COLUMNISTAS

La mitad más uno

No muchos se acuerdan ya de Alphonse Tchami. Negro, robusto, africano; el público de Boca le dispensaba un afecto jocoso, para nada exento de burla. Muchos menos recordarán la sonrisa a ultranza de Naohiro Takahara, el delantero nipón en quien el pueblo xeneixe detectó, sin saberlo, al japonés de La causa justa de Osvaldo Lamborghini. Por fin casi nadie, o nadie en absoluto, tampoco yo, se acordará demasiado bien de aquel delantero malvinense o georgiano que fichó para Boca sin llegar a jugar ni un solo partido en la primera división del club.

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No muchos se acuerdan ya de Alphonse Tchami. Negro, robusto, africano; el público de Boca le dispensaba un afecto jocoso, para nada exento de burla. Muchos menos recordarán la sonrisa a ultranza de Naohiro Takahara, el delantero nipón en quien el pueblo xeneixe detectó, sin saberlo, al japonés de La causa justa de Osvaldo Lamborghini. Por fin casi nadie, o nadie en absoluto, tampoco yo, se acordará demasiado bien de aquel delantero malvinense o georgiano que fichó para Boca sin llegar a jugar ni un solo partido en la primera división del club.
¿Qué línea trazan estos nombres, estas nacionalidades? La línea de pensamiento de Mauricio Macri. Un pensamiento sencillo pero con ambición de originalidad, un pensamiento habitado más que nada por ocurrencias, un instinto ciego para el negocio y para el show, un empeño de ceño fruncido en el alumbramiento de la idea. Notemos que Tchami aportó a Boca algunos goles, pero menos goles que risa y divertimento; que Takahara hizo apenas un solo gol, a Lanús, una tarde displicente de goleada seis a uno; que el malvinense o georgiano, que en mi memoria ya es anónimo, partió sin haber pateado al arco siquiera.
El ingenio del presidente se aplicaba a estas iniciativas de ampliación de mercados. Su cuerpo de dirigentes, mientras tanto, reparaba con más tino en Daniel Bilos y en Rodrigo Palacio, traía al Pocho Insúa, compraba al Cata Díaz. Elegía como directores técnicos a Carlos Bianchi y a Basile, mientras Macri se daba el gusto, en vía directa al fracaso, con Miguel Angel Brindisi y con Ricardo La Volpe.
¿Habrá que recordar que el ya célebre gesto de Riquelme evocando al Topo Gigio fue creado justamente para enrostrárselo con acidez al primer mandatario del club de cara al palco presidencial, en plena Bombonera y en pleno Boca-River? ¿Habrá que recordar que al menos dos de los pilares de la columna colombiana del equipo multicampeón chocaron frontalmente con el tesorero Salvestrini, que era y es un delfín de Mauricio Macri, aunque ellos lo vieran más bien como un pescado, y le dedicaron tirantes una de las tantas Copas ganadas? ¿Habrá que recordar que más de una figura debió abandonar la institución dando portazos y bufidos, saturado del destrato patronal? ¿Habrá que recordar que Carlos Bianchi dejó la entidad, y por dos veces, hastiado de lidiar con un presidente al que supuso un Gold Silver pero le fue resultando más bien un Oaki? ¿O que en pleno torneo a Boca le fue birlado Basile, a manos de la AFA nada menos, porque la astucia veterana del que tuvo que aprender a mandar se impuso sin tardanza a la del joven que, cuando nació, ya mandaba?
Nadie ignora que es preciso tener en cuenta a la política para poder entender el fútbol. Pero las cosas en este tiempo han cambiado: ahora hace falta tener en cuenta al fútbol para poder entender la política. En la Argentina eso es así por lo menos desde que Carlos Menem, en plena alianza riojana con el pícaro de Ramón Díaz, hizo de los campeonatos de River un verdadero asunto de Estado. Ya no basta con preguntarse, como se razonaba antes, qué había por detrás del Mundial 78 por ejemplo. Ahora hay que preguntarse en cambio qué hay por detrás de la victoria electoral de Macri en Buenos Aires, porque resulta que por detrás de esa victoria electoral hay goles de Palermo, lujos de Riquelme, los penales de Córdoba y del Pato Abbondanzieri, un gol en Tokio de Matías Donnet.
Si es cierto que Mauricio Macri obtuvo la ex intendencia de la Ciudad de Buenos Aires por el prestigio que adquirió en su gestión presidencial en Boca, al parecer hay que fijarse en ese gobierno, que acaba de terminar, para atisbar lo que puede pasar con este otro gobierno, que ahora está empezando.