Como se viene comentando desde hace unas semanas, la Argentina está enfrentando un “shock externo negativo” o, como diría la Presidenta, “nos llegó la malaria”. Nos llegó la malaria, porque los precios de nuestros productos de exportación han caído notablemente. Porque nuestros principales socios comerciales devaluaron su moneda y porque el ahorro de los argentinos en el exterior, es decir el ahorro de los argentinos “a secas”, cayó violentamente al ritmo de la destrucción de los precios de los activos en el primer mundo. En síntesis, y macroeconómicamente hablando, la Argentina es hoy “más pobre” de lo que era hace unas semanas atrás.
Ahora bien, un país que se vuelve, de pronto, más pobre, tiene dos opciones: recurrir a sus “ahorros” para mantener el nivel de consumo previo, con la esperanza de que los tiempos mejoren pronto, o “ajustarse” a la nueva situación. Las autoridades argentinas no ahorraron durante la bonanza, de manera que la opción de mantener el nivel de consumo previo, lamentablemente, no está disponible.
Ahora bien, si ajustarse a la nueva situación implica que nuestro nivel de consumo –otra vez, en términos macroeconómicos– tiene que caer, la forma de hacerlo caer no es neutral. El Gobierno, por ahora, ha elegido que caiga el consumo del sector privado, dado que no ha retirado el Presupuesto del Congreso, no ha insinuado una rebaja de las retenciones a la exportación, salvo una muy específica y limitada a ciertos granos, y ha decidido “canjear” la deuda en poder de los bancos locales, en lugar de pagar una parte, lo que implica restarle espacio al crédito al sector privado.
Es decir que mientras en el mundo los gobiernos les dan plata a los bancos para que presten al sector privado, endeudándose ellos, porque la gente confía más en los Estados que en las entidades financieras o las empresas, en la Argentina el Gobierno les saca plata a los bancos para financiar su deuda, dado que no puede endeudarse más, porque ha destruido el mercado de deuda pública estafando con la mentira de la inflación oficial (recuérdese que la deuda se coloca en pesos indexados por el CER).
Pero, además, el ajuste hay que hacerlo de manera que sobren dólares, dado que la demanda de esa moneda aumenta (porque ante la incertidumbre global se prefieren dólares frente a los pesos y porque la deuda que no se renueve hay que pagarla, en parte en dólares). Mientras que la oferta –por la caída de precios de los exportables y por la menor demanda externa de nuestros productos industriales– disminuye.
Dicho técnicamente, hay que cambiar precios relativos a favor de los que producen dólares o de los que bajan la demanda de dólares: exportadores y sustitutos de importaciones.
Hay que subir el tipo de cambio real. Y el tipo de cambio real sube si el precio del dólar aumenta más que la inflación. Pero si el precio del dólar le va a ganar a la inflación, la única manera de que la gente siga demandando pesos es que la tasa de interés le gane a la devaluación y a la inflación.
De manera que el secreto para que el ajuste sea lo menos problemático posible es que haya que devaluar poco, porque se desacelera la inflación. Pero la desaceleración de la inflación puede deberse a que la economía privada se frena o que se frena el gasto público.
Y allí es donde estamos parados hoy. Si el Gobierno insiste en aumentar más el gasto público porque se viene un año electoral, el ajuste implica más devaluación o más recesión en el sector privado, o ambas cosas a la vez. Es decir, un escenario de “estanflación”: recesión con inflación.
Un acuerdo para que siga la fiesta. Esta administración está intentando “suavizar” este panorama con un acuerdo entre dirigentes empresarios y dirigentes sindicales que le permita, simultáneamente, seguir gastando como siempre, mientras el sector privado se ajusta sin aumentar el desempleo, ni los precios.
Pero este tipo de acuerdo no está disponible. O mejor dicho, sólo está disponible si el Gobierno está dispuesto a hacer su propio ajuste, protegiendo sólo a los sectores más débiles de la sociedad y postergando todo gasto superfluo. Sólo así sería posible un ajuste privado “suave” con un ajuste público “fuerte”.
Por ahora, ese escenario no aparece y estamos, entonces y lamentablemente, a las puertas de un ajuste privado superior al necesario para compensar el escaso ajuste público.
En síntesis, una típica argentinada.