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La moral peronista

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Extraña pareja. El Presidente y la vice, en otra semana política muy al límite. | Presidencia

Desde el surgimiento de la foto del cumpleaños en cautiverio se ha hecho un uso extensivo de la acusación al Presidente en formato de reclamo moral. Ese tipo de acusaciones ofrece varios problemas, en particular porque no posee la capacidad de marcar un punto preciso, algo distinguible, en el que la moral dejaría de regir, y pasaría a establecerse alguna conducta alternativa sobre otros valores. El tiempo expresa esta misma imprecisión, ya que rápidamente con el paso de los días el Frente de Todos pudo colocar a sus voceros y voceras en una posición funcionalmente equivalente, acusando al macrismo de inmorales por la deuda, la desindustrialización, la inflación o la fuga de capitales. Justamente, la moral, es un punto de vista.

Con la moral se puede avanzar en otros análisis más nutritivos, en particular con aquellos que permiten encontrar los caminos de los lazos sociales. Como decía Durkheim, la moral es más sencilla de detectar en los momentos en que es atacada, por ejemplo ante un crimen, ya que activa un proceso colectivo de indignación simultánea en el que esa misma reacción permite que todos se encuentren en la defensa de evitar que algo traumático vuelva a ocurrir y sostener que eso ocurrido no sea aceptado. Es decir que aquello que afecta a muchos posee al mismo tiempo la oportunidad de reforzar ciertos valores del conjunto. Así, con la moral no se resuelven conflictos, pero sí se construyen y defienden identidades. Esto es lo que mueve hoy al Frente de Todos.

CFK ofrece un rol moral para sus masas, con la idea de que sobreviva la unión imaginada entre valores supuestos y misiones políticas

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El problema más complejo del oficialismo no es el ataque moral de sus enemigos, sino la obligación de resolver la conmoción interna de sus propios valores con su electorado. Como un crimen intolerable, la foto de Alberto Fernández empuja a él mismo a un espacio donde solo se coloca aquello que se descarta, para permitir sostener el seguimiento de lo que él mismo puso en peligro. A la indignación interna, le siguió la aparición sostenida de quien representa el reajuste sentimental de las bases. Cristina Kirchner ofrece un rol moral para sus masas, en donde el mensaje se sostiene sobre que el descarte de ese señor permitirá la sobrevivencia de esa unión imaginada entre valores supuestos y misiones políticas con las que el kirchnerismo encanta a tanta gente.

Todo esto activa la pregunta difícil sobre el futuro, ya que Cristina Kirchner solo puede hacer presente el pasado de su gestión, recordar sus supuestas gestas y señalar que ese tiempo fue mejor a todo lo que llegó después, incluso al tiempo de Alberto, pero con la constante limitación de que algo de todo eso ya no alcanza. Su surgimiento en escena permite la garantía de solo una parte de esa continuidad, pero como paradoja, la peligrosa consolidación de su futura licuación, ya que es solo ella la garantía de sostenimiento.

La pregunta electoral se encima con estas descripciones y genera análisis confusos. Existe demasiada evidencia de que las preferencias electorales están fuertemente vinculadas a componentes socio demográficos, más allá de que se insista por el reinado de los y las votantes libres. Por lo menos hasta 2019, el comportamiento del voto se ha repietido insistentemente, y por décadas, en zonas específicas para unos y otros espacios, y continuando el peronismo con su  fortaleza en los alrededores de las grandes ciudades en los que alguna vez fue voto obrero, y  es hoy de clase baja, sin demasiada necesidad de detalle de rubro laboral.

Como una paradoja, con su conducta desviada el Presidente produce la función de unir a todo el frente oficialista

Los cimbronazos sentimentales de la foto corren a una velocidad y lógica, que no necesariamente repercuten en los lazos de décadas del voto y sus componentes sociológicos. Así, el trabajo de Cristina es más el de dar sentido a la unidad, que de evitar la pérdida de voto, aunque separar en medio del caos, hoy uno del otro, sea casi imposible.

La sociedad no es un cuerpo que soporte cambios tan bruscos, aunque se los crea ver todo el tiempo. Cierta estructura de expectativas conservadoras son fundamentales para evitar el esfuerzo de constantes revisiones a cada nueva acción. Solo pensar en la vida cotidiana de cada uno permite detectar momentos conocidos de contactos sociales en los que no hace falta coordinación previa de qué hacer, exponiendo que justamente aquello que llama la atención es lo desviado de lo esperable.

La vida social transcurre sin que se piense demasiado en ella, construyendo olvidos de cada cosa que se hace y solo rememorando lo extraño, que gracias a su diferencial característica, podrá adquirir una identidad con la que permitirá ser recordado, en medio de todo lo rutinario que supo rodearlo. Alberto será rememorado por siempre, igual que los esfuerzos de los que lo rodean por regresar, a lo que se asume como la normalidad.

Como una paradoja, Alberto Fernández produce la función de unir, con esa conducta desviada, a todo el frente oficialista. Así como un crimen genera la unidad en la indignación y recuerda para un momento dado lo aceptable de lo no aceptable, el Presidente vuelve a poner en escena lo que queda aceptado, como lo no aceptado, en el mismo oficialismo hacia su público.

De la forma que sea, y en eso están los secretos, la señalización de la conducta ilegal es lo que podría otorgar la extensión de la sobrevivencia del sentido del peronismo, al mismo tiempo que el incierto futuro del mismo Presidente. El problema moral interno necesita de culpables y ajustes, para que todo de nuevo siga igual.

*Sociólogo.