COLUMNISTAS
Escenarios

La moneda está en el aire

Las PASO mostraron dos divorcios: el de los políticos y la sociedad y el que se dio en el seno del oficialismo.

 20210925_manzur_temes_g
Chief cabinet, Juan Manzur. | Pablo Temes

Por si le faltaban problemas a la democracia, la diversidad de la sociedad del siglo XXI está demostrando lo difícil que resulta para los partidos ganar y gobernar en soledad, en cualquier país. Hoy se gana y se gobierna en coalición, porque la representación se ha fragmentado muchísimo. Nuestro sistema político volvió a confirmar que cuando una coalición se abre y permite la representación de diferentes minorías, puede ganar una elección.

Lo que nos falta probar, vista la experiencia anterior de Juntos por el Cambio y la actual del Frente de Todos, es que pueda haber gobierno exitoso en coalición. Como se demostró dolorosamente en estos días, el Frente de Todos no logra articular una verdadera. Por el contrario, la desconfianza interna es de tal magnitud, y el reparto del poder tan desordenado, que terminó afectando la capacidad y la efectividad de la gestión que parece detenida en muchas áreas.

Después de la inesperada y brutal derrota electoral en todo el país, quedaron expuestos dos divorcios. El primero, entre los políticos y la sociedad, y el segundo es la expresión más triste del primero: las separaciones en el seno del propio gobierno, particularmente cuando expresan diferencias extrañas a las necesidades del pueblo al que dicen conducir y representar.

Alberto F resigna protagonismo y sale de la escena electoral

En política esto es más grave aún porque “ellos” están en una vidriera que miramos todos, y lo peor es que no se dan cuenta. Se hablan y pelean entre ellos y la sociedad argentina parece estar diciendo basta con su voto. Y ese grito generó reacciones peores, la fractura quedó al desnudo y sobre la mesa la tensión que era un secreto a voces, entre el sector comandado por Cristina y el resto de la coalición, no toda la cual está representada por el presidente Alberto Fernández.

El conflicto abierto y público entre el Presidente, su ministro de Economía y su vicepresidenta y jefa política, por el rumbo económico y otros temas que ella puntualizó en una carta pública, tras haber hecho renunciar a sus hombres y mujeres del gabinete, constituye una enorme dificultad de cara a un paso que la Argentina requiere, que es el acuerdo con el FMI. Poco se puede lograr de acuerdo con la oposición, si no lo tiene el oficialismo.

Sin embargo, hasta el momento, la vicepresidenta manifiesta sus diferencias pero reconoce la autoridad del Presidente. La condiciona con éxito, pero no la impone. De alguna manera la “ensucia”. Es una autoridad poco clara y, sin duda, escasamente efectiva. Cristina se ve obligada a actuar como hace el gobierno de los Estados Unidos, no puede imponer su agenda al mundo, pero ejerce su poder de veto cuando algo no le gusta.

Los cambios posderrota resultaron en una especie de empate bastante menos popular, pero con más volumen político, por la experiencia de los nuevos ministros. Resulta una transición a una derrota que en dos meses puede ser peor, o no, dependiendo de la capacidad de éxito tanto con lo que se propongan como con los resultados que obtengan en la gestión en tan breve tiempo. Es como un armisticio, necesario y posiblemente no suficiente, hasta las elecciones de noviembre.

Manes acusó al Gobierno de querer ganar las elecciones a base de "clientelismo" y "aprietes"

Con el resultado en la mano, habrá un nuevo replanteo seguramente. Falta la mitad del mandato y todo está pendiente. Lo que tiene detenido este gobierno de coalición es la gestión. Y ahora habrá dos meses de pausa hasta ver qué pasa en la elección.

Si la sociedad argentina percibe que todo es un simulacro porque el divorcio avanza inexorablemente, el final es la “crónica de una muerte anunciada”.

Novedad antigua. El nuevo gabinete trae bastante de viejo, ya que la incorporación de ministros se hizo sobre la base de tres restricciones:

1) Nadie con un futuro político razonable acepta compartir la derrota y tomar un rol protagónico en un eventual fracaso más grande en sesenta días.

2) La experiencia en el manejo del aparato del Estado para tomar decisiones rápidas y efectivas.

3) Los candidatos no debían sufrir el veto de Cristina. Estas restricciones redujeron las opciones de Fernández a un puñado de alternativas y limitaron “lo nuevo” a un rescate de “lo viejo”.

Pero, y sobre todo, trajo al gabinete experiencia territorial, en un momento en el que el voto desnudó la pérdida de pulso popular del Gobierno.

En un escenario de “derrota aumentada” en noviembre, no ganará ninguno de los dos. La vicepresidenta puede hacer todo lo que se le ocurra para despegarse, pero la caída del Presidente la arrastrará inexorablemente en lo político y, muy posiblemente, conociendo el funcionamiento de nuestro amañado sistema judicial, en el costado más sensible de Cristina, que son sus causas pendientes.

Hoy aparece una oposición que se renueva y abre, y un gobierno que para resistir recurre a ex  funcionarios, de escasa popularidad. No parece un buen auspicio. Pero bien sabemos que no está muerto quien pelea, sobre todo si pelean juntos. Hasta noviembre, se abre la incógnita sobre el impacto electoral de algunas medidas destinadas a mejorar el poder adquisitivo de la población buscando el voto que no se les dio.

Sin renovación genuina, parece difícil recuperar una confianza desgastada y hoy esquiva. Sin embargo, la política argentina es, muchas veces contrariando definiciones académicas, el arte de lo imposible.

La moneda está en el aire y todos soplan para que caiga del lado que les conviene. Veremos si el soplo se transforma en viento de cola para un gobierno que debe enfrentar todavía dos años muy difíciles de gestión o en un viento de frente que vuelve más difícil la tarea de Alberto Fernández de construir un gobierno de transición que nos aleje del doloroso pasado de pandemia y recesión.

 

*Directora de la Escuela de Política y Gobierno de la UCA.