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Alguien tiene que ceder

La Moncloa de Cobos

“Alguien tiene que ceder”. Es la última carta documento de Julio Cobos, el vicepresidente de la República y principal figura de la oposición al kirchnerismo.

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“Alguien tiene que ceder”. Es la última carta documento de Julio Cobos, el vicepresidente de la República y principal figura de la oposición al kirchnerismo. Hasta hoy, el texto suscripto por Cobos fue tomado con ligereza. Característica extraordinariamente dramática de la actualidad.

El título se inspira –“hasta el más devoto plagio”, diría Borges– en la romántica comedia homónima, Alguien tiene que ceder, escrita y dirigida por Nancy Meyers. Estrenada en 2003. Fabulosamente interpretada por Jack Nicholson y la encantadora Diane Keaton. Al contrario del film livianamente pasatista de Meyers, el texto ficcional de Cobos pasó casi inadvertido.

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Los oficialistas, frontalmente descalificadores, aprovecharon para insistir en el objetivo de renuncia del autor. Lo gravitante es que se prefirió, en bloque, suponer que a través de “Alguien tiene que ceder”, Cobos producía, a lo sumo, otra cleteada. De las tantas cleteadas mediáticas. Como si fuera cualquier maratón de fondo. Las que permiten sostenerse, al Cleto. Entre la sustancialidad de los diarios. A los efectos coyunturales de desmarcarse de las tensiones que genera la Ley –a esta altura hartante– de Servicios Audiovisuales. La Ley –para la indiferente posteridad– Anti Clarín.

Sin embargo, si alguien se toma el trabajo de leer la última cleteada, “Alguien tiene que ceder”, podrá comprobarse que la Ley Anti Clarín no tiene un pepino que ver con la temática del relato. Sólo brinda el marco histórico. Detrás del llamado al “gran consenso nacional”, se encuentra, en realidad, el recetario de Cobos para salir del laberinto argentino. La receta de Cobos, para pulverizar el encierro, remite a una declaración programada, de principios y de objetivos. A través del conglomerado voluntarioso de las seductoras ideas generales, que Cobos planifica implementar, en apariencias formales, después de 2011.

Sólo Ricardo Romano, el pensador positivista del peronismo, pugnaba, cinco años atrás, desde el desierto, por la necesidad de instrumentar, en la Argentina, una suerte de Pacto de La Moncloa. Trátase, como punto de partida, de la ilusoria idealización de lo acontecido en España. Indica la receta textual de Cobos: “Es hora de generar políticas de Estado consensuadas, para solucionar problemas estructurales… en el mediano y largo plazo.” “Hoy lo prioritario es que a ningún argentino le falte seguridad, salud, trabajo y educación.” “Tomemos la problemática de la pobreza como eje… de un Gran Consenso Nacional… para no sólo achicar la brecha del ingreso, sino también la brecha del conocimiento.” “En fin, para hacer en el presente una Argentina con futuro”, Cobos considera que “alguien tiene que ceder”. Concluye, literariamente, en que “ese alguien somos todos”.

De acuerdo con las normas y formas constitucionales, el recetario estratégico de Cobos puede aplicarse, tan sólo, a partir de 2011. Salvo, probablemente, en la primera (tormenta) de cambio. La seducción de las ideas moncloístas, presentadas con el envoltorio del luminoso celofán del consenso, para ser aplicadas en lo inmediato, necesitan de un detalle nada menor. Que “alguien” , institucionalmente importante, “ceda”. Que ceda, por ejemplo –Dios no lo permita– La Elegida. Y que improbablemente parta, La Elegida, antes. Junto a El Elegidor.

En el mejor de los casos, que los cónyuges partan hacia El Calafate. Para radicarse y construir, en la ciudad de tarjeta postal, el paciente significado, altamente epopéyico, de la nueva Puerta de Hierro. Una residencia más confortablemente plácida, con seguridad, que la emblemática quinta de Gostanian. Destino dorado, en todo caso, el de la quinta de Gostanian. Si se atiende el deseo, expresamente destituyente, de los innumerables enemigos que los Kirchner, con el tiempo, amontonaron. Derivaciones infortunadas de la sucesión de verdugueos. De los altivos ninguneos. De las postergaciones innecesarias. Los atropellos. Las corrupciones. Las humillaciones que permitieron acumular cargamentos indescifrables de espeso rencor.

 

*Extraído de jorgeasisdigital.com.ar