo así, acabaría con su propia lujosa vida, pues de ese modo no estaría haciendo otra cosa que darle la terrible razón a su padre! ¡Corte ese cordón, señor presidente! ¡Usted puede! Cuando lo haga, Franco seguramente le pondrá un uno. Pero a usted ya no le importará. La sensación de liberación será literalmente impagable.